Militancia Charrúa: Conocé el Museo del Cannabis de Montevideo, el Primero de su Estilo en América Latina
Telón ceniciento, palmeras al viento. Abierto a las olas, marrones y blancas. La siesta obligada del jacarandá. Palermo, barrio de candombe. Durazno, la calle donde antiguamente se emplazó la sede del club Mar de Fondo, sobre la que el cantautor Eduardo Mateo durmió sus “Siestas de Mar de Fondo” y, ahora, ahí mismo, se ensancha plácido el Museo del Cannabis de Montevideo, el primer museo cannábico de América Latina.
Así, en ese caserón antiguo de Durazno al 1700, en el que vivió Eduardo Blasina, su director, se advierten vitrinas con curiosidades traídas del Cannabis Museum de Ámsterdam, una variedad de objetos que van desde la puerta de un automóvil, hasta materiales para la construcción, medicamentos, papeles, ropa, una rueca holandesa del S. XIX y mucho, mucho más. Todo hecho de cáñamo, de cannabis, de marihuana.
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Más al fondo, un jardín botánico con un tendal de plantas como cannabis, San Pedro, café, peyote, ayahuasca, orquídeas y diversas frutas de la República Oriental del Uruguay.
El valor del museo
“La experiencia del fumar y de la psicoactividad está tratada, pero intentamos ir más allá de lo que el mundo conoce. Queremos que el público se sorprenda”, comenta Blasina, ingeniero agronómico, histórico activista cannábico y máximo responsable de la institución.
Asimismo, el Museo del Cannabis de Montevideo también se yergue como un espacio para la reflexión sobre la biodiversidad y el cuidado de la naturaleza. “Buscamos una reflexión más amplia. Es una parte fundamental de la cultura cannábica”.
“Con certeza, éste es el primer museo cannábico de América Latina”, refuerza Blasina, mientras señala a su sucursal en Colonia del Sacramento, a otro proyecto similar en Punta del Este y a unos colegas en CDMX. “En Estados Unidos hay museos previos”, devela.
Un lustro adentro
Por estos días, el 9 de diciembre de 2021, el Museo del Cannabis de Montevideo cumplirá sus primeros cinco años.
Asimismo, Blasina asume que este onomástico será una oportunidad para reflexionar en torno a discusiones que faltan dar y, también, se convertirá en una chance para descular su lado festivo. “Estamos en plena planificación”, reconoce. “Seguramente habrá catas”, adelanta.
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—¿Cómo ha sido el trabajo puesto durante todo este tiempo?
—Por un lado, fue una experiencia maravillosa. Por la gente que hemos conocido. En lo personal, se acercó gente increíble de distintos lugares del mundo. Hice un montón de amistades importantes. Hasta antes de la pandemia veníamos creciendo a un ritmo interesante. El público principal siempre fue el turista del mundo, atraído porque Uruguay fue el primer país en legalizar el cannabis. Eso permite una experiencia diferencial.
La divulgación global
En un balance hecho a ojo, un 80% de los visitantes del museo eran turistas y otro 20%, público local.
“Los turistas vienen a buscar la experiencia de la libertad. Estar en una casa completamente legal, con plantas y el que tiene ganas de fumar, lo hace. Y el que no, se lo respeta. Vienen a buscar esta experiencia de tener, en el medio de Montevideo, un jardín botánico de este tipo. Lleno de árboles, plantas y pájaros. Lo que nos une es el amor por la planta”, sentencia.
—¿Por qué decidieron hacer un museo del cannabis?
—Nosotros luchamos desde que volvió la democracia en Uruguay, en el ‘85. Ahí, con un puñado de hippies empezamos a reclamar la legalización. Nunca soñamos que Uruguay sería el primer país en legalizar en el mundo. A un año de la legalización, sentíamos que faltaban aspectos a mejorar, queríamos promover al empresario, darle vidriera. Y atraer a gente lejana al tema. Era importante dar información científica seria sobre qué es el cannabis y cómo funciona. Y cómo se puede usar para solucionar problemas de salud. Brindar esta información valiosa es la mejor manera de defender la libertad conquistada. Y que otra gente de otros lados del mundo vea que es posible. El museo intenta mostrar las bondades de la planta y colaborar para que se deje de perseguir a quienes la aman.
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Por lo demás, la entrada cuesta unos $200 pesos uruguayos (aproximadamente unos USD 4) y es usual que, si a alguien se le hace cuesta arriba pagarla, se lo incluya y no se lo deje afuera.
Mucho más que cannabis
“El museo es privado, es de mi propiedad y es la casa en la que vivía cuando se legalizó. Recibimos apoyo del Ministerio de Turismo a través de un sello de calidad, que es Uruguay Natural”, comenta.
Así las cosas, el Museo entroniza una vida entera de militancia, que partió cuando Blasina era un joven fanático del rock –The Beatles, Yes, Pink Floyd, Led Zeppelin, Jethro Tull y demás- que seguía el devenir flashero de sus artistas favoritos.
Enseguida, continuó con la experiencia inaugural de sus primeros porros a los 18 años y, al toque, con un primer cultivo de prensado paraguayo en 1988. Más tarde, durante los últimos tiempos, combinó un profuso activismo con su trabajo como ingeniero agrónomo.
“Cuando se legalizó, vino un amigo a plantearme que quería tener una licencia legal. En esa casa elaboramos uno de los proyectos que otorgaron las primeras licencias de Uruguay. Hasta ese momento, nunca había pensado dedicarme al cannabis. Hoy, armamos un negocio de CBD para exportar a Suiza. Mi lugar ha ido cambiando, pero el cannabis mezcla mi amor por la música y por la naturaleza”, dice.
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—Si bien el Museo es de tu propiedad, este tipo de proyectos comprimen una necesidad de trascendencia que va más allá de las personas que lo llevan adelante. ¿Cómo pensás que será el futuro del proyecto de acá a unos años?
—El cannabis es una vía para que los humanos nos reencontremos con la naturaleza. Es un vínculo que mucha gente perdió por la urbanización, en la era industrial. Perdimos una conexión fundamental. En ese sentido, el cannabis es como un reencuentro. Me encantaría que el museo sea un espacio que contribuya a ese reencuentro, a ese enamoramiento. Que la gente se vaya pensando en compostar, en andar en bicicleta, en enfrentar al cambio climático, en restablecer la biodiversidad. Mi sueño con el museo trasciende al cannabis: ninguna planta puede estar prohibida. Tenemos que terminar con esa cultura de la prohibición. Tenemos que ir a una cultura del abrazo: me haría muy feliz que el museo sirva para acelerar ese mensaje.
Fotos de cortesía // Fotos por Javier Hasse
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