El Insólito Tatuaje de Zabo, la Inocencia de Pepe Rosemblat y la Persecuta de Evelyn Botto: Anécdotas Fumonas y Veraniegas
Calor abrasador, temperaturas absurdas, tiempo de vacaciones. El ocio marida con el porro y el porro marida con las historias. A propósito de estos días en los que Febo asoma con bravura y sin misericordia alguna, seleccionamos un tendal de anécdotas fumonas y veraniegas.
Las hay tenebrosas y lisérgicas, inocentes y graciosas. Cuando el flash se funde y confunde con el calorcito, cuando las horas se queman y se transforman en volutas de humo, cuando el estío invita y la candela dispone.
Aquí están, estas son, las mejores historias de porro y verano.
‘El búho’, de Evelyn Botto, personalidad radial
Tenía 17 años y me había ido de vacaciones con una amiga a un departamento en Chapadmalal. Era un “tiempo compartido” que pagaron sus padres.
Su familia iba siempre para la época de Semana Santa. Y su madre era re anti porro, ni siquiera fumábamos puchos delante de ella.
De hecho, esperábamos a la noche para fumar porro. Y, bueno, nos re pegaban los porros en esa época.
Me acuerdo que fuimos a un bar, que quedaba a 8 cuadras de donde estábamos. Era en el medio del campo, al lado de la ruta. Y era un bar donde iba toda la gente que vivía alrededor.
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Fumamos porro en esas calles. Mientras íbamos caminando, de repente se nos apareció un búho. Lo detectamos, nos dimos vuelta y el búho estaba parado sobre un poste de luz, saltando de luz en luz, persiguiéndonos.
Saltaba de una manera demasiado sospechosa. Nosotras nos miramos y dijimos: “No puede ser”. Nos hizo flashear y salimos corriendo.
Nunca vamos a saber si el búho estaba persiguiéndonos o no.
‘Tres payasos de circo en la cuerda floja’, de Gael Policano Rossi a.k.a. Astromostra, dramaturgo, poeta y astrólogo
Era verano, hacía mucho calor. Barrio de Villa Crespo. Acabábamos de salir de una reunión con Lolo y Lauti, un dúo de artistas amigos míos.
Fumamos una seca en la puerta del lugar. Y cuando caminamos unas cuadras, los tres empezamos a agarrarnos de las paredes. Perdimos el equilibrio. Parecíamos tres payasos de circo en la cuerda floja.
No podíamos parar de reírnos, pero no podíamos caminar. Las piernas se nos hicieron gelatina.
Hasta que, fumado y riéndose, uno de ellos confiesa que ese porro había estado en una bolsa que tenía LSD en polvo.
No se nos pasaba más. La dosis era tan fuerte que no nos bajaba. Totalmente drogados, los tres escribimos un mail que copiamos y pegamos cada uno en su casilla para suspender las actividades que teníamos para el resto de la tarde de aquel día.
El mail decía así: “Accidentalmente fumamos porro con LSD en polvo y no podemos reaccionar”.
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Fuimos al supermercado y fue algo imposible. Nos queríamos hacer un sánguche gigante con fruta y jamón. Nos pasamos toda la tarde al lado de un ventilador, muy panchos, viendo la película de Xuxa. Y los colores de la película de Xuxa explotaban nivel Avengers: Endgame. Estábamos como en un IMAX.
Nunca más lo quise probar. Me pareció demasiado fuerte y, en lo personal, no lo recomiendo.
‘No soy yo, sos vos’, de Pepe Rosemblat, humorista y militante peronista
Fue hace mucho tiempo, con los primeros porros. Era la época que se fumaba “pinito”, que creo que era un prensado no tan berreta.
En la casa de un compañero de colegio, durante unas vacaciones, estábamos en su pieza. No recuerdo si escuchando música o haciendo algo con la computadora. Y andábamos fumando porro, ese paraguayo que fumábamos en ese tiempo (ahora, por suerte, fumo uno más rico).
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Obviamente, en la casa estaba su familia. Empezamos a fumar churro, en la ventana, como tratando de caretearla. Pero se ve que tanto no la careteamos porque, en un momento, entró la mamá.
Su mamá abrió la puerta del cuarto y le dijo: “Tomás, estás fumando marihuana”. Y mi amigo, todo fumadito, le respondió: “No… vos estás fumando marihuana”.
‘Estrellita, estrellita’, de Zabo, escritor, guionista y leyenda de Internet
Teníamos 16 años y era 2005. Una amiga consiguió la casa donde veraneaba su familia en Miramar. Éramos cinco amigues. Nadie entendió quién debía comprar porro.
En esa época era paraguayo, que se podía conseguir mucho y barato. Cada uno cayó con una horma de marihuana prensada.
Yo pensaba “qué paja todo esto”. Agarré el rayador de queso y me puse a rayar todo ese prensado. Hicimos un montón de porros armados para todo el viaje. Era un cajón lleno de porros armados, así que hacíamos todo absolutamente fumados, todo el tiempo.
Llegamos al punto de la esquizofrenia. Yo flashié que había una puerta secreta, quise romper la pared. Me frenaron dos segundos antes. Era una casa muy cheta y romper la pared de una casa muy cheta no es lo mismo que romper una pared. Era la primera vez que veía que una persiana se podía subir y bajar con un botón, ese era el nivel de chetez.
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En un momento, se me apagó la computadora. Cuando me desperté, me toqué el brazo y sentí un plastiquito. Y yo tipo “ni siquiera voy a mirar el brazo, me niego, esto no está pasando”. Salí al living y descubrí que no es que me desperté al otro día, sino que habían pasado dos días desde que se me había apagado la computadora.
“Chicos, díganme que no me hice un tatuaje”. Y los chicos me dijeron: “Todos nos hicimos un tatuaje”. Y todos me mostraron su tatuaje.
Y, como se ve que yo seguía medio dado vuelta, mi reacción fue ir al baño, decir “esto no es un tatuaje” y me arranqué la cascarita. Me rasqué y me rasqué, pasé todo el verano ensangrentado.
Me quedó un tatuaje, que encima era diferente al de todos mis amigues. Ellos querían hacerse una estrellita irónica, porque somos cinco amigues y cada uno es la punta de la estrella y blá, blá, blá.
Fui convenciendo a todo el mundo. Para algunos era su primer tatuaje. Fueron entrando todos, se hicieron la estrella, que era como un contorno.
Y yo entré último, entonces me puse a hablar con el tatuador y le pedí que lo pintara de negro y le sume dos estrellitas. Encima que era un tatuaje compartido, de la amistad, y yo me cagué en todo como la persona sin códigos que soy.
Lo peor de todo es que, como me arranqué la piel, me quedó durante mucho tiempo como si fuera la textura de un tatuaje tumbero, pero eran unas estrellitas. Así que era como un tumbero, pero de Amérika.
Más adelante, me hice otro tatuaje y el tatuador se ofreció a pintármelo. Y reemplazó a las estrellitas por pelotitas. Y lo empeoró.
‘La lechuga de Satán’, de Belu Drugueri, host de TV
Estábamos en el último año del secundario. Fui a un colegio católico, pero subsidiado por el Estado, que quedaba en Martínez. A fin de año, en diciembre, teníamos un retiro espiritual de no sé qué verga.
Por eso, junto con mi amiga Carito dijimos: “Tenemos que ir re fumadas”.
No recuerdo bien si nuestras madres nos acompañaron, entonces no pudimos fumar a la ida. Y no se nos ocurrió mejor idea que fumar ahí, como en una parte detrás de la iglesia, donde se hace la confirmación y los espacios para hablar de cosas religiosas.
Nos metimos en un baño y nos fumamos un prensado horrendo. Salimos re locas, todas explotadas. Ahí estaban: los curas, la gente, los que hacían confirmación y los profesores mirándonos como que habíamos fumado porro.
Nos llevaron a otra sala y nos dijeron: “Chicas, vengan un segundo. ¿Ustedes estuvieron fumando la lechuga de Satán?” Y nosotras estábamos como: “No, no”. Se dio cuenta toda la iglesia.
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Cuando nos subimos al micro, nos sentamos juntas y, obviamente, re paranoicas. Y al llegar, en el momento que nos dejaban solas para pensar en nuestras cosas y no sé qué pija, nos mandaron a las dos lejos y nos dejaron custodiadas por un pseudo-monaguillo como para que no nos fumáramos un porro detrás de un pasto.
Foto de portada por Savannah Dematteo vía Pexels
Fecha de publicación original: 27 de enero de 2021
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