La Cultura del Sacrificio
Buenos Aires es una ciudad con un estado de ánimo muy cíclico: la energía se mueve al ritmo de las estaciones del año. Cuando termina el calor del verano y se acerca el otoño, la ciudad empieza a entrar lentamente en un estado de hibernación. El frío cambia el ánimo de las personas y la excitación de los asados con amigos y las salidas nocturnas es reemplazada por la procrastinación de permanecer en la cama mirando series. La ciudad entra en un estado de letargo y adormecimiento que dura todo el invierno hasta el día de la primavera.
Con la misma precisión que la marmota predice el fin del invierno, los porteños salen de sus casas a festejar el día del estudiante llenando las plazas de música, eventos y actividades. Empieza una nueva etapa marcada por el azul violáceo del jacarandá que llena de vida y color la ciudad. La energía se libera tras varios meses de reclusión y el miedo a haberse perdido de algo provoca que los citadinos rápidamente se llenen la agenda de salidas.
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La vorágine y la sobre actividad incrementa hasta llegar al punto máximo en la víspera de navidad, momento en el cual cada día de la semana está marcado por, al menos, un evento para celebrar la despedida del año. Tanta es la sobrecarga de festejos que aquello que empezó siendo un motivo de alegría, festejo y distracción pasa a ser un esfuerzo indeseado y una carga. Las ganas de participar de cada juntada terminaron y solo quedan las quejas y la ansiedad. A pesar de no querer seguir asistiendo a tantos eventos, preferimos sacrificarnos para complacer a los demás; a regañadientes dejamos de hacer (o no hacer) lo que sentimos para satisfacer al otro creyendo que es lo correcto y que de alguna manera seremos recompensados. Existe una adicción por sacrificarnos para complacer a los demás.
El sacrificio se expresa en el entorno con amigos, con nuestras parejas, en la familia, con desconocidos, en el trabajo o cualquier institución en la que formemos parte. Hemos creado una cultura del sacrificio en la que el sobre esfuerzo y los compromisos impuestos son un valor agregado. En el trabajo es donde más claro se expresa: las personas vuelven a sus casas satisfechas si se esforzaron más de lo que debían, el agotamiento parece ser un sinónimo de que hicimos lo que debíamos sin reparar en él porque lo hacemos y menos en la calidad. Trabajamos más de lo que deberíamos o realizamos tareas que no nos corresponden solo para sentirnos útiles o necesarios.
En el ámbito familiar el sacrificio está dado, por ejemplo, por asistir a reuniones que no queremos o responder a un compromiso con nuestros padres por miedo a quedar como un mal hijo o hija si decimos que no. Participamos de conversaciones familiares que no nos interesan por miedo a ser honestos y sentirnos vulnerables. La complacencia se muestra durante la gestación de una pareja al sacrificarnos por el otro como una forma de agradar, que con el paso del tiempo parece imposible revertir y nos termina asfixiando.
Así vamos creando un personaje que tiene que ser bueno, complaciente, necesitado, amable, pendiente de los demás, dedicado, exigente, cumplidor, ayudador, salvador, etc. Un personaje que tiene que hacer cosas por los demás a pesar de no quererlo, que tiene que sentirse valorado para ser alguien. Alguien que se sacrifica por otros porque esta sociedad admira a los sacrificados.
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Hay situaciones diarias que requieren de una ayuda genuina y altruista por el otro, pero la mayoría de nuestras acciones están marcadas por el miedo que se esconde detrás, miedo a la consecuencia que puede acarrear el ser nosotros mismos. Es importante saber discernir y observar la motivación que nos mueve a hacerlo. El sacrificio está asociado a la culpabilidad y a actuar por miedo a no ser castigados. Recreamos constantemente esa culpa inconscientemente y nos sacrificamos para no recibir la represalia. Tenemos miedo de que ese personaje que creamos (y creemos ser) quede al descubierto y sentirnos vacíos, desnudos frente al otro, mostrando nuestra verdadera cara. Preferimos dejar de ser lo que somos para fingir ser alguien distinto, aunque a escondidas no podemos estar con esa falsa identidad culpando a los demás por nuestras miserias.
Así como el sacrificio lleva a la exigencia y la obligación de hacer algo, la excelencia es una manera de ser y hacer las cosas bien desde la primera vez, motivados por algo superior. El camino de la excelencia es el de soltar lo que no somos para ser lo que somos y expresar la creatividad.
«Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres y al polvo volverás.» (Génesis)
Vía LinkedIn.
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