Recibí un Masaje Cannábico y te lo Cuento
Cuando me enteré que existían los masajes cannábicos, pensé lo mismo que todxs: “No sé en qué consistirá eso, pero quiero probarlos”.
Lo primero que me llamó la atención fue que, más allá del perfil de Instagram de Carolina (la masajista), no encontré muchas más ofertas de masajes cannábicos en Argentina. Estaba dispuesta a encontrar una tendencia, pero no fue así. Es cierto que todavía la legalidad de los productos tópicos derivados del cáñamo transita un limbo incierto y que el consumo adulto sigue siendo ilegal, pero dada su creciente popularidad, me resultó llamativo que no hubiera más propuestas.
Cuando la masajista cannábica llegó a mi casa, ya me había fumado el religioso porro del fin de la jornada laboral. Luego me enteraría que parte de la propuesta era fumar juntas para entrar más profundamente en la misma sintonía (claro que ante la situación pandémica, con los cuidados pertinentes). Pero tampoco hizo falta porque, cuando Carolina llegó, yo no estaba en el pico de locura, sino transitando el relax del final del pegue. Un estado ideal para recibir un masaje.
La masajista
Carolina es muy conversadora y al instante nos encontramos hablando de nuestras vidas, conversando sobre nuestros vínculos. Casualidad o no, es llamativo que acuse diez años menos de los que tiene. De hecho, me costó creerle cuando me dijo que su hijo mayor tenía 20 años. Carolina es mamá de tres.
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Ella me contó que es masajista natural y que desde que tiene memoria sana a la gente con sus manos. También es consumidora y cultivadora de cannabis. Se define como una típica “mamá luchona” pero de “una familia cannábica”: sus tres hijes la ayudan con las plantas.
Carolina está convencida de su “buena estrella” y es difícil estar en desacuerdo. Luego de una vida reinventándose, su emprendimiento de masajes con cannabis, Kenemaka, surgió en cuarentena luego de que el centro de estética donde trabajaba cerrara sus puertas.
Kenemaka significa “cannabis” en hawaiano y es también una expresión de deseo: la masajista eligió el nombre porque sueña con vivir al lado del mar, rodearse de la naturaleza y tener una carpa de masajes sobre la playa.
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Con Kenemaka cruzó lo que mejor le sale, sanar personas con sus manos, y el cannabis. Acaso, ¿No es eso la definición de una vocación? En eso, ella y yo nos parecemos: además de muchas alegrías, el cannabis nos dio un trabajo.
El masaje
Carolina acondicionó mi cuarto y puso un disco atmosférico e hipnótico de Dead Can Dance. Ahí conectamos musicalmente al instante, con el gusto por el post-punk y el dream pop de los ‘80. No prendió luces artificiales: dejamos que la luz del atardecer entrara por la ventana de mi cuarto.
Para el masaje usó dos tipos de aceite distintos: uno relajante y otro descontracturante. También usó un roll on. Todos de cáñamo combinados con otros aceites esenciales de almendras, lavanda y pepita de uva, entre otros componentes.
Primero, comenzó por los pies. No me resulta fácil relajarme y, a lo largo de mi vida, recibí muy pocos masajes profesionales. Siempre me costaron los masajes en los pies: me daban cosquillas o dolor. En este sentido, llegar al masaje en un estado ligeramente narcótico fue de gran ayuda. Ni hablar de los efectos calmantes y relajantes de los productos, con el CBD como principal componente.
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Al tanto de la situación, la masajista inició la sesión dedicándose un buen rato a mis pies. Según sus palabras: “La base del cuerpo e importante foco de tensiones”. Se quedó ahí hasta que mis pies se entregaron a la situación: arco, metatarso, talón y cada uno de los dedos se fueron aflojando.
El masaje subió por las piernas, del tobillo a la cadera. No hizo falta decírselo y la masajista entendió que, producto de una leve escoliosis y de actividad física no supervisada, mi pierna izquierda está más contracturada que la otra. Se detuvo, alternando entre aceite relajante y descontracturante, en cada uno de esos nudos crónicos.
Al llegar a hombros, brazos y manos tuve que hacerle una nueva salvedad: hacía poco me había lastimado andando en skate y tenía mi muñeca derecha muy dolorida al igual que algunos dedos.
Lo que lograron los aceites de CBD y las cuidadosas manos de Carolina fue algo prodigioso: se deshizo progresivamente del malestar. Desde el codo hasta la punta de los dedos, Carolina nunca me hizo doler. Al contrario, me hizo disfrutar de una parte del cuerpo que hacía días solo me molestaba. Durante varias horas, el dolor prácticamente desapareció.
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Terminando con la cara frontal de mi cuerpo, otro momento mágico fue el rostro. Nunca había recibido un masaje profesional en el rostro. Estos masajes, si son hechos de manera correcta, además de ser relajantes y terapéuticos, estimulan y reacomodan las fibras de colágeno, dan un efecto lifting y mejoran la textura general de la piel. Y a mí me encanta el skincare.
Para el masaje de rostro aplicó no solamente el aceite relajante sino también roll on anti-estrés. Lo usó en partes estratégicas como seño, sienes y debajo de la nariz. Relajante y energizante a la vez, entre el ablandamiento de la tensión maxilar y los vapores de CBD ingresando por mis vías respiratorias, el efecto fue instantáneo. Un resultado descongestivo y refrescante similar a los ungüentos para tratar narices tapadas, pero mucho más suave y placentero.
Los nudos
Luego de casi una hora, atacó el spot clave: con paciencia y mucho aceite descontracturante, la masajista deshizo los nudos históricos que hay entre mis omóplatos y mi trapecio, bajo el cuello. Al borde de la sedación y ya casi a oscuras, Carolina me recomendó quedarme unos instantes tapada en mi cama mientras ella levantaba todas sus cosas.
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Al levantarme noté cómo las tensiones en el cuello y la espalda habían desaparecido, así como también el dolor en mi brazo. Sin embargo, lo que más me impacto fue cuando me miré al espejo: mi rostro se veía rejuvenecido, radiante y con la piel luminosa. Mis cejas y mis pómulos parecían haberse elevado. Mi expresión general se veía más fresca. El efecto lifting del que tanto se habla y del que Carolina siquiera había mencionado como parte del combo, se hacía notar. Y no sólo eso, sino que también mis párpados demostraban un particular relajo facial.
El post
Antes de despedirnos, quería hacerme de alguno de sus productos. Carolina me contó que los productos de la marca Kenemaka los desarrolla, de manera artesanal, un amigo suyo que también es cultivador.
Quería algo tópico, placentero y estimulante para los sentidos y Carolina me recomendó que eligiera el ungüento de CBD. Este ungüento tiene propiedades antiinflamatorias y analgésicas ideales para problemas de articulaciones, golpes y también para masajes localizados. Sin que se lo preguntara, dio en el clavo: me dijo que también podía usarse en el rostro, como hidratante, cicatrizante o descongestivo.
Desde ese día me aplico el ungüento de cannabis con suaves masajes y veo notables mejoras en mi mano lastimada. También lo usé para otros golpes, moretones y contracturas. Y donde sea que se aplique, usarlo conforta: su aroma es relajante.
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Esta fue mi primera experiencia con productos medicinales (¿o cosméticos?) de CBD. Y, como dije, también fue el primer masaje profesional que recibí en años. No creo que existan las soluciones mágicas para los males del cuerpo, ya que esos son procesos largos y lentos y requieren seguimiento profesional. Quien diga lo contrario es unx irresponsable. Pero, cuando esa noche -relajada, sin dolores y entusiasmada con mi nueva adquisición-, me dispuse nuevamente a fumar otro porro, no me quedó otra que agradecer por todo lo que esta planta nos da sin pedir nada a cambio.
Por masajes o productos, pueden contactar a Carolina a través de Instagram.
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