De la Unidad a la Fragmentación
Me encontraba trabajando con la compu junto con una amiga para un proyecto. Cuando abro el excel para armar juntos una planilla, salta el mismo cartel que aparece cada vez que abro el excel: “Obtenga Office auténtico”. Para mí era algo normal, pero ella se sorprendió y me hizo notar la falta honestidad de no pagar por el paquete office oficial. Me dejó reflexionando por un rato largo. Tenía metido en la cabeza que lo común era no pagar por eso, una forma de viveza criolla, cuando lo lógico y responsable era hacerlo.
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Claramente, algo resonó en mí, porque automáticamente me di cuenta de la falta de claridad que había tenido sobre ese tema. De alguna manera no me gusta pagar por ese servicio, a pesar de que el excel, aun después de más de 20 años de usarlo, sigue siendo mi herramienta favorita. A pesar de eso, nunca me había puesto a reflexionar sobre el tema. Hay una limitación interna que hace que prefiera no pagar por ese tipo de servicios a pesar de la utilidad que le doy. No creo que sea con el único programa ni tampoco al único que le pasa. Apuesto que si Instagram, Facebook, Twitter, Gmail o Whatsapp hubiesen sido aplicaciones pagas desde el principio, la historia sería diferente. ¿Qué es esa limitación que nos lleva a preferir no pagar por ciertos productos o servicios?
Para empezar a desmenuzar de donde proviene la limitación, y como egresado de una carrera de ciencias económicas, voy a retrotraerme a la definición de economía que aprendí dos décadas atrás: “la administración de los recursos escasos de la naturaleza”. Esta escasez nos hace competir por recursos que parecen que se van a acabar. Pero si vuelvo un poco más atrás en el tiempo, todos los deportes y juegos que he practicado implican una competencia en donde para poder ganar, el otro tiene que perder. Nuevamente, en economía existen los famosos juegos de suma cero: una situación en la que “la ganancia o la pérdida de un participante se equilibra con exactitud con las pérdidas o ganancias de los otros participantes”.
Nuestro sistema se encuentra basado en este tipo de pensamientos competitivos. Pero analizando más allá de lo económico, se puede ver cómo la limitación humana se expresa en muchos más aspectos de lo que imaginamos: la imposibilidad de tener o mantener una relación estable y amistades duraderas, las limitaciones físicas o de salud, la imposibilidad de conseguir un trabajo desafiante, un hogar propio o un medio de transporte adecuado. También nos limitamos al amor verdadero, a estar en paz con los demás y con nosotros mismos, a vivir alegremente, a ser felices. Parecería que la limitación es una característica propia del ser humano, y quizás haya que buscarla en la propia mente.
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Si nos remontamos al inicio de la vida, el recién nacido es pura conciencia, ilimitada y absoluta, no existe la separación. A medida que empieza a pensar, empieza la fragmentación de la mente: cada pensamiento es una etiqueta que separa la realidad absoluta en partes, es decir, separa al fruto del árbol, las nubes del cielo, la ola del mar, a uno mismo de otros. Con esta separación surge esta idea de que “yo” soy alguien separado del resto, diferente de los demás, por lo tanto limitado y escaso. Esta creencia base luego se expresa en los diferentes aspectos de nuestras vidas como vimos anteriormente.
El clásico ejemplo que se utiliza para entender esta fragmentación es el ejemplo del océano y la ola. El océano es uno solo, es ilimitado, no tiene principio ni tiene final, no tiene nacimiento ni muerte. Si vemos una ola podemos creer que es diferente del mar, que tiene una forma propia, un tamaño, una altura, un recorrido, etc; pero cuando la ola se aproxima a la orilla, parece volver a la totalidad del océano, al todo, a lo que en realidad nunca dejó de ser. Nuestro pensamiento fragmenta y transforma la realidad en partes para entenderla, de esta manera nos separa del resto y nos lleva a la lucha, al conflicto, a la resistencia, a la ira contra los demás.
Pero en realidad no hay nadie allá fuera separado de uno mismo, es sólo una ilusión de la mente, la ilusión del pensamiento. El creer que soy alguien diferente del resto es lo mismo que creer que la ola es diferente del océano, esta ilusión en la que vivimos inmersos es la que nos separa de la paz, del amor verdadero, la felicidad, de nuestra verdadera naturaleza y de nuestro propósito de vida. La separación es solo un pensamiento: cuando el niño cree lo que le dicen acerca de la realidad, deja de ver la realidad para ver un pensamiento sobre la realidad.
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A medida que el niño va creciendo, los pensamientos se multiplican y la mente se fragmenta cada vez más, limitándonos en cada aspecto de nuestras vidas, encerrándonos en la prisión del falso yo. El camino es volver a la inocencia del niño que no ve diferencias, que no discrimina ni juzga; es dejar de lado completamente todos los significados que aprendimos para desfragmentar la realidad en una gran separación y retornar hacia la unidad. Se trata de soltar y de dejar ir todo pensamiento sobre los demás, solo estando en paz con el otro (que no es más que un reflejo de uno mismo) podremos estar en paz con nosotros mismos.
Para dejar de limitarme, contraté el paquete familiar de Office 365.
Vía LinkedIn.
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