Matías Litvak

Cannabis

De Fumar Prensado a las Grandes Ligas de la Investigación: Conocé a Matías Litvak, el Cultivador Argentino que ‘Viene del Futuro’

Por Hernán Panessi

De Fumar Prensado a las Grandes Ligas de la Investigación: Conocé a Matías Litvak, el Cultivador Argentino que ‘Viene del Futuro’

✍ 17 August, 2022 - 09:47

Agazapado en la baulera del departamento de la familia de su amigo, mientras prendía un porro prensado, el joven Matías Litvak todavía no se imaginaba que el tiempo –y el destino, y las cosas, y vaya a saber qué más- lo pondría en un lugar privilegiado de la divulgación cannábica.

Hoy, a sus 32 años y ya sin prensados a la vista, este argentino sin estudios formales pero con la espalda ancha de tanta experiencia, dirige la oficina de cultivo de la universidad pública de Bar-Ilan, de la ciudad de Ramat Gan, en Israel.

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“Nunca mi motivación fue económica”, asoma Litvak, que anda de visita por Buenos Aires y ya tuvo reuniones con las altas esferas de la política doméstica. “Con mucho orgullo puedo decirles que soy un cannabicultor profesional”.

El primer acercamiento

De pibe, lógicamente, en esa baulera junto a sus amigos, la onda era pasar el rato. Tenía 16 años cuando tiró unas semillas de prensado en el techo de su casa, en Ezeiza, y al toque empezó a cultivar.

Matías Litvak

Junto a sus amigos del club Mi Refugio generaron una especie de hermandad en la que el porro –los porros- los unió. “Hicimos un grupo total y el cannabis nos nucleó”, cuenta.

Y aunque para la mirada ajena y para el resto de los clubes, Mi Refugio era “el club de los drogadictos”, ellos ganaron el primer campeonato de fútbol en la historia de su institución. Y parte de ese logro se lo adjudican a lo ceremonial, a su yeite: “Nuestro punto de encuentro fue fumar un porro juntos, después de entrenar o después del partido”.

De esta manera, el cannabis dejaba de ser nada más que un chiche ocioso y pasaba a convertirse, aún sin marco teórico, en una herramienta para cambiar la mentalidad y la sensibilidad.

“No tengo pruebas ni dudas de que si todos consumieran cannabis, el mundo sería un lugar mucho más hermoso”.

Cannabis para toda la vida

Así, Matías fue desarrollando una curiosidad –que todavía hoy mantiene con ternura y ojos de niño- hacia la planta. Transicionó del prensado a las flores, empezó a aprender de su primo y de sus amigos cultivetas. “Ellos fueron mis primeros maestros”.

Tiraba una semilla, miraba qué pasaba. Aprendía. Tomaba nota. Flasheaba. Una vez, dos veces, mil veces.

Hasta que un día, luego de varios años de tripear por el mundo y de dejarle a su hermano la custodia de sus plantitas, recibió una noticia que cambió la historia y la de su entorno más cercano: el padre de su mejor amigo, uno de los tipos más importantes de su vida, se enfermó gravemente.

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“Me puse obsesivo extremo”, asoma Matías Litvak. Y en ese envión, quiso que el padre de su amigo tuviera la mejor calidad de vida posible. “Esto te va a hacer bien”, le dijo. “Yo no voy a consumir cannabis”, le respondía el padre de su amigo.

Así las cosas, en su propia habitación, Matías plantó 9 macetas. Cada una con una técnica distinta hasta que dio, finalmente, con esa rueda de auxilio, con ese alivio, con esa marihuana que hizo su padecimiento algo más tolerable.

De esta manera, el padre de su amigo cedió ante la insistencia de los jóvenes y muchos de sus dolores empezaron a menguar. “Me cambiaste la vida”, le dijo él. “Esto es lo que amo hacer”, respondió Matías.

Vivió muchos meses más de lo que le habían diagnosticado. La marihuana fue, para él, un tratamiento 100% paliativo. Y para Litvak, el primer gran impacto de su vida.

Por eso, con 25 años, se convirtió en un cultivador autodidacta, en un profesional empírico. Prueba y error, prueba y error, prueba y ¡zas!

“Nunca cultive algo mejor que eso. Era 24×7. No me alejaba de las plantas. Pensaba que esa era la misión de mi vida”.

El camino de Matías Litvak

Enseguida, dejó de mezclar cannabis y fue advirtiendo que cada genética servía, en rigor, para algo diferente.

Quiero romper mitos y estigmas. Que la gente se acerque a esta medicina”, se decía para sí mismo.

Y mientras cultivaba de forma hogareña, le salió una pasantía en Israel, donde el cannabis es legal. A la sazón, en ese primer viaje, conoció a Ami Cohen, quien era CEO de una de las primeras compañías de Israel y hoy es, entre otras cosas, su representante.

“Le mandé mensajes a todos los que pude. El único que me respondió fue Ami. Le presenté una investigación mostrando noticias y estudios que había en Israel. ‘Yo quiero hacer cambios en Israel’, le dije”.

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Entretanto, a sus 26 años, lo pusieron en una oficina y comenzó a investigar profesionalmente el mundo del cannabis. Pero la pasantía fue terminándose. Y su destino estaba en una nebulosa. Ahora, ¿para dónde debía encarar?

“Al final de la pasantía, Ami me llevó al cultivo, que era algo que no se podía hacer. Ahí, hice un montón de preguntas. Una atrás de la otra. Cuando me estaba yendo, me invitaron a tomar algo. El grower le dijo a Ami que nunca le hicieron esas preguntas. Y que querían ofrecerme laburo”.

En ese entonces, Matías Litvak trabajaba junto a sus dos hermanos en una empresa familiar de zapatos de cuero. Otro oficio, otra vida, otro anhelo.

La charla

Pasó el tiempo, siguió el cultivo hogareño, apareció una oportunidad: brindar una charla sobre cannabis en el Centro Cultural La Casa del Árbol. “Quiero abrirle los ojos a la gente”.

Ahí, se estudió de pé a pá El Emperador está Desnudo, de Jack Herer, y La Biblia del Cultivador de Jorge Cervantes, y salió a la cancha.

Para esa charla iniciática, el centro cultural esperaba la presencia de unas 10 o 15 personas. Fueron más de 500.

Era gente desesperada por tener una mejor calidad de vida. La charla duró unas 3 horas. Después hubo otra de preguntas y otra de abrazos”.

Y esa experiencia lo empujó a tomar una decisión: dejar su trabajo familiar y dedicarse full-time al cultivo, a divulgar, a entregarle su propia vida al cannabis.

Matías Litvak, cultivador solidario

“Yo nunca vendí un gramo”, avisa. Por eso, también, sintió la necesidad de comunicarse con Valeria Salech, de Mamá Cultiva, una organización internacional que agrupa a madres de niños con epilepsia refractaria, cáncer y otras patologías que no han encontrado una mejoría con la medicina tradicional y probaron con el cannabis medicinal en sus hijos.

“¿Por qué no venís a ser voluntario?”, le sugirió Salech.

Enseguida, se sumó a Mamá Cultiva y mantuvo un voluntariado de 2 años en el que regaló aceites, dio workshops y se esgrimió como un fundamentalista del cultivo solidario.

“Empecé a ayudar y a ayudar”, asegura.

Vientos de cambio

Y llegó un nuevo viaje: decidido, a sus 28 años, Matías dejó su trabajo familiar, armó su valija, montó a su perra y viajó a Israel. “Quiero ir a laburar”, se dijo.

Pero no quería laburar de cualquier cosa, buscaba seguir metiéndole al cannabis.

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Sin embargo, como necesitaba la ciudadanía israelí y una licencia de cannabis, al comienzo trabajó en un bar como patovica.

Hasta que llegó una oportunidad de trabajar junto a un profesor de permacultura, al lado de Franja de Gaza. Y allí, un escenario lleno de pollos, gallinas y tierra, mucha tierra.

Me sorprendí del bajo nivel de las plantas y demás. Empecé a darle al agrónomo un par de tips. Y, por eso, me empezaron a basurear fuerte. Terminé levantando los pastitos de alrededor del green house. Pero me puse a observar y a analizar a la compañía. Pasé unos meses trabajando en floración y vegetación”.

Matías Litvak

Con el tiempo, Matías empezó a salir con una compañera de trabajo. “Sabía un montón de cannabis. Compartimos un montón de conocimientos”. Ella trabajaba en análisis y desarrollo hasta que, súbitamente, la echaron.

“El nuevo  CEO de la compañía me dijo: ‘si vos me hacés un análisis de la compañía y me das un trabajo que me sorprenda, te doy el trabajo vacante de análisis y desarrollo. Lo hice pero renuncié y fui a llevarle ese análisis a Ami, mi amigo. Me dijo que era sorprendente y mi ex me consiguió trabajo como consultor, en un lugar que recién estaba empezando”.

Rápidamente, con la renuncia de su agrónomo, lo ascendieron a director de madres y clones y comenzó a trabajar con selección de genotipos. “Era el laburo de mis sueños”, recuerda.

Y el viento siguió cambiando

Después de casi 2 años de trabajo en Israel, recibió una oferta para viajar a California, en Estados Unidos, y adentrarse en el cultivo en la mitad de la montaña. ¿Era legal? ¿Era ilegal? Nunca lo supo del todo.

Llegó la pandemia y Matías se quedó solo, en el medio de la nada, durante 6 meses, cuidando el destino de unas 7.000 plantas. “Llevé mis límites al máximo posible”.

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Incluso, esta nueva aventura trajo detalles no tan felices, como la vuelta en la que casi lo pica una víbora cascabel, cuando se le acercó un oso a su casa y tuvo que espantarlo o cuando, y acá la situación más tensa, tuvo que esconderse en el bebedero de agua de los caballos porque un amenazante helicóptero policial empezó a sobrevolar el cultivo.

“Cuando empezaron a venir los manicuras, sabíamos que podía venir la policía. En eso, cayeron los sheriff, mataron las plantas y se llevaron todo”, se lamenta.

“Fue una experiencia religiosa”.

El nuevo trabajo de su vida

Después de esta experiencia, cuando ya estaba enlistándose para ir a emplazar su vida al sur de la República Argentina, Litvak recibió el llamado de Cohen ofreciéndole un nuevo trabajo. Ahora, en la universidad.

Como no tiene un título universitario, hubo algún run run con respecto a su contratación. “Necesitan un grower, no un agrónomo. Y este es el número uno”, lo defendió Ami ante las autoridades de la universidad.

Empezó con un trabajo discreto, con un sueldo bajo, pero allí estaba su nuevo norte: ahí podía enfocarse en las genéticas.

Matías Litvak

En 4 meses cambié todo en la universidad. Y al toque me nombraron como encargado de las investigaciones. Es un re laburo”, celebra.

Y continúa: “Yo quiero trascender. Colaborar con mi país y con la vida de la gente. En estos días me junté con los ministros y les compartí mis conocimientos. Quiero desarrollar la industria, mejorar la economía regional. El cannabis puede cambiar la aguja”.

Devolver y trascender

Así las cosas, desde hace 3 años que Matías Litvak trabaja como cultivador profesional. “Yo vengo del futuro, con la experiencia del futuro. En ese sentido, Israel es el futuro”, se ensancha.

Y en su día a día, comparte conocimientos junto a genetistas, expertos en luces, extracciones, business, sistemas automatizados y demás profesionales con experticias específicas en cannabis. “Respiro cannabis”, refuerza.

Quiero dignificar a los cannabicultores. Que todos puedan ver mi historia, emocionarse o sentirse inspirados a luchar por sus sueños”, desliza.

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—¿Cómo ves al cannabis en Argentina?

—Creo que hay que acompañar al ministro de producción, Matías Kulfas, que está haciendo las cosas bien. También a la ministra de salud, Carla Vizzotti. Tenemos que hacer las cosas bien, con un profesionalismo europeo. Y hay que diferenciar al terapéutico del medicinal. Ahora hay un mercado negro de cosas que manchan a la planta y la planta no se mancha. Muchos piensan que es oro verde. Por ejemplo, en Uruguay se equivocaron. No hicieron notar sus 7 años de ventaja. Nosotros tenemos muchas condiciones y acá hay cultivadores de la puta madre, sin nada que envidiarle a los de Estados Unidos. Es fundamental que se genere una industria que logre que el cannabis entre en el sistema público de salud. Estamos muy bien parados porque nos dieron derechos. Y con una buena cabeza podemos generar algo increíble.

Fecha original de publicación: 26 de noviembre de 2021

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ACERCA DEL AUTOR

Hernán Panessi, editor periodístico en El Planteo, es un periodista especializado en cultura joven. Escribe en las revistas InfoTechnology, Rolling Stone, THC y Lento. Además, en Página/12, El Planeta Urbano, El Cronista y en el periódico uruguayo La Diaria. Colaboró para Revista Ñ, Clarín, La Nación, La Cosa, Playboy, Haciendo Cine, Billboard, Los Inrockuptibles, Forbes, VICEBenzinga, High Times y Yahoo, entre otros.

Hernán escribió los libros Porno Argento! Historia del cine nacional Triple X, Periodismo pop, Una puerta que se abre y Rock en Español. Fue docente en el Centro Cultural Rojas (UBA) donde dictó talleres de periodismo. Además, es programador de la sección VHS del Festival Internacional de Cine de Valdivia, en Chile.

Conduce FAN, programa periodístico sobre cultura, sociedad y vida moderna. Por su parte, también condujo en las FM Delta 90.3 y Nacional Rock 93.7. Asimismo, fue columnista en La Once Diez y Metro 95.1.