El Cannabis Argentino Estuvo Presente en Expo Agro 2023, la Megamuestra del Agronegocio Regional
El Autódromo de la ciudad de San Nicolás de los Arroyos, en el corazón de la “zona núcleo”, alojó la última edición de la Expo Agro 2023, más conocida como “la capital del agronegocio”. Y el cannabis argentino también estuvo allí.
La muestra es un paisaje variopinto. Globos gigantes de colores promocionan marcas de software para el agro, una te ofrece tokenizar tu siembra con criptomonedas. Vuelan drones zumbando por arriba de delegaciones de Canadá, Arabia Saudita y Corea, que pasean en tractor. Paran a ver módulos de hidroponía en containers. Se saludan con candidatos en campaña. Alguien improvisa un “jelou”.
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Promotoras en carrito de golf con sombrero chic y auspicio bancario. Un policía les dice “feliz día” y les da una rosa. Mientras tanto, el horizonte bonaerense tiembla. ¿La térmica? 40C.
Olor a asado, bosta de vaca y polvo. Mucho polvo envuelve máquinas gigantes como Transformers brillantes en fila. Con discos afilados, parecen prontas a despegar a su próxima misión, quizás muy lejos de allí, en el norte argentino u otras latitudes.
La encrucijada
Cannabis y agronegocio son dos palabras que, a buena parte de la población, cuanto menos, generan temor o indignación. Por un lado, las organizaciones de pacientes de cannabis medicinal que han militado el derecho a la salud en Argentina, no quieren ni por asomo que la marihuana se convierta en una “nueva soja”.
Por el otro, la mirada desconfiada de algunos productores rurales que están más acostumbrados a otras yerbas. “¿Cannabis? ¿Acá? No sé, acá es todo cultivo extensivo, no hacemos intensivo”, cuenta Juan un productor cuya familia se dedica a recorrer el país cosechando granos.
La historia de Juan es la de muchas familias de chacareros que ahora viven de cosechar grandes extensiones de tierra. Es que la soja, a diferencia del cannabis, no se puede cultivar en pocas hectáreas.
“Tenemos algunas pocas hectáreas, pero nos conviene arrendarlas a un productor más grande. A los chacareros no nos da el margen, no nos queda nada si cultivamos nosotros. Para seguir trabajando nos volvimos contratistas. Nos vamos de campaña al norte con las máquinas a cosechar soja. Hay que andar ‘a las chapas’ porque los tiempos de cosecha no son lo que eran antes, ahora es todo muy rápido”, explica Juan.
Juan está preocupado. La sequía no afloja, los tiempos de cosecha y los costos tampoco. No es casualidad. Son postales de un país en una encrucijada ambiental, social y política.
La tecnología aplicada al cultivo de soja permite a los grandes pools de siembra bajar costos y agilizar la producción, calando el surco hasta lo profundo del bosque nativo, arrollando a su paso ecosistemas y comunidades. En el medio, los pequeños productores hortícolas del interior, chacareros como Juan y tantos otros luchan por sobrevivir.
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Entonces, ¿qué puede hacer el cannabis argentino por los usuarios medicinales y los pequeños productores? ¿Qué tiene que ver el cannabis con la transformación social y productiva de la Argentina?
¿Es el cannabis una alternativa para el pequeño chacarero? Y si así fuera, ¿qué rol cumple el estado argentino en la organización de una comunidad de productores y usuarios medicinales?
Para Gabriel Giménez, director nacional de articulación federal de INASE y de la flamante Agencia Regulatoria de la Industria del Cáñamo y del Cannabis Medicinal (ARICCAME), el cannabis medicinal y el cáñamo industrial es una alternativa para chacareros y las economías regionales.
“El rol del estado es construir cadenas de valor cortas, simplificadas, para bajar los costos, permitir la inserción del pequeño productor y garantizar el acceso a los usuarios medicinales argentinos primero. Hay que pensar una industria con todos adentro, pequeños, medianos y grandes, con la comunidad organizada. Y el rol del estado es hacer esa articulación un ciclo económico virtuoso”, aclaró Giménez.
Santa Fe se planta junto a los chacareros
Según Elida Formente, directora del Laboratorio Industrial Farmacéutico de la Provincia de Santa Fe (LIF), el cannabis medicinal es una política pública que busca, por un lado, sustituir la importación de insumos y garantizar el acceso a la salud y, por otro, proteger el conocimiento local y avanzar en la transferencia de tecnología a nivel local.
“Empezamos a investigar cómo sustituir importaciones, y construir técnicas analíticas propias. Hoy ya las tenemos. En octubre de 2021 obtuvimos el primer lote público para tratar epilepsia refractaria. Ahora con la nueva Ley 27.669, trabajamos en el desarrollo de buenas prácticas para nuestros pequeños productores”, cuenta Formente.
“Firmamos un convenio con INTA para avanzar con la transferencia de tecnología. Buscamos acompañar a la sociedad civil organizada, las organizaciones que han militado y que tienen el conocimiento empírico. Las buenas prácticas se diseñan en un ida y vuelta con las organizaciones. No buscamos reemplazar su trabajo”, aclaró Formente y dijo que, si bien las normas internacionales pueden servir de guía, “para ganar soberanía, la Argentina necesita normas propias”.
“No podemos pensar en exportar sin desarrollar el mercado interno”, agregó la santafesina.
¿Puede el cannabis servir a los pequeños productores? “El nacimiento de una nueva actividad genera mucha expectativa, y el estado contribuye a consolidar pymes que quizás no tienen los recursos para reconvertirse al cannabis. Ahí está el estado provincial para acompañar esa reconversión productiva”, señaló Formente.
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¿Qué dicen los productores? Prejuicios, mitos, expectativas, inseguridad están presentes.
“En los últimos 100 años el cannabis fue demonizado en todo el mundo. Cuando los productores me preguntan les planteo tres caminos paralelos. El autocultivo, el cannabis farmacéutico -que es más restrictivo-, los alimentos y otros productos derivados”, continuó la directora provincial y explicó que la duda más recurrente entre los productores es si ya es legal o no.
En 2023 y más allá, el LIF apunta a la generación de evidencia clínica, mientras articula con productores locales. “La idea es poder tener otros productos, diversificar lo que producimos. Y para eso tenemos que concentrarnos en las extracciones. Ahí, junto con el CONICET, hay una oportunidad para encadenar más fuentes de trabajo”, sumó Formente.
Clúster y reconversión: es posible
La ingeniera agrónoma (Mg) Silvana Babbitt, presidenta del Instituto Nacional de Semillas (INASE), abonó la tesis de Formente y considero que el estado debe ocuparse de potenciar el surgimiento de nuevas empresas de cannabis agrupadas (clúster) en el interior del país.
Babbitt sabe de lo que habla. Durante más de una década estuvo al frente del clúster florícola de San Pedro y el AMBA. Explicó que, allí, el estado ayudó a los productores de cítricos de la zona a reconvertirse para seguir en actividad.
“Los clústeres sirven para que las empresas mejoren sus procesos, innoven y compartan conocimientos. En el sector de viveros había mucho individualismo, el que produce el mejor jazmín no le decía cómo producir al que hacía rosas. Y el clúster les permite potenciarse al compartir conocimientos”, dice Babbitt.
¿Podría pasar lo mismo con el cannabis? ¿Se pueden formar clústeres cannabicos en la Argentina? Babbitt ofreció el ejemplo del Alto Valle, en Rio Negro, donde la producción de lúpulo puede asociarse al cannabis.
“Cuando termina la cosecha del lúpulo, arranca la del cannabis. Con pequeñas modificaciones las maquinarias se pueden usar para ambos cultivos. Entonces, ¿por qué no pensar en desarrollar un clúster cañamero en el Alto Valle?”, se preguntó Babbitt y agregó que, si bien la Argentina es productora mundial de semillas para cultivo extensivo, el país todavía tiene que desarrollar semillas hortícolas, para los pequeños chacareros como Juan.
Bio Insumos y un ejército de Terminators
Ok, el cannabis puede ser una alternativa… pero, ¿tenemos en Argentina los insumos necesarios para cultivar cannabis medicinal? ¿Puede su cultivo ser amigable con el medioambiente?
Juan Catracchia, ingeniero agrónomo y jefe de producto FBN soja y terápicos de la empresa Rizobacter, explicó que la firma cuenta con más de 45 años de experiencia en Argentina (y en 45 países), aislando bacterias que promueven el crecimiento de las plantas de un modo cuasi-natural.
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Se trata de microorganismos, bacterias u hongos que combaten otros microorganismos dañinos para con la planta. En vez de rociar las plantas con agroquímicos que destruyen la vida en el suelo y contaminan el agua, las bacterias y los hongos inoculados hacen el trabajo sucio por nosotros.
“Desarrollamos una bacteria que genera una simbiosis con la planta de soja, capta el nitrógeno de la atmósfera. El 78% de la composición del aire que respiramos tiene nitrógeno. Eso estaba en la naturaleza. Nosotros lo único que hicimos fue aislar y purificar la cepa”, explicó Catracchia y aclaró que Rizobacter fue “el primer laboratorio argentino en registrar un fungicida de origen biológico”.
“Una cepa de Trichoderma, un género de hongo. Fue mediante un convenio con el INTA Castelar”, agregó Catracchia.
Catracchia considera que los agroquímicos son “una solución para la humanidad”, y reconoce que el boom de los insumos biológicos responde a una “demanda de la sociedad a la que la industria se va adaptando”. Sin embargo, ¿puede la industria agroquímica argentina satisfacer la demanda de insumos biológicos?
Según Catracchia, la escala industrial ya existe y el 90% de los campos de soja ya son inoculados con microorganismos estandarizados en la planta de Rizobacter en Pergamino.
“Es uno de los laboratorios de Microbiología agrícola con calidad farmacéutica más grande del mundo. Pasamos el millón de hectáreas tratadas con bio-fungicidas. El productor argentino tiene una tendencia a aplicar tecnologías que le den rentabilidad y mayor rendimiento que el químico. Si le damos soluciones contundentes, eso se escala”, continuó Catracchia.
“La industria está trabajando en complementar moléculas químicas con moléculas biológicas”, dijo el ingeniero y ofreció un ejemplo de la mecánica de esta suerte de Terminator anti-patógenos.
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“Hay fungicidas que tienen tres moléculas químicas. Nosotros podemos reemplazar una con un biológico, bajando un 33% de la carga química en la formulación final. Eso es un avance enorme en sí mismo”, sostuvo Catracchia y destacó que, aunque de manera incipiente, los insumos biológicos ya están aumentando el valor de la producción hortícola.
“Hay mecanismos de certificación de buenas prácticas agrícolas y se está tratando de generar un mercado para el productor que trabaja con productos de perfiles sanitarios de menor impacto ambiental. Es lo que demanda el consumidor. Se genera ahí como una industria de certificaciones de buenas prácticas, creo que de a poco vamos tendiendo a eso”.
“Apuntamos a lo que nosotros denominamos agricultura regenerativa. Estamos viendo un cambio generacional en Argentina, muy profesionalizado, donde todo se mide. Hay mucha agricultura digital, procesamiento de datos. Se hace todo de modo muy consciente, es una nueva generación, con menos de 40 años de edad. Tienen una conciencia distinta de la sustentabilidad”, concluyó el directivo de Rizobacter.
Foto cortesía de Expo Agro 2023
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