¿Tener Hijos o Migrar? El Impacto de la Crisis Climática en Nuestras Decisiones sobre el Futuro
Por Carmen López
Francisco Javier García tiene 41 años y reside en Barcelona. Después de más de dos décadas enganchado a la nicotina, decidió dejar de fumar pero no lo tiene del todo claro. Hace semanas que no llueve en su ciudad y la contaminación se hace patente en el ambiente, se respira y eso le hace dudar de su propósito. “¿Qué sentido tiene dejar el tabaco por salud si nos va a matar la polución?”, comenta sentado en una terraza. Su tono es jocoso y lo dice medio en broma pero, en realidad, sí se lo planteó al igual que en relación a otros planes vitales a medio y largo plazo como tener hijos o dónde vivirá dentro de unas décadas. “Me parece que dentro de años va a ser muy complicado estar en este mundo y los únicos que tendrán opciones serán los que tengan mucho dinero”, afirma. No considera que sufra de ecoansiedad sino que más bien es realista.
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“Lo tengo muy en cuenta como una variable. Sin embargo, no logro todavía del todo tomar resoluciones en función de la crisis climática”, sostiene Camila N., una argentina de 37 años que vive en Londres. “Muchas decisiones, como dónde vivir o de qué manera hacerlo, se ven atravesadas por estar viviendo con mi pareja, que no ve las cosas con la misma urgencia que yo. Es complejo tratar de transmitirle al otro mi perspectiva sobre por qué es importante tener en cuenta la variable de la crisis climática y cómo va a afectarnos cada vez más en nuestras vidas y en el día a día de aquí en adelante”, afirma.
Ella tiene muy presente el tema porque después de cursar en Madrid una diplomatura sobre ecología y sostenibilidad ahora trabaja en una ONG de economía circular, así que recibe datos cada día sobre las previsiones para el planeta. La maternidad es uno de los temas en los que más influencia tienen esas perspectivas de futuro. “Es una variable que tengo en cuenta a la hora de tener hijos, aunque no sea la única”, declara. “Me cuesta mucho imaginar un mundo vivible y disfrutable en un futuro, creo que hay mucha evidencia de que no va a ser así. Entonces siento que es bastante egoísta e inconsciente traer hijos al mundo sabiendo cómo van a ser las cosas de aquí en adelante”.
En 2020, la revista Climatic Change publicó el resultado de una encuesta realizada a 607 estadounidenses de edades comprendidas entre los 25 y los 45 años sobre cuánto influye la crisis climática a la hora de reproducirse. Aunque no hay evidencias empíricas de que haya sido un factor definitivo en la toma de esa decisión, sí que el 96,5% de los encuestados estaban “muy” o “extremadamente” preocupados por el bienestar de sus hijos existentes, esperados o hipotéticos en un mundo afectado por el cambio climático. El año anterior se había hecho conocido el movimiento Birth Strike, fundado por Blythe Pepino y Alicia Brown, que advertían a los organismos internacionales de que no se reproducirían a no ser que se pusieran a trabajar en serio para ‘salvar el mundo’. La iniciativa solo duró un año y sirvió más para poner el foco de atención en el problema que para controlar la natalidad mundial, pero obtuvo mucha repercusión.
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Para Anna Q. la crisis climática también es un factor muy importante a la hora de decidir si ser madre o no. “La vida no es solo de blancos y negros, sino que es un espectro de cosas. Creo que porque somos humanos que estamos muy acostumbrados al comportamiento y a tradiciones culturales, muchas veces puede ser complicado tomar una decisión radical”, sostiene. Ahora tiene pareja y el tema de los hijos está muy presente. Ella tiene 33 años y le gustaría ser madre pero, por otro lado, la perspectiva del futuro en la Tierra le indica que no es muy buena idea. “Llevo diez años trabajando en el área del medio ambiente y tengo acceso a muchísima información que viene de publicaciones del IPCC o de varias ONG, institutos científicos, etcétera, y no anuncian futuros muy prósperos”. Todos los días se dice que ha tomado ya la decisión de no reproducirse y todos los días acaba dudando. “Para mí es una lucha constante. Hay una parte de mí que dice, bueno, pues si lo voy atrasando, quizá también van bajando las posibilidades y así no tengo que tomar yo la decisión”, dice.
Migrantes climáticos
Jorge Fernández tiene 24 años y vive en Alicante. La crisis climática le hace plantearse muchas cuestiones como, por ejemplo, el tema de la descendencia. Él tiene bastante claro que, aunque le gustaría tener hijos no lo hará por cómo prevé la vida en este planeta. Ha estudiado matemáticas y periodismo y no duda de que su futuro estará condicionado por las condiciones del clima. De momento, dice: “Me he planteado este verano buscar trabajo en Andorra o en algún sitio al norte y de montaña para evitar pasar tanto calor como el verano pasado y poder descansar mejor”. Pero a largo plazo, más que planteárselo sospecha que va a ser algo que tenga que hacer obligatoriamente. “Me parece probable que tenga que emigrar como tantas otras personas al norte de Europa o al menos a núcleos rurales donde el acceso al agua dulce y a la tierra cultivable sea más cercano y equitativo”.
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Uno de los temas que estudió Camila en su diplomatura de ecología y sostenibilidad fue el mapa con el aumento de las temperaturas en todo el mundo de aquí a los próximos años. Ella y su pareja cambian a menudo de país —“somos bastante nómadas”, declara— y siempre tiene muy presente ese mapa en su imaginario a la hora de escoger cuál será su próximo destino. “No sólo por una cuestión de que va a ser inviable vivir en lugares como, por ejemplo y lamentablemente, España, sino también por una cuestión de alimentos, porque va a ser muy difícil cultivar y tener acceso al agua. Todo eso me genera bastante ansiedad y angustia”, declara.
Las olas de calor del verano pasado y las previsiones del aumento de la temperaturas ya han empezado a influir en sectores como el turismo o el inmobiliario. España sigue teniendo en el primero uno de sus pilares económicos y, aunque aún es un destino atractivo para los turistas, esta tendencia podría cambiar de aquí a poco tiempo como se ha especulado desde el Hamburg Commercial Bank y algunos medios internacionales. Además, algunos portales inmobiliarios ya han empezado a publicar en sus webs anuncios como “los pueblos más frescos y calurosos donde comprar casa” y el presidente del Principado de Asturias se ha referido a su comunidad en varias ocasiones como “refugio climático”. Una de ellas fue en julio de 2022, cuando la población asturiana bajó del millón de habitantes.
Uno de los que se ha adelantado a pillar sitio antes de que el mercado se sature y los precios de la vivienda se disparen es Luis Ríos, de 47 años. Desde hace tres años vive entre Madrid y Asturias, aunque en los próximos meses su marcha de la capital será definitiva. “Decidí iniciar mi vida en el norte hace muchos años porque la ciudad se agotaba y me agotaba”, comenta. Las razones son muchas, pero principalmente señala que: “Cuando a la contaminación hubo que sumarle hace años el incremento de las temperaturas, la falta de lluvia y mayor polución, la decisión que había tomado hace años se mostró evidente. Asturias era el lugar donde podría refugiarme”.
La decisión de adelantarse al problema
Precisamente, algunos asturianos y asturianas no ven que su tierra pueda seguir presumiendo de ser un ‘paraíso natural’ como hasta ahora dentro de mucho más tiempo. O, al menos, no con su verdor característico. La crisis climática también va a afectar a su zona y ciertas personas ya han comenzado a prepararse para sobrevivir en circunstancias más adversas que las actuales. Una de ellas es Patricia Martínez, de 38 años. Vive con su marido y sus dos hijos en Nava, un concejo del interior de Asturias, en una casa con una finca de unos 5.000 metros. Siempre habían tenido en mente cultivarla, pero nunca había pasado de ser un proyecto hasta que, después del temor de la pandemia de la COVID-19, llegó la preocupación por la crisis climática.
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“En los últimos dos veranos, pasamos de los 40 grados en el interior de la comunidad, una cosa que era muy anecdótica antes. Pasamos de quejarnos por el tiempo a agradecer el agua”, sostiene. Hace un par de años decidieron empezar a plantar árboles frutales, en parte pensando en la sombra y en parte en el abastecimiento de alimentos: “Tenemos manzanos, nogales, melocotoneros, ciruelos e higueras y de matorral como arándanos, grosellas y fresas” comenta. También han puesto en marcha un sistema de recogida de agua de lluvia para regar en épocas de sequía. “Era algo que ya habían hecho mis güelos, pero de forma casi accidental. En la casa había un canalón roto que goteaba todo el día, así que ponían un balde para que no se mojase el suelo y ese agua se usaba después para dar de comer a los animales o regar, así que recuperamos la idea”. Además, tienen previstos otros proyectos más a medio o largo plazo para mejorar las aguas residuales e instalar paneles solares. “Vemos la casa y la finca como un ecosistema circular”, afirma.
Muchos kilómetros al sur, en Córdoba, reside Iñaki Álvarez, de 42 años. Él también ha decidido plantar árboles como una solución para que “no me coma la ecoansiedad”, dice. Sus suegros le han dejado un espacio en su jardín para que utilice como un vivero donde va germinando las semillas que planta en bandejas forestales. “La idea es repoblar en el terreno de la familia con especies de la zona: alcornoques, encinas, algarrobos, almezos. Me permite además estar atento al entorno, buscar árboles nodriza que den semillas idóneas y pensar en hacer lo mismo en otras zonas”.
Además, intenta desplazarse en bicicleta y transporte público siempre que puede y utilizar menos el coche. De hecho, también piensa en buscar una alternativa al vehículo de combustión de cara a las limitaciones para 2035, pero no es algo demasiado asequible. “El eléctrico es demasiado caro; del de hidrógeno, ni hablamos. Al final, el monedero y el corto plazo mandan y probablemente tengamos que buscar uno de combustión”, comenta.
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Asimismo, en la alimentación ha tomado medidas. Además de comprar productos de proximidad en la medida de lo posible, ha reducido la ingesta de carnes rojas y procesadas. “Aparte de por las consideraciones de salud, por la cantidad de recursos como el agua que son necesarios para producir cada kilo de carne de vacuno o porcino que consumo”, pero reconoce que es algo difícil de llevar a cabo debido a lo enraizado que está el consumo de carne y embutidos en el entorno familiar y de amistades. Algo parecido es lo que ha decidido hacer Jorge Fernández: “Dejé de coger aviones en 2019, he dejado de comer ternera y cerdo (me haré vegano seguramente) e intento usar menos la luz eléctrica. Y no uso calefacción ni aire acondicionado a no ser que sienta que me estoy muriendo”.
Por su parte, Anna Q. también ha reducido su consumo de carne roja y mira mucho de dónde viene la comida, algo que antes no hacía. Además, estuvo un tiempo intentando no coger aviones a no ser que fuese imprescindible, pero considera que poner el foco solamente en los individuos no es una solución y apela a la responsabilidad de empresas y gobiernos al respecto. “Aunque hay muchas cosas que se pueden hacer a nivel individual, a veces es difícil”. En la misma línea, Camila señala que aunque ella es muy consciente del problema por su trabajo, a veces se ve haciendo cosas que sabe que son dañinas para el planeta. “Por un lado es como si hoy no estuviese pasando nada, pero en realidad sí está pasando. Es como la moraleja de la rana que vive en el agua hirviendo y no se da cuenta porque se ha acomodado”, sostiene. “Me observo a mí en comparación a otras personas que sé que no tienen todas estas cosas tan presentes y no veo que yo esté haciendo nada tan distinto. El resumen es que aun sabiendo un montón de cosas no es tan fácil actuar y tomar decisiones serias en consecuencia”, añade.
Vía elDiarioAR.
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