Milo Lockett Habla del Arte Más Allá de la Obra: Derriba Mitos, Sale de los Lugares Comunes y Reivindica el Disfrute
Milo Lockett vive rodeado de personajes que crea en su taller, en el centro comercial Vila Terra, en Tigre. Mientras realiza un encargo muy colorido, donde se ven unos rostros enfrentados, se anima a hablar de todo con El Planteo.
Es difícil no reconocerlo, porque parece que a su ropa la salpicó un arcoíris y porque tiene pegado el pincel en la mano, como si fuera una extensión de su cuerpo. “Necesito amarillo”, le pide a uno de sus ayudantes, para los rostros que pinta, con un fondo demasiado rojo. Acto seguido, comienza a contar cómo está acostumbrado a encarar una obra.
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“En general, veo que hay un problema por resolver. Suele haber mucho color, porque la obra me lo va pidiendo. Pasa que mientras más colores metés, más tiene que contrastar para que convivan. Es importante el contraste de la obra: hay que hacer que un color conviva sin invadir al otro”, explica, y destaca que a lo que más le presta atención es a los ojos porque “la mirada no esconde nada”.
Los mitos que oculta el arte
Al contrario de los planificadores compulsivos, Milo confiesa que “en algunos tipos de obras no hay tanta planificación” y que la improvisación hace que las obras se vean más sueltas.
“No es un problema que la obra no salga como querés, porque cada paso es un aprendizaje y se aprende haciendo. Prueba y error, es cuestión de buscarle la vuelta”, expresa.
Por otra parte, también desmitifica que detrás de todo haya un mensaje: “El artista no tiene que decir cosas todo el tiempo, ni tener una opinión para todo. Eso sería muy soberbio. Al menos yo, no se si tengo tanto para decir”.
Una vez, hizo una obra sin nombre y le insistieron tanto para que se lo pusiera, que al final la nombró: “A Tomar Helado que se Termina el Mundo”. Como la expusieron en Santiago del Estero, algunos pensaron que era referencia al calor que hacía. “Casi que hicieron un mundo de eso”, relata y deja claro que no todo tiene un trasfondo.
“A veces es más lo que se imagina que lo que se ve. Pero de eso se trata un poco: lo que el otro se imagina, lo que quiere sentir, su necesidad. Eso hay que aprender a identificar, porque si no es pensar que uno tiene que decir cosas inteligentes todos los días”, explica Milo, mientras sigue dando pinceladas a un cuadro que no para de transformarse: “Iba bien y me fui para el carajo”, admite.
Los artistas también son personas
Milo revela que no todo es tan extravagante en la vida del artista. “Los admiradores se preguntan a veces ‘¿qué comerá?’ ‘¿cómo se vestirá?’ ‘¿qué música escuchará?’ Hoy comí una pizza con mis secretarias y el que distribuye los cuadros, quedó ahí. Soy una persona común y corriente”.
También, demanda que la sociedad le exige mucho a los artistas: “Uno no puede hacer todos los días grandes éxitos. Incluso, entre artistas, también hablamos de cosas banales y sencillas”.
Lo cierto es que hoy está en una etapa en la que cumple un horario y luego sigue la vida con sus tres hijos y con la artista Luciana Vernet, su esposa, con la que se casó hace pocas semanas.
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“La expectativa del otro te magnifica, no siempre uno tiene que sorprender. El que lo hace es un genio de la vida”, dice Milo queriendo sacar a los artistas de la presión que impone la mirada ajena.
“Se suele pensar que los artistas somos creativos por instinto. Pero la creatividad hay que estimularla”, para lo que recomienda algunos de referentes del arte, como Jorge De la Vega, Damien Hirst y a Adebayo Bolaji, en quien hace hincapié porque “le encanta su estilo”. También, hace una mención especial a Claudia Del Río (dice que le gustan más las pintoras argentinas que las internacionales) y al libro de Julia Cameron, El Camino del Artista.
Ser académico o ser autodidacta, una discusión que no llega a ninguna parte
“¡Epa eh! Se fue para otro lado”, manifiesta en señal de aprobación al encargo que pinta desde hace horas. Parece haber encontrado el camino, entonces prosigue a entrar en la encrucijada que enfrentan muchos artistas: ¿ir a la universidad o aprender por medios propios?
El autor de “El Aguaraguazú quiere unos Mimos” reconoce que el conocimiento y la educación son todo. Pero que, en el arte, como en muchos otros ámbitos, pasa que la gente piensa que porque estudió es más que un autodidacta.
“Yo lo padecí”, dice y recuerda una mesa de artistas, donde había una profesora de dibujo y pintura. “Me dijo: ‘vos no vas a entender porque estamos hablando de pintores alemanes’. Me hubiese gustado saber, aunque sea, dos palabras en alemán”. Hace poco le pidió una foto y admite que se encontró con una “contradicción tremenda”.
Milo hace una breve pausa para tomar un café y pareciera que se prepara para exponer en un congreso. ¿Cuál es el tema? La forma de ser de los argentinos: “Hay un tema con cómo somos, con esa forma de pensar que sabemos más que el otro. En otras culturas, los artistas tienen otro nivel de reconocimiento y se los escucha de otra manera. Solo acá pensamos que es algo menor, porque el argentino mide todos los logros en la economía. No importa el rubro, a vos te va bien cuando sos exitoso económicamente”.
A pesar de todo, dice que más que la falta de reconocimiento al arte en el país, lo que le molesta es que no se incite a las personas a conocer sobre arte, porque es lo que hace que una persona tenga “otra mirada y otra sensibilidad”.
“Algunos se sienten respaldados por tener un título. Pero cuando sos una persona leída no es imprescindible un título, no te da miedo el conocimiento del otro, admirás, sos curioso, no envidiás. La educación es eso para mí”, comenta Milo, a quien le han ofrecido dar clases más de una vez.
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Pero, sobre enseñar, opina: “Es algo con lo que te tenés que re comprometer. En algún momento me gustaría llevar adelante algún proyecto que abarque pintar, curar, descubrir referentes y cómo se llega a construir un lenguaje o una obra”.
—¿Cómo se construye un lenguaje artístico?
—Hay gente que por ahí piensa que porque copia no tiene creatividad. Pero es una forma de empezar: tomando elementos de referencia y después se descubre cuál es su lenguaje, dónde se va a quedar y su forma de trabajar. No es que te levantás y pintás un cuadro con un lenguaje. Hay veces que tenés la suerte de encontrarlo enseguida, también hay veces que nunca llega. Pero no por eso hay que dejar de hacerlo.
“Yo soy disperso y ecléctico, no pienso rígidamente una idea. Cada uno permite que algo mute. No te quedás en que sea rojo, ni te quedás con lo que pensabas al principio”, desarrolla sin dejar de advertir que el resultado es lo que importa.
“¿Te gusta? Bárbaro, ¿no te gusta? No quiere decir que no funcione. Después que le guste a los demás es otro tema”.
Hace 10 años, Milo pensaba que era un problema ser disperso, se enojaba y le costaba lidiar con eso. “Esto es ser disperso: agarré el naranja y estoy pintando con marrón”, sobre el encargo para su cliente. Sin embargo, ahora ve la dispersión como una herramienta de trabajo.
Aprender a comercializar, la deuda que tienen muchos artistas
Milo Lockett sigue definiendo los detalles de su pintura: “Tengo que reconocer que estoy perdido”, dice refiriéndose al cuadro, que para los ojos de los simples mortales es una obra de arte desde que hizo la primera línea. Frena, se prende un pucho y empieza a hablar de su taller que, curiosamente, se encuentra dentro de un predio comercial.
“Estamos acá desde julio 2021. Al principio tenía dudas normales de cambiar de lugar, después me fui acostumbrando. Me gusta estar en un predio comercial, porque la gente pasa, entra, mira. Muchos artistas que conozco se sentirían invadidos, a mí me pasa lo contrario”.
Parte del trabajo no se ve y, según Milo, eso vuelve difícil la parte comercial: “Es una cuenta pendiente en las escuelas de arte: enseñar cómo comercializar el trabajo”. Dice que de eso no se habla mucho y es importante. “Un artista necesita lo comercial para que funcione su medio de vida. No tengo conflicto con que alguien de afuera venga y opine de mis obras”.
Un pequeño viaje en el tiempo
Los años de experiencia se ven reflejados en los ojos con los que Milo analiza el presente. Recuerda la obra que más le gustó hacer, que fue pintada con barro y va más atrás todavía, hacia sus inicios.
“No arranqué con expectativas, lo mío fue una decisión de vida. Tampoco tenía puesta mi libido en lo económico. Venía de un fracaso bastante grande. Entonces, me detuve a pensar que quería hacer. En ese momento había cerrado una industria y era fuerte verme hacer eso, para el que se deja centrar por la economía”.
Cuando su arte se hizo conocido, dijo sentirse acompañado por su familia, a pesar de que cuando comenzó a salir en las revistas, no les cayó tan bien la exposición. Admite haber dicho “barbaridades”, pero no dice cuáles: “En la prensa dije muchas cosas sin filtro, que me trajeron consecuencias”. No se arrepiente, pero reconoce que está bueno poder corregirse.
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Su incursión en los NFTs también fue recordada por Milo como algo que llegó espontáneamente y que, como negocio, no fue algo en lo que le haya ido excelente.
Sin embargo, reflexiona: “Igual que en otras ocasiones, se volvió un disparador para otros proyectos. Algunos pueden pensar que en todo lo que hago me va bien. En realidad, son tantas cosas que hago, que de 20 pego una”.
“Sigue yendo para otro lado”, dice de esos rostros enfrentados, que ya se vieron mutar a sí mismos, al menos unas cinco veces.
De todas maneras, pareciera que se convenció y, poco a poco, la pintura llega a su versión final. Pero no sin antes abrir un paréntesis de su pasado: su breve experiencia con cannabis y otras sustancias. “Cuando era más chico tuve experiencias con sustancias. Pero mucho antes de la pintura”.
En su momento, cuenta, fue algo recreativo. Pero hoy ya superó esa curiosidad que le generaban las sustancias. “En algún momento fue un poco por la junta y también a modo de experimento”.
No especifica cuáles, aunque sí habla puntualmente del cannabis. Dice que nunca le gustó, pero que le sorprende cómo la sociedad se apropió de la planta: “En todos los grupos de amigos hay gente que tiene plantas y ahora te lo cuentan. Antes nadie contaba que tenía un porro o que fumaba”. Milo Lockett define el cannabis como interesante y útil.
“¡Sirve para tantas cosas!”, exclama, y sigue: “Conozco gente que consume cannabis medicinal de diferentes formas, me sorprendió la idea de que con eso se pueda hacer una crema que alivia un dolor”.
También, opina del uso recreativo: “Es válido porque habla de las libertades individuales, algo que yo defiendo: decidir sobre tu cuerpo y sobre tu vida”.
Un vistazo al presente y lo que se viene a futuro
Los proyectos no son para nada escasos en el 2023 de Milo Lockett. Hace poco recibió una proposición para hacer dibujos animados, está grabando un documental sobre arte contemporáneo para una plataforma y tiene programado un viaje de trabajo a Europa: estará en Italia y España.
“Suiza me toca el año que viene, hace varios años que trabajo allá con una galerista. Es un lugar donde gustan las obras despreocupadas”, cuenta el artista reconocido a nivel internacional.
—¿Y vos, por tu cuenta, qué tenés ganas de hacer?
—Yo quiero pintar y nada más, en eso soy muy egoísta. No tengo conflicto con decirlo. Lo único que quiero hacer es pintar, podría hacerlo 24 horas. Pero tengo una familia, soy padre y soy pareja. Tratamos de que haya normalidad en casa, no somos rockstars.
Milo cuenta que atravesó etapas de “mucho glamour”. Pero deja claro que “eso te tiene que gustar”. “Yo necesito cambios permanentes porque me aburro. En un momento quería los premios, cuando los tuve no llegué a ningún lado. Al otro día tuve que sacar la basura de nuevo. Lo que llaman éxito es muy vacío”, confiesa.
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“Hoy reconozco que soy feliz con lo que tengo. Soy agradecido de tener una vida linda. Hay gente que no disfruta, nunca descansa. Tengo amigos que tienen mucho y nunca les alcanza. Yo creo que está bueno reconocerse. Me gusta la sensación que me genera lo que hago”, manifiesta, suspira un instante y exclama: “¡Ahí está, falta nomás el barniz!”, en señal de que el cuadro para su cliente está terminado.
Milo es el antipersonaje, su alter ego parece haber desaparecido con el paso del tiempo, para dejar nada más que un hombre reflexivo, abocado a una vida donde el éxito económico pasó a otro plano, para dar paso al verdadero éxito: disfrutar de su familia y de lo que hace cada día.
Da la impresión de ser una persona seria, pero por dentro está lleno de color igual que sus obras. Se ríe de sus propios chistes, para todo tiene una anécdota y reivindica la recreación y la diversión: “Uno tiene que disfrutar y los logros van apareciendo en algún momento. No siempre son tangibles, ni son representativos económicamente. Puede ser un reconocimiento del público, de los pares, o de la gente que uno quiere”.
Fotos por Lucía Tedesco, todos los derechos reservados a El Planteo.
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