Libertad para Denise y Luciana: Madre e Hija Presas por Tres Plantas de Marihuana
Hace poco celebramos en Argentina la nueva reglamentación del cannabis medicinal. Y si bien es un paso hacia adelante para el bienestar de la sociedad, todavía quedan muchas cosas por hacer y errores que enmendar. Ejemplo de esto es el caso de Denise Moruzzi y su hija, Luciana Esteche. Ellas se encuentran actualmente en prisión domiciliaria por poseer tres plantas de marihuana para consumo personal y medicinal, aunque se las acusó de “narcomenudistas”.
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Su caso cuenta con tal despliegue de corrupción, impunidad e injusticia que resulta increíble hasta para los bajos estándares del sistema penal argentino.
‘Chicas, están sonadas’
El 29 de abril del 2019 a la noche, a Luciana y su hermano menor les sorprendieron violentos golpes en la puerta: era la policía. Con el pretexto de una causa por fraude de tarjetas de crédito, allanaron la vivienda sin orden judicial. Fue entonces cuando descubrieron las tres plantas de cannabis que cultivaba la familia.
Al ser evidente que allí no había nada ni remotamente relacionado con el fraude de tarjetas, realizaron un par de llamadas que Denise describe como “raras”. Tras esto, los policías les hicieron saber a madre e hija: “Chicas, están sonadas”, explicando que cierta figura política en campaña necesitaba votos en ese momento.
Dicho y hecho: haciendo uso y abuso del miedo social al narcotráfico, los efectivos de la DDI armaron una escena que salió publicada en los medios de la zona al día siguiente como un “golpe contra el narcomenudeo”. Junto con este artículo, en varios medios zonales se vieron fotos de la “escena del crimen”. Para realizar dichas fotos, los policías hicieron que Denise y Luciana posaran junto a las plantas, celulares, sales de Epsom y más parafernalia, bajo la promesa de que hacerlo las eximiría de tener que ir a la comisaría.
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Además, en el artículo se alega que “ya las venían investigando”, a pesar de que ninguna de ellas tenía una denuncia previa. También se hace alusión al secuestro de “un kilo y medio de cocaína” (representado por las sales de Epsom), que, curiosamente, no se menciona en el expediente. Lo que sí figuran son mensajes de texto que, supuestamente, las comprometen, aunque no queda muy claro el por qué. Pero al final, esa noche las dejaron en su casa.
Una odisea del horror
Dos meses después, más golpes a la puerta de la casa. Luciana fue a atender y Denise se preocupó cuando su hija pasó un buen rato sin volver. Al buscarla, se encontró con una escena espantosa: su hija esposada en un patrullero. Preguntó si podía acompañarla con su hijo de 15 años. Ante la negativa, subió sola al patrullero, donde le informaron que también estaba arrestada.
“Jamás pensé que me iba a pasar una cosa así”, confiesa Denise.
Acto seguido, madre e hija fueron detenidas en comisarías separadas. Luego de tres días de pasear a Luciana por varias comisarías distintas, finalmente la llevaron a la de Olivos, donde estaba su madre.
“Yo estuve tres días sin saber a dónde estaba mi hija”, dice Denise. “No sabía si era un caso más de desaparición de la policía, como ya sabemos que suele pasar”.
Tras un mes y medio, las trasladaron al Penal 47 de San Martín. Cabe aclarar que, en ese mes, no tuvieron casi contacto con el mundo exterior. En este período, la madre tuvo que repetir, amplificada, esta experiencia de desesperación: “Yo no sabía nada de mi hijo”, comparte Denise. “No sabía dónde estaba, ni con quién estaba, hasta que lo pude llamar recién en el penal”.
Denise describe esta experiencia como “estar muertx en vida”. “Vos no sabés lo que es estar dentro de un penal”. Y no, no es como pinta Orange Is The New Black: “No es que cierran las puertas y es un club de pibas. Hay gente que han violado ahí adentro, gente a la que han apuñalado y hemos visto todas esas cosas”.
Ahora es pertinente recordar que, para ese entonces, Luciana ni había cumplido los 20 años. Denise, por su parte, tenía 41.
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Y allí Denise tuvo que estar, durante meses, protegiendo a su hija como podía. Recién en octubre pudieron firmar un abreviado para conseguir la morigeración de la pena, en forma de prisión preventiva. Ésta no se hizo efectiva (bajo la excusa de que “no tenían las pulseras”) hasta diciembre del 2019. Desde entonces, se encuentran bajo prisión domiciliaria, presas por plantar tres plantas de marihuana.
Una cuestión de salud
Quizás el mayor agravante de toda esta situación es que la finalidad de las benditas tres plantas no era la venta ni el narcomenudeo. Ni siquiera el uso recreativo. Denise y Luciana utilizan la marihuana para paliar sus síntomas de depresión y estrés crónico. De hecho, este factor fue determinante a la hora de pedir la prisión domiciliaria, además de la huelga de hambre que realizaron con ese fin.
Denise cuenta que sufre depresión desde muy chica, en parte debido a un entorno familiar abusivo y violento. Tuvo que tomar psicofármacos desde muy joven para aliviar sus síntomas, a los que se sumaban ataques de pánico y ansiedad. Pero, según relata, las pastillas le hacían mucho mal: la hacían engordar y la dejaban en un estado aletargado.
“No me podía mover, ni hacer nada. Sólo podía dormir”, evoca.
Y, para colmo de males, el padre de sus hijes se esfumó, desentendiéndose por completo de cualquier responsabilidad.
Su hija, por desgracia, tuvo una suerte similar. Luciana sufre de depresión, al punto de haber estado internada en una clínica psiquiátrica. Además, a los 15 años tuvo un intento de suicidio.
“Ahí yo dije: nunca más una pastilla en mi casa”, relata Denise.
En un intento por encontrar una alternativa a la medicina tradicional, en el 2015 se dirigió a CannaMed, una convención de cannabis medicinal.
“Ahí conocimos lo que es la marihuana. Empecé a probarla y me cambió la vida”.
Recuerda con cariño el efecto abrumador que tuvo sobre ella la planta al principio: “Me dolían los cachetes de no poder sonreír. Imaginate el tiempo que estuve sin sonreír, lo mal que la estaba pasando”.
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Después de tanto pelear contra la medicina convencional, (“que es la que te obligan a tomar”, espeta), Denise y Luciana habían por fin encontrado alivio en la medicina natural. Su calidad de vida dio un vuelco absoluto.
“Lo que hemos logrado con Lu fue increíble”, declara la madre. “Yo dejé las pastillas psiquiátricas. Pude salir a la calle y ver gente, cosa que antes no podía. Lu no podía ir al colegio ni tener amigos; y de repente empezó a fumar y a tener amigos, a relacionarse e ir al colegio sin miedo, sintiéndose normal”.
Pero ahora, privadas de su libertad y de su medicina, en un entorno hostil y en el marco de una pandemia, su salud mental se está deteriorando. “Ahora volvimos a cero”, lamenta Denise. Se vieron obligadas a volver a los psicofármacos y a todos los efectos secundarios que estos conllevan.
‘Necesitamos un abogade urgente’
Hoy, Denise y Luciana se encuentran cumpliendo la prisión domiciliaria en la casa de la madre de Denise (que también es paciente psiquiátrica y necesita cuidados constantes), en una situación de pandemia, encierro y desesperación.
¿Cuál es su panorama actual y cómo pueden seguir adelante para conseguir su libertad? Dada la constante negación de sus derechos y violación de garantías judiciales (por ejemplo, no las dejan acceder a la causa), dicho panorama no se advierte esperanzador.
Y, efectivamente, su respuesta fue más que desalentadora: “El problema es que nuestra defensa está toda mal planteada”, explica Denise. “Desde el comienzo, tendrían que haber planteado el cambio de carátula”. Es decir, en vez de “Tráfico de estupefacientes con fines de comercialización”, tendría que ser “Tenencia simple”. Presas por plantar, no por vender.
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“La defensa no argumentó lo que tendría que haber argumentado”, declara Denise. “Siguen pidiendo una disminución de la condena, alegando que cuatro años es ‘mucho para nuestro caso’”. Pero cuatro años es la sentencia mínima para la venta de estupefacientes.
“Menos de cuatro años no nos va a dar nadie. Lo que tendría que haberse pedido es un cambio de carátula, o presentar más pruebas, como el pesaje, o la validez de los mensajes de texto”.
Pero su defensa actual no va a cambiar la carátula, ya que la defensa del estado es siempre la misma: ningún defensor del estado quiere acusar a su colega anterior de trabajar mal, por todo lo que eso implica. Además, les defensores estatales tienen miles de clientes y no pueden dedicarse exclusivamente a ningún caso.
“Necesitamos un abogade para que se pueda presentar un cambio de carátula”, sentencia Denise. “Si tuviéramos un buen abogade, una buena defensa, que presente lo que corresponde, ya nos hubieran dado la libertad. Pero no le tenemos”.
Más fácil decirlo que hacerlo, ya que el costo de tal abogade supera por mucho las seis cifras: 700.000 pesos, según Denise.
Como puede, ella se encuentra intentando reinsertarse a la sociedad. De hecho, la directora de Diversidad y Género del partido de Almirante Brown le dio trabajo con ese fin. Sin embargo, la fiscal de la causa se lo impide. Por lo tanto, se le hace cada vez más difícil mantener a sus hijes y a su madre enferma. Así que no, pensar en pagar una defensa decente no cabe en sus posibilidades.
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Por suerte, su caso está ganando impulso en las redes sociales. Luciana y Denise cuentan con el apoyo de asociaciones como la Red Feminista Cannábica y Mujeres y Cannabis Argentina, entre otras. La campaña en Instagram Libertad por Denise y Luciana alienta a sus seguidores a aportar ayuda económica para la familia. También nos invita a sumarnos a la campaña, difundiendo fotos con los hashtag #LibertadParaDeniseYLuciana, #BastaDePresasPorCultivar y #NiPresasNiMuertas.
Quizás no sea suficiente para conseguir la defensa legal que necesitan, pero sí para que la sociedad se enfrente a su cara más oscura y a las nefastas consecuencias del prohibicionismo y la corrupción.
Foto cortesía de la Campaña Libertad por Denise y Luciana
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