Revista THC: 15 Años de Activismo Cannábico, Militancia y Construcción
Quizás, en la víspera de su cumpleaños número 15, onomástico que habilita al balance, el mayor valor que sobresale de la Revista THC es el de sostener sus banderas desde el comienzo. Y hacerlo –siempre- desde la honestidad y el compromiso ético. Sin claudicar, ni torcerse, ni venderse.
Y en perspectiva, ningún adjetivo está aquí regalado, el mejor CV que puede pelar la primera publicación cannábica argentina es su propia existencia. Una existencia llena de activismo, militancia y construcción.
En pocas palabras, los que hablan son sus hechos. Su historia.
Cuando había pura aridez, muy poca data y muchísima confusión, THC no solo sembró la primera semilla, sino que cuidó, cosechó, prosperó y, fundamentalmente, convidó.
“THC es la prueba de que un medio independiente y autogestivo puede no solo transformarse en un multimedio, sino que también puede generar una comunidad enorme sin relegar esas banderas que agita desde el comienzo”, sostiene Sebastián Basalo, director de la Revista THC.
El primer número
“THC arrancó con la idea de incidir en la realidad”, afirma Basalo.
Corría el año 2006 y ninguno de esos pibes –entre los que había estudiantes de ciencia política, periodismo, ingeniería y diseño gráfico- tenía experiencia en medios. Ninguno de ellos tenía más de 30 años.
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En ese equipo inicial, nombres históricos como Alejandro A. Sierra, quien sigue siendo uno de los responsables del consejo editorial, y Emilio Ruchansky, quien mantiene un lugar de gurú de consulta permanente.
Apenas unos números después se sumaba Martín Armada, puntilloso editor general y mastermind de la revista.
Además, esa primera etapa contaba con dos colaboradores de lujo: Pablo Marchetti, director de la famosa Revista Barcelona, y Enrique Symns, inclasificable protagonista y narrador del under de los ’80.
“Pusimos nuestros ahorros para hacer la revista. Eso nos implicó mucho sudor para llevarla adelante”, continúa Sebastián.
¿La primera tapa? El rostro dibujado, con un tercer ojo, con la mirada firme y con una mueca sonriente, del químico e intelectual suizo Albert Hoffmann, descubridor del LSD, quien cumplía 100 años.
Con el vértigo del que pone, arriesga y no sabe qué le deparará el destino, el primer número de THC llegó a la calle y, rápidamente, tomó por asalto un mercado que, a las claras, no estaba preparado para una publicación con semejante impronta.
Hubo tarjetas amarillas, llamadas de atención, disputas de todo tipo. Hubo que convencer a canillitas para que ofrezcan la revista en sus anaqueles. Hubo que correr la maleza para empezar a configurar un sentido. Hubo que defenderse, apretar los dientes y seguir. Hubo que hacer un trabajo nuevo, para una revista nueva, sobre un tema “nuevo”.
Los ejes fundamentales
“Nuestra bandera histórica siempre fue promover el autocultivo, enseñar a cultivar y fomentar la relación con la planta de cannabis. Que sirva para relacionarte con la naturaleza y obtener lo que precisás. Es un acto de soberanía política. No dejamos de reclamar que el Estado cambie la realidad, pero vos la podés cambiar: promovimos que cientos de miles de personas aprendan a cultivar cannabis”, comenta Basalo, identificando el primero de los ejes fundamentales del proyecto.
El segundo guarda relación con la responsabilidad del uso del cannabis. Hubo una época en la que no había información para decidir. “Fuimos tratando de informar acerca de cómo usar el cannabis”, expande.
Y sigue: “No existe libre elección sin libre acceso a la información. Sin información, no sos libre. Para promover la libertad es esencial informar. Hace 15 años que venimos hablando de cannabis medicinal”.
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En última instancia, la prepotencia de trabajo de THC llevó a nuclear a la cultura cannábica de América Latina.
“Visibilizar la cultura cannábica era fundamental. Eso somos: dimos la cara, mostramos las plantas, denunciamos los atropellos. Le pusimos nombre y apellido a la cultura. La revista se convirtió en el centro de todo eso”.
Ese nuevo estado de situación permitió que, apenas unos meses después de su primer número, convocaran a la primera marcha para la regulación del cannabis en Argentina. No lo habían dimensionado, casi que no lo habían buscado: pero aquello materializaba esa incidencia inicial que pretendían llevar adelante sobre la realidad.
—¿Qué fue lo más difícil de aquellos años?
—Darle forma y regularidad a una revista que a los pocos meses tuvo que organizar una marcha. Enfrentar denuncias penales, aprender de procesos penales. Terminamos sobreseídos de todos ellos. Poder sostener la revista impresa fue tan difícil como esa primera etapa legal. En esos primeros meses nos hicimos cargo de la marcha.
—¿Esa responsabilidad cesó?
—No, este diálogo permanente entre la revista y la realidad no frenó nunca. Esa marcha había que capitalizarla políticamente. Habíamos aprendido a hacer un medio, a hacer una marcha y, luego, aprendimos a redactar a un proyecto de ley.
Primer número, ¿y después?
Tras una presentación histórica en el Paseo la Plaza, el 15 de diciembre de 2006, con la venia musical del mismísimo Charly García, que andaba en pleno proceso de ebullición de Kill Gill, llegaba la responsabilidad de plantarse con un segundo número.
“El primer número no fue el más difícil, sino todo lo que vino después. A los 10 días los distribuidores nos dijeron: ‘Muchachos, se agotó, saquen el numero 2. Esto no tiene precedentes’”.
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—¿Quién fue el primer personaje público que apareció en la tapa de la revista?
—El primer argentino que dio la cara fue el gran Diego Capusotto. Es esa tapa histórica en la que está prendiendo un churro con dulce de leche. Él nos dijo: “Quiero salir prendiendo un churro”. Y en esa época era muchísimo. “Si te animás, vamos”, le dijimos. Y fue a la vuelta de donde estábamos, a una panadería, a comprar un churro con dulce de leche.
—¿Les costó convencer a los personajes para que hicieran pública su posición con respecto a la marihuana?
—No fue fácil. Pero cuando fuimos a hablar con Diego ya llevábamos nueve números en la calle. Humilde, pero ya había una trayectoria. La revista venía manejando una impronta: la de poder ser serio sin ser aburrido. Eso generaba una confianza. Nada es fácil cuando sos vanguardista. Pero con esas nueve ediciones podías poner en la mesa el trabajo y ver cómo tratábamos el tema. Hoy hay una marca registrada respecto a la forma seria e impoluta que laburamos desde el comienzo. Siempre desde el respeto y la información.
Acompañamiento legal
Desde antes de antes, y las cosas no han cambiado tanto en la actualidad, los usuarios de cannabis son perseguidos y criminalizados.
“Acompañamos a los usuarios desde el comienzo”, advierte Basalo.
Así las cosas, la THC dispuso abogados ad-honorem para ayudar a los usuarios que terminaban en los sinuosos caireles de la justicia.
“Nos vimos desbordados”, reconoce. Pero –de callados- pusieron el pechito, sintieron que debían estar cada vez que se los convocaba: aquella era una nueva forma de activismo.
Entretanto, en un momento, allá por el año 2011, desde THC institucionalizaron esa ayuda en una ONG: el Centro de Estudios de la Cultura Cannábica, que terminó convirtiéndose en 2013 en la primera personería jurídica con “cannabis” en su nombre.
“Hoy es la ONG con la que intentamos llevar adelante esa militancia”.
—¿Cuál fue la importancia de los abogados durante todo este tiempo?
—Metimos la discusión donde pudimos, en los espacios que había. Era bancarse las piñas que venían. La defensa que hicieron los abogados durante muchos años fue tremenda. Eran causas y causas ad-honorem, sin ver un mango. Con las dificultades que da un país tan grande y federal. En ese proceso, Luis Osler fue la persona que nos cuidó las espaldas. No me caben palabras para describirlo: es un monstruo. Nos defendió a nosotros y a los usuarios a capa y espada.
Los hitos
El plantel de THC formó parte de la redacción del primer proyecto de ley de regulación de cannabis medicinal que, en su momento, gozó del aval de casi todo el arco político.
Corría el 2011 y una de esas tapas se despachaba con tres figuras bien diversas de la política doméstica: Ricardo Gil Lavedra, Vicky Donda y Diana Conti. “Finalmente, por orden del Ejecutivo, no salió”.
Más tarde, llegó la era del cannabis medicinal.
“Había una demanda de información gigantesca. Tuvimos que enseñar a hacer aceite casero en momentos en que todos estaban probando. Hubo un diálogo con otros países, renovamos la información. Fue un trabajo descomunal que nos tocó hacer”, dice.
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Asimismo, entre los más grandes logros del proyecto, está Expo Cannabis que, en sus palabras, “fue la parte más reciente de ese diálogo con la realidad”.
—¿Cuál fue el logro que más destacás en estos casi 15 años?
—Mientras en Buenos Aires nos consideraban cool, en Chaco nos secuestraban los ejemplares. Y hasta había un sacerdote que nos quería presos. Por eso, para mí, encontrarme con la revista colgada en el puesto de diarios de más al sur del país, cerca del Estrecho de Beagle, y verla en el último puesto del norte, en un paso a pie de La Quiaca, fue un triunfo político enorme. El mismo que siento cuando levanto la cabeza y veo una planta en un balcón.
Primera exposición del país
En medio del debate por la regulación del cannabis, Expo Cannabis, la primera exposición temática del país, significó la consolidación física de más de 10 años de militancia y efervescencia.
“La diversidad etaria fue gigantesca: de pibes muy jóvenes hasta adultos mayores. Nadie nos creía. Llegamos a la Expo con la comunidad virtual de cannabis más grande de habla hispana. Toda esa comunidad ya existía desde antes de la Expo. Por eso, no me sorprendió la masividad”.
Pensada como un espacio de encuentro entre interesados en el campo del cannabis, profesionales de la salud, empresas, científicos y diversos referentes de la cultura cannábica, la primera Expo Cannabis reunió a unas 56.000 personas. “Construir esa comunidad es muy groso”.
—¿Qué significó para la revista encontrarse con todo eso?
—Fue una dialéctica tremendamente emocionante entre la revista y la gente. Una revista puede ser mucho más que un órgano unidimensional. Es algo dinámico que transforma la realidad.
Por estos días, desde THC se encuentran ultimando detalles para la organización de su segunda edición, que ya tiene fecha y lugar: 15, 16 y 17 de octubre de 2021, en La Rural.
Esta próxima edición contará con el triple de espacio, dos escenarios de conferencias diferentes y, entre otras cosas, ofrecerá la posibilidad de concurrir de manera online desde cualquier parte del mundo.
“El que no pueda trasladarse no se lo va a perder”, avisa Basalo.
El futuro
Con el tiempo, THC fue sumando distintos brazos operativos y se convirtió en una especie de multimedio cannábico que comprende un podcast, la revista impresa, los calendarios de cultivo, la edición de libros, las redes sociales con miles de seguidores, el portal de contenidos originales, la radio online y la expo.
“Se viene la plataforma YouTube”, suma el director.
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—¿Cómo ves la realidad argentina con respecto al cannabis?
—La realidad está cambiando en cuanto al potencial industrial y económico que tiene la planta, pero la gente sigue yendo presa por cultivar y por tener cannabis. Eso tiene que cambiar ya. La regulación del autocultivo es una bandera que tuvimos desde el primer número. Y no la vamos a bajar ahora. Celebramos que el gobierno avance con la regulación del cannabis medicinal y es urgente que dejen de mirar para otro lado y tomen cartas en el asunto con respecto a la criminalización.
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