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Cannabis

Millennial Culture Porrera: Cómo me Di Cuenta de que Todo el Mundo Fumaba Porro (y que Eso no Era Algo Malo)

Por Lola Sasturain

Millennial Culture Porrera: Cómo me Di Cuenta de que Todo el Mundo Fumaba Porro (y que Eso no Era Algo Malo)

✍ 22 August, 2022 - 11:04

Nací en 1990 y, como casi cualquier persona de esa generación o de las anteriores, pasé mi infancia y el inicio de mi adolescencia pensando que marihuana y cocaína eran prácticamente lo mismo.

La idea de que “las drogas son malas y marginales” es de las más arraigadas en el sentido común de los niños que comienzan a preguntarse por los misterios del mundo adulto.

Y a la marihuana la conocimos bajo ese término: droga.

En mi imaginario, y supongo que en el de muchos también, las drogas eran algo que le pasaba a otros. Que eran sí o sí dañinas, peligrosas, cosa de enfermos y de gente que estaba fuera de la ley, algo que había que erradicar. Y ni hablar de que juraba nunca jamás de los jamases probar ninguna.

 Pero, afortunadamente, el porro se fue corriendo de ese lugar a medida que fui dejando la infancia atrás y observando con un poco más de detalle a mí alrededor. La producción cultural tuvo mucho que ver.

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Y esta lista es completamente personal, romántica y está atada en un 100% al contexto de mis años de descubrimiento, donde tener banda ancha era cosa de ricos y los smartphones no existían ni como sueño húmedo, bajar música era complicadísimo, todavía se miraba tele y todavía no estaba todo en internet.

Gente algunos años menor podrá hablar de cosas como la serie Skins o Weeds, o canciones como “Una Vela”. La Gen Z podrá hablar de Miley Cyrus fumando en sus videos. Pero éstos fueron mis primeros contactos con la marihuana. No como una sustancia prohibida y peligrosa, sino como una planta que hace feliz a mucha gente.

La puerta de entrada: la cumbia

Hablar de cumbia, marihuana e infancia es un terreno pantanoso, pues yo soy de esa generación que vivió la explosión de la cumbia villera desde los bailes de la escuela primaria allá a principios del milenio. Y este análisis es inseparable de la perspectiva de clase.

Aquellos que vivimos una infancia blanca, de clase media y dentro de la gran ciudad, esos años nos divertimos cantando sobre temas de los que no teníamos ni idea como son sexo, drogas y tiros con total naturalidad, pero lamentablemente la cumbia todavía era el otro.

Sí, gracias a Damas Gratis, Pibes Chorros, Yerba Brava, La Base o (de pie) Mala Fama, empezamos a saber que el porro (y muchas otras cosas también) existía.

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Pero en estos círculos y en esos años, la cumbia era algo considerado igual de marginal y peligroso como las drogas. Así que la cumbia villera nos llevó a considerar al porro como algo que existía, que era canchero y divertido, pero no como algo que pasara a nuestro alrededor y que mereciese ser desestigmatizado.

Posiblemente esa sea una de las enseñanzas más valiosas que la cumbia villera nos dejó con respecto al porro.

 Y llegó muchos años después: el gusto por colocarse no distingue de clase social. A los chetos y a los villeros nos une el amor por el porro por igual, y si unx joven cheto y privilegiado podía acceder a la marihuana en aquellos años seguramente fuera gracias a que otrx persona, mucho menos privilegiada, estaba haciendo el trabajo pesado para que esa roca de prensado pudiera llegar a sus manos.

Las sedas en los kioscos

Primero, ni siquiera entendía qué eran, pero sabía que eran parte del mundo adulto al que yo no podía acceder y, por lo tanto, convocaban mi atención. Junto con los preservativos, tal vez fue el producto de kiosco más enigmático de la infancia.

Cuando comprendí su funcionamiento seguía habiendo algo que no me cerraba: en aquel entonces era muchísmo menos común que ahora ver gente fumando cigarrillos armados.

Y hubo un momento, allá por inicios de los 2000, en donde proliferaron diferentes marcas, modelos, tipos y colores, una oferta extendida más allá de las típicas Ombú, que eran claramente para tabaco.

Entre pregunta y pregunta, sumada a la experiencia personal, entendí que en su mayoría las sedas eran para armar porro. Aquello me pareció increíble. Se vendían en los kioscos ¿Cómo podía ser eso? ¿El porro era ilegal, pero lo que se requería para armarlo se vendía en cualquier lado? Si comprabas unas sedas, ¿el kioskero sabía automáticamente que fumabas porro y entonces podía llamar a la policía? Era demasiada información.

Ni hablar de que, allá por la temprana adolescencia y en tiempos de los primeros porros, donde no teníamos un peso pero si muchas ganas de fumar y de gritarle al mundo que fumábamos, tener un paquete de OCB negras era un símbolo de estatus comparable a tener una remera de Nirvana.

Los locales de la Bond Street

Fue un proceso similar al de los papelillos y se dio más o menos en paralelo. Allá por mis 12 años, cuando empecé a interesarme tanto por la música como por la moda, hice algo que muchxs otrxs también: comencé a frecuentar la Bond Street –galería del barrio porteño de Recoleta-, como reducto obligatorio de todo lo cool y alternativo para los adolescentes porteños de mi generación.

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Me dejó perpleja ver sus inmensos locales destinados casi exclusivamente a la parafernalia marihuanera: pipas, bongs, papelillos, picadores. Todo eso no solamente existía, sino que parecía ser legal y estaba a disposición de cualquiera que se acercara.

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Galería Bond Street, circa 2006

De más está decir que al principio no entendía exactamente para que servían, y tuve que hacer preguntas que muchxs adultos respondieron con evasivas. Pero cuando aprendí, a través de amigos, lo que significaba el famoso símbolo de la chala, todo cobró sentido. Ahí también comprendí por qué tantas remeras, riñoneras, llaveros: no solamente mucha gente consumía, sino que eran fanáticxs al punto de querer lucirla en indumentaria. Entonces, algo bueno tenía que tener.

“Cannabis”, la canción de Ska-P

Aclaración necesaria: ni en aquel entonces, y mucho menos ahora, fui una gran fan del grupo español. Pero “Cannabis” era un himno entre todos los adolescentes que coqueteaban con el punk rock y que querían, de alguna manera u otra, quedar del lado de los chicos malos.

 La canción, aunque no muy sutil, resulta bastante educativa para una persona que tiene poca idea sobre qué es y qué lugar ocupa la marihuana en la sociedad. Y que sea tan explícita, ayudó. No hay metáforas voladas libradas a la interpretación, la canción exclama fuerte y claro que el cannabis debería ser legal, de calidad y barato.

Andrés Calamaro

Otro artista del que no soy fan, y muchísimo menos simpatizante. Pero esa frase de la canción Loco, que escuchaba seguido por Telemúsica (el canal de videoclips en español) cuando era chica, me cautivaba: “Sentarme en un parque a fumar un porrito”.

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Pensaba que era un descarado. ¿Cómo iba a decir una cosa así?

También usó la palabra “porrito” en ese célebre recital que le llevó a tener una causa por diez años; en aquel entonces, yo era muy pequeña, pero esa era una anécdota recurrente entre los adultos más o menos progresistas y más o menos melómanos como mis xadres, sus amigos y los xadres de mis amigos.

Y si bien se sabía que había sido criminalizado por eso, éstos adultos que me rodeaban no estaban de acuerdo con ello. Al fin y al cabo, que una estrella de su tamaño fuese un fumador confeso, hacía que el porro no pareciese tan malo.

La revista THC

La pionera en el género en nuestro país cumplió, con su mera existencia, un rol importantísimo en la lucha contra la demonización del cannabis.

Apareció allá por 2006 y yo ya había probado la marihuana, ya sabía que me gustaba y que pretendía seguir consumiéndola, aunque no tenía plata, contactos ni calle como para proveérmela con asiduidad.

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La revista funcionó como desestigmatizadora en muchos niveles: se vendía en todos los kioscos, a la vista, y cualquier persona podía comprarla; tenía celebridades que todxs conocíamos, confesándose abiertamente fumonas, en sus tapas; no solamente la consumían adolescentes rebeldes a espaldas de sus padres sino sobre todo adultxs y jóvenes con vidas resueltas como lxs que una admiraba a esa edad; sus artículos –cuando lograbas que llegue una a tus manos y leerla, divino acontecimiento- no solamente hablaban de relatos de injusticia policial, de enfermedades o siquiera de cuestiones científicas, sino también de goce, de arte y de cultura.

La THC hizo mucho, no solamente por los adolescentes sino por la sociedad entera, porque hace más de diez años no era solamente yo la que estaba desinformada, ni éramos solo los niños y los púberes lxs que la asociábamos a la criminalidad.

Foto de portada por Lean Aguirre, CC BY 3.0, vía Wikimedia Commons // Foto Bond Street circa 2006 por Schlonz, CC BY 2.o, vía Wikimedia Commons // Foto papelillos por  Chmee2, CC BY 3.0, vía Wikimedia Commons

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ACERCA DEL AUTOR

Entrevistadora y editora en El Planteo, Lola Sasturain es periodista cultural, DJ y guionista.

Puedes encontrar sus notas en Página/12, VICE y, por supuesto, en El Planteo.

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