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La Economía del Placer: El Nuevo Paradigma en Drogas que Podría Ahorrar Millones

Cannabis

La Economía del Placer: El Nuevo Paradigma en Drogas que Podría Ahorrar Millones

Por Javier Hasse

La Economía del Placer: El Nuevo Paradigma en Drogas que Podría Ahorrar Millones

✍ 26 August, 2025 - 11:49


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Durante décadas, el debate sobre drogas se ha medido en términos de costos: desde la pérdida de productividad y las hospitalizaciones, hasta los gastos en seguridad y encarcelamiento. Solo en Estados Unidos, el impacto económico del consumo ilícito ronda los 193 mil millones de dólares anuales, según el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA)

Sin embargo, hay un punto ciego. El consumo de drogas no responde solo al trauma, la pobreza o la patología, como suele plantearse en los debates públicos. La gente también consume porque se siente bien. Porque hay placer, conexión y pertenencia. Porque ciertas experiencias generan una sensación de identidad más fuerte.

Un viejo chiste dice: “¿Saben cuál es el problema con las drogas? Que se sienten demasiado bien”. Y da en el clavo. Ignorar este motor humano básico también tiene un costo.

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Hoy, investigadores y trabajadores de reducción de daños están introduciendo una idea radical, casi contraintuitiva: ¿qué pasaría si las políticas y la educación sobre drogas no partieran del miedo, sino del placer? ¿Y si reconocer las verdaderas razones del consumo pudiera reducir sobredosis, mejorar la salud mental y ahorrar millones a los gobiernos?

Como señalaron Valentine y Fraser en su estudio de 2008 sobre pacientes en tratamiento con metadona, “Aunque el consumo placentero y el problemático suelen pensarse como mutuamente excluyentes, el placer aparece tanto en los efectos de drogas como la heroína o la metadona como en los mundos sociales de los programas de mantenimiento con metadona”.

Ese es el horizonte de la “gestión del placer” o “maximización del placer”, una nueva forma de pensar el consumo que mezcla economía, salud pública y experiencia vivida. Daniel Bear y colegas sostienen que la reducción de daños con frecuencia “pone en primer plano los riesgos a expensas de los beneficios”. Su marco de Consumo Consciente y Maximización de Beneficios (MCBM) comienza preguntando a las personas por qué consumen, qué beneficios buscan y cómo reducir riesgos sin perder esos beneficios.

Una mirada ancestral

Zara Snapp, directora del Instituto RIA en México, recuerda que esto no se trata de una invención reciente. Señala las tradiciones ancestrales en toda América Latina, donde las plantas psicoactivas se utilizaban para fomentar la visión, el conocimiento y la conexión con lo sagrado. En este aspecto, el debate actual sobre la gestión del placer forma parte de una historia humana mucho más larga: el uso de sustancias para el bienestar y el sentido, no solo para el riesgo.

Silvia Inchaurraga, psicoanalista y presidenta de ARDA (Asociación de Reducción de Daños de Argentina), lo enmarca en términos de derechos. “El concepto de reducción de daños no se sostiene sin legitimar el derecho de las personas a consumir drogas… Las intervenciones deben focalizarse siempre a partir del reconocimiento de este derecho y del sujeto que consume como ciudadano”, dice.

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Así, argumenta que la gestión del placer desafía las lógicas abstencionistas que buscan eliminar el riesgo por completo, en lugar de reconocer que la gente consume por múltiples motivos, incluido el bienestar.

Por qué realmente la gente consume drogas

Una revisión sistemática publicada en 2017 por Guise y sus colegas analizó 41 estudios sobre los inicios en el consumo de drogas inyectables. La conclusión fue clara: las elecciones rara vez surgían únicamente de la desesperación. Muchas personas comenzaban a inyectarse buscando placer, respondiendo a la tolerancia creciente, por pertenencia social o como forma de sobrellevar traumas.

El placer sexual es otro motor. En un estudio sobre usuarios afroamericanos de MDMA, Khary Rigg identificó cuatro motivos principales: alterar los efectos de la marihuana y el alcohol, intensificar el placer sexual, prolongar el rendimiento y animar a la pareja a experimentar. Como dijo un participante, el éxtasis era una herramienta para experiencias sexuales “locas”.

Estos hallazgos rompen estereotipos. Mientras que los jóvenes blancos en raves suelen describir el MDMA en términos de empatía o conexión con la música, los participantes de Rigg se centraron en el sexo. La diferencia va más allá de lo cultural. Es un recordatorio de que el placer no es monolítico. Los mensajes de reducción de daños deben adaptarse a las comunidades a las que buscan servir.

Incluso en contextos que etiquetamos como “problemáticos”, el placer está presente. Los pacientes de Valentine y Fraser señalaron que disfrutaban no solo de los efectos de la heroína o la metadona, sino también de la vida social creada en los programas. Las clínicas no eran solo para sobrevivir, también eran espacios de alegría y pertenencia.

Reducción de daños desde abajo

Si el placer motiva el consumo, también motiva el cuidado. Las personas no siempre son imprudentes y a menudo desarrollan sus propias estrategias para equilibrar disfrute y seguridad.

En Brooklyn, trabajadores de la vida nocturna queer contaron al investigador Tait Mandler cómo equilibraban cuidadosamente las sustancias para sostener el rendimiento y evitar daños. Lejos de la imprudencia, era una “curaduría” intencional del disfrute y la seguridad.

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Snapp ve lo mismo en América Latina. “La gestión del placer es entender que las personas buscan conexión, empatía y la sensación de estar interconectadas. Las sustancias pueden ayudar a potenciar eso, a generar mayor conciencia”, dice. También menciona los servicios de análisis de drogas como Checa Tu Sustancia en México o Échele Cabeza en Colombia, donde a los usuarios se les pregunta por qué consumen, con qué frecuencia y por qué analizan sus sustancias. “Las respuestas eran simples: para disfrutar, para sentirme bien. Y el resultado es menos ambulancias, menos sobredosis y menos carga sobre los recursos públicos”.

En Argentina, Inchaurraga y ARDA han llevado estos mensajes al espacio público durante décadas, con campañas como Si te picas, léeme (2000), Si consumís igual tenés derechos (2005) y más recientemente ¿Chequeaste tus pastis? (2024). Estas frases, compartidas en fiestas, festivales y universidades, normalizan el diálogo sobre riesgos y placeres, haciendo visible la reducción de daños en la vida cotidiana.

Para Snapp, estos servicios encarnan el cuidado colectivo. No son solo intervenciones técnicas, sino espacios donde se puede hablar abiertamente, compartir prácticas y tomar mejores decisiones. También contrasta cómo el alcohol y el tabaco están normalizados pese al enorme daño que causan, argumentando que la gestión de placeres ofrece “la otra cara de la moneda”, una oportunidad de construir culturas más sanas de disfrute y autorregulación.

Sheila Vakharia, directora de la Drug Policy Alliance, recuerda que la reducción de daños misma nació como una práctica liderada por usuarios; personas que consumían y se organizaron para cuidarse entre sí. “La reducción de daños comenzó con personas que usan drogas cuidándose unas a otras… muchos reconocen que maximizar el placer mientras se reducen riesgos debería ser parte clave del trabajo”, dice.

Incluso servicios formales muestran este cambio. En Frankfurt, Duncan y colegas documentaron cómo las salas supervisadas de consumo no solo ofrecían condiciones más seguras, sino también nuevas formas de placer: seguridad, dignidad y pertenencia.

En conjunto, estas historias muestran que la gestión del placer no es un concepto abstracto. Se ve en clubes, en clínicas y en comunidades. Lo que falta es reconocimiento y apoyo por parte de los gobiernos.

Costos reales y ahorros potenciales

Si las comunidades ya gestionan su consumo, la pregunta es: ¿por qué la política no se pone al día? ¿Y cuánto cuesta ese retraso?

La mayor parte del gasto público en drogas es reactivo y punitivo. Presupuestos policiales, tribunales, cárceles y salas de urgencias absorben la mayoría. Poco se destina a prevenir esos costos abordando por qué la gente consume en primer lugar.

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No son gastos inevitables. Como muestra este informe de Drug Policy Alliance, son el resultado directo de la guerra global contra las drogas, una política que no solo maximiza daños sino que también impacta desproporcionadamente a comunidades de bajos ingresos, mujeres y personas racializadas.

La investigación es clara. En un estudio con adultos de minorías sexuales basado en la Encuesta Nacional sobre Consumo de Drogas y Salud (2017), Yockey y colegas hallaron que 21,9% reportó uso de tranquilizantes en el último año. Los factores de riesgo incluían ser mujer, tener más de 35 años, policonsumo y pérdida de placer en actividades antes placenteras. En otras palabras, la depresión y el estrés estaban impulsando el consumo. Abordar estas realidades antes de que escalen es mucho más barato que esperar sobredosis u hospitalizaciones.

Es decir, las políticas que criminalizan terminan multiplicando costos. Por ende, urgen políticas que reduzcan daños y reconozcan las motivaciones del consumo. Ahí están los ahorros.

Los programas de ARDA lo confirman con números. En Rosario, un estudio inicial sobre distribución de kits de inyección mostró que entre 5 y 6 de cada 10 personas contactadas entraron al sistema de salud para hacerse test de VIH o recibir consejería. Más recientemente, ARDA desplegó más de 100 dispositivos en fiestas de cinco provincias, alcanzó a 21.000 personas con información y analizó 1.600 muestras, de las cuales el 18% contenía otra sustancia distinta a la esperada. Menos sobredosis, menos hospitalizaciones, más cuidado.

Por otro lado, Vakharia aporta una mirada de política: “Las leyes que hemos aprobado para regular el cannabis de uso adulto probablemente sean la ilustración más clara de que reconocemos el placer como motivador”.

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Y Snapp conecta los puntos con derechos humanos. “Según Naciones Unidas, más del 83% de quienes consumen drogas ilegales lo hace sin desarrollar patrones problemáticos. Este marco responde a ellos, con servicios que no demandan abstinencia y, en última instancia, un suministro seguro mediante regulación legal”. También señala que, aunque persisten resistencias (los críticos dicen que hablar de placer “promueve el consumo”), algunos gobiernos ya empiezan a usar el concepto. En Uruguay y en municipios de Ciudad de México como Iztapalapa, funcionarios han comenzado a enmarcar programas públicos en torno a la gestión de placeres, mostrando que el concepto ya está entrando al debate político.

Inchaurraga observa la misma dinámica en Argentina: el discurso en salud pública acepta más fácilmente la reducción de daños como prevención del VIH que como legitimación del placer. Y advierte que eso deja derechos sin atender y perpetúa el estigma.

Comparado con los gastos en policía, cárceles y tribunales, el contraste es claro. Los modelos internacionales lo respaldan. Estudios de salas de consumo en Europa y Canadá muestran que previenen infecciones de VIH, reducen llamadas de emergencia y bajan muertes por sobredosis. Cada sobredosis evitada ahorra decenas de miles de dólares en atención hospitalaria. Cada arresto evitado libera juzgados y cárceles.

El verdadero costo del consumo de drogas no es que la gente busque placer. Es que las políticas lo sigan ignorando.

Hacia la gestión del placer

La evidencia apunta en una dirección: la reducción de daños por sí sola no basta. Para ahorrar costos y mejorar vidas, la política debe abrazar la gestión del placer.

La gestión del placer no rompe con la reducción de daños, sino que la amplía. Durante décadas, los programas comunitarios reconocieron el placer y la soberanía sobre el propio cuerpo. Lo nuevo es la visibilidad y urgencia en un escenario global donde la criminalización fracasó y la gente se organiza para exigir respuestas basadas en derechos y evidencia.

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Por caso, el marco de Consumo Consciente y Maximización de Beneficios es una propuesta. Critica a la reducción de daños por enfocarse demasiado en riesgos, y pide ayudar a reflexionar sobre motivos, efectos buscados y estrategias para maximizar beneficios minimizando daños.

Otros investigadores, como David Nutt en Reino Unido, refuerzan esta idea con sus rankings comparativos. Su estudio en The Lancet mostró que el alcohol, siendo legal, causa más daño general que la heroína o el crack, en gran parte por su enorme impacto social: violencia, accidentes, costos comunitarios. Está claro que las clasificaciones prohibicionistas no reflejan la evidencia real.

Asimismo, Snapp y el Instituto RIA subrayan la importancia cultural y política: “Vemos esto profundamente vinculado al autocuidado y al cuidado colectivo… entendiendo que las personas, incluso consumiendo sustancias controversiales, lo hacen para sentirse bien o aliviar algún dolor, lo que también conecta con el bienestar”. Lo plantea no solo como herramienta práctica, sino como política de drogas basada en derechos. Una perspectiva que entiende que reconocer el placer también es proteger la dignidad y garantizar que las personas sean tratadas como sujetos, no como patologías.

Por su parte, Inchaurraga y ARDA lo llevan al plano de la gobernanza: las intervenciones deben partir del reconocimiento del derecho a consumir como ciudadanos, no criminalizarlo.

Incluso en salas de consumo supervisado, Duncan y colegas hallaron que placer y seguridad pueden coexistir. Las personas reportaron satisfacción al ser tratadas con dignidad y cuidado. El trabajo de Mandler en la noche queer de Brooklyn muestra lo mismo: usuarios que regulan dosis, tiempos y combinaciones para equilibrar diversión y funcionalidad. Estas estrategias comunitarias prueban que la gestión de placeres es real y escalable.

Tres pilares se destacan:

  • Uso consciente: Integrar MCBM en la educación para que la gente piense su consumo de forma intencional.
  • Espacios comunitarios: Apoyar entornos de consumo seguro que reduzcan emergencias y generen pertenencia.
  • Mensajes adaptados: Reconocer que las motivaciones varían según cultura, género y contexto. La reducción de daños debe reflejar esas realidades para funcionar.

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Como concluye Vakharia: “El placer y la recreación son de los mayores motivadores del consumo de sustancias, por lo que deben incorporarse a las conversaciones sobre seguridad y política”.

Del miedo al pragmatismo

La política de drogas se ha guiado por el miedo. Miles de millones se destinan a castigo y emergencia, mientras se ignora uno de los mayores motores del consumo: el placer. El resultado es un sistema costoso e ineficaz.

La evidencia muestra otro camino. Uso consciente, espacios comunitarios y mensajes culturales adaptados prueban que la gestión de placeres no solo es posible, ya está en marcha. Las personas planifican, moderan, comparten y experimentan responsablemente. Los servicios que reconocen esta realidad reducen emergencias, salvan vidas y abaratan costos.

Y el cambio no es solo local. En 2025, Colombia lideró una resolución histórica en la Comisión de Estupefacientes de la ONU, logrando la primera revisión independiente de los tratados internacionales. Por primera vez, el prohibicionismo será puesto bajo escrutinio externo. La gestión del placer y la reducción de daños forman parte de este cambio de paradigma global, que se aleja del castigo y se acerca a la evidencia, los derechos y el pragmatismo.

Para los gobiernos, la disyuntiva es clara: seguir gastando en cárceles y urgencias, o destinar una fracción a intervenciones que reflejen por qué la gente realmente consume. El retorno es evidente.

La gestión del placer no es un lujo. Es derechos humanos, economía pragmática y salud pública inteligente. Y sobre todo, es más justa y más humana.

Vía Forbes, traducida por El Planteo.

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ACERCA DEL AUTOR

Javier Hasse es un periodista experimentado con más de una década de experiencia enfocado en cannabis, cáñamo, CBD y psicodélicos. Escribe para Forbes desde 2019 y actualmente se desempeña como jefe de contenido en Benzinga y CEO del sitio de noticias en español El Planteo, el cual cofundó. Su trabajo ha aparecido en importantes medios como CNN, Rolling Stone, MarketWatch, Playboy, Chicago Tribune, CNBC, Yahoo Finance y Entrepreneur Magazine. Su primer libro, Start Your Own Cannabis Business, fue un bestseller #1 en Amazon, y su último libro, A Guide to Medical Cannabis: Your Roadmap to Understanding and Using Cannabis and CBD for Health, fue lanzado en noviembre de 2024 a través de Sheldon Press de Hachette Publishing.

Nombrado entre las 100 personas más influyentes del cannabis según High Times, Javier también ha aparecido en varias otras listas prestigiosas y ha recibido numerosos premios por su reporteo de impacto. Es miembro del Rolling Stone Culture Council y un rapero que ha llegado a los charts de Billboard. Sigue a Javier para una cobertura continua de las tendencias globales en cannabis, CBD, psicodélicos y bienestar.

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