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Las Psicodélicas Aventuras de Luis Alberto Spinetta, o Cómo Ir y Volver por Amor al Arte

Por Lean Falcón

Las Psicodélicas Aventuras de Luis Alberto Spinetta, o Cómo Ir y Volver por Amor al Arte

✍ 23 January, 2024 - 11:02


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Por Lean Falcón

Cada tantos años, los medios especializados nombran a Luis Alberto Spinetta como uno de los músicos más influyentes de la historia del rock argentino. Y aunque a él este honor no le parecía importante (“No significa nada… es algo muy relativo… no me molestaría ser el menos influyente… son cosas para dorar la píldora”, le dijo a Canal A en el 2002), algo de razón tienen para hacerlo. Pero, ¿qué influyó al artista más influyente?

Casi que no hay músicos argentinos que, en algún momento, no hayan encontrado en la obra de El Flaco algo de información interesante. Con 39 discos oficiales de larga duración y casi 400 canciones registradas (a las que hay que sumar inéditos, bandas sonoras y bootlegs) existe material de sobra por el cual inspirarse.

En su biografía aparecen algunas de sus influencias recurrentes: la represión estatal a manos de la policía y los militares; el cariño de los familiares y amigos; el descubrimiento de la obra de otros artistas y, por supuesto, las drogas. El sexo, las drogas y el rock and roll son un trío tradicionalmente inseparable; y en la vida de Luis Alberto, varios momentos de su carrera se vieron atravesados por ellas.

Despertar al mundo

La primera anécdota relacionada a las drogas aparece en la vida de Spinetta, curiosamente, antes de que las hubiera probado. En la época del secundario, como una travesura contestataria hacia las autoridades eclesiásticas que dirigían el Colegio San Román, Luis y amigos organizaron un evento de graduación titulado “Homenaje al Ácido Lisérgico”.

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Allí pasaron música de la incipiente cultura hippie, proyectaron la película Help de Los Beatles, hicieron sketches delirantes y tocaron algunas canciones. El clímax del show lo daría una escena donde Luis y otros amigos disfrazados de hippies fumones eran “inyectados” por unas jeringas gigantes de utilería, lo que figurativamente daba pie a que entrara la fantasía psicodélica en la historia que estaban contando.

Aquellos jóvenes inocentes y obedientes no conocían (aún) los caminos de la sustancia, pero sí tenían fragmentadas noticias sobre la movida cultural de los años 60, de las enseñanzas de Timothy Leary y de los delirios del Sargento Pepper. Para ellos, las drogas eran más una metáfora de aquella novedosa forma de vivir la vida que un hábito de consumo.

Iniciado del alba

Acerca de esa época, circuló en el periodismo una anécdota apócrifa que contaba que, en una reunión de una agrupación política juvenil, Luis se habría mechado un charuto en protesta por la posición grupal de que “las drogas eran enajenantes”.

Emilio del Guercio, bajista de Almendra y compañero durante la corta militancia de Spinetta, desmiente el episodio en el libro Ruido de Magia: “Nunca Luis se fumó un porro delante de ellos por la sencilla razón de que no conocíamos la marihuana en aquella época”.

Según Del Guercio, el primer porro se lo habrían fumado en 1969, en la terraza de su propia casa, por cortesía de un mochilero vagabundo al que le decían “El Francés”. Más allá de ese debut, el ambiente general en el que se movía Spinetta era más de fantasía imaginativa que inducida por sustancias.

Recién en 1970, Spinetta (ya con una pequeña fama como cantante de Almendra) se empezó a juntar con gente más “de la pesada”, como Pappo o Alejandro Medina. Y en esos ambientes sí circulaban drogas. ¿Qué drogas circulaban? Algo de marihuana, algo de LSD, pero principalmente anfetaminas.

Almendra, 1970 // Vía Wikimedia Commons

Durante finales de los ‘60 y principios de los ‘70, las anfetaminas fueron de venta libre y de uso popular. A diferencia de otras sustancias, tenían un correlato de marketing positivo, al igual que lo tiene hoy el alcohol. La marca “Obesín” le prometía a las amas de casa que el consumo les ayudaría a bajar de peso, y la marca “Actemín” le prometía a los estudiantes que se podrían quedar toda la noche sin dormir leyendo para los exámenes finales. Todo muy normal.

Hoy sabemos que el uso indiscriminado de anfetaminas conlleva adicción, problemas cardíacos, depresión, trastornos del sueño e inclusive muerte súbita; pero eso no significa que hayan desaparecido del consumo popular.

Spinettalandia y sus amigos tóxicos

El primer disco de Almendra tuvo bastante éxito y es hasta el día de hoy recordado como una piedra fundacional de la música rock en Argentina. El segundo, Almendra 2, aunque tiene lindos momentos, es más un compilado caótico de ideas sueltas que una obra esquematizada.

Ese desmadre espejaba la situación caótica que vivía la relación de los miembros de la banda, en parte producida por las “malas juntas” que llevarían al jovencito Luis Alberto por el camino de los excesos.

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Bajo esas influencias, Spinetta ideó una especie de ópera hippie (que nunca se produjo) y se fue a vivir en comunidad al barrio Florida, partido de Vicente López.

Por esa casa deambulaban músicos, artistas y personajes de todo tipo. Aunque sus ex compañeros la recuerdan como un lugar de perdidos, Luis ha hablado de esa experiencia como una forma de rica experimentación juvenil. Por estas y otras diferencias, Almendra se terminó separando, a pesar de que por contrato la banda le debía a la discográfica un longplay más.

La primera idea de Spinetta para saldar esa deuda sería grabar 32 minutos de sonidos random sin ensayar, dividirlo en lado A y lado B, y entregarlo a los patrones bajo el nombre “La música que hace cualquiera”.

Cuando esa propuesta no tuvo quórum, ideó un plan B, no menos delirante, que consistía en juntarse a tomar anfetaminas, LSD y lo que hubiera, para grabar el disco durante 30 horas, en una sola sesión casera.

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Pappo y Spinetta tocando juntos en el Festival Pinap realizado en Buenos Aires en 1969 // Fuego adentro, CC BY-SA 4.0, vía Wikimedia Commons 

De esa experiencia nació Spinettalandia y sus amigos, una especie de popurrí de canciones propias y ajenas, y que cuenta con la participación de Pappo, Miguel Abuelo, “Pomo” Lorenzo, el fotógrafo Victor Kesselman y la poeta Elizabeth Wiener. Aunque también había otros bohemios deambulando por la casa, estos son los nombres que quedaron grabados en el disco.

Mi espíritu se fue

Terminada la experiencia de la vida comunal, Luis Alberto se fue de viaje por Europa con Pomo y dos amigas, ahora a vivir la experiencia del amor libre. Para su vuelta, a los delicados “Campos Verdes” que cantaba Almendra, le sobrevinieron la “Post-Crucifixión” de Pescado Rabioso. Spinetta se armó otra banda para tocar música pesada, con gente pesada y vivir el estilo de vida de los pesados.

En la nueva banda no había tanto pudor hacia el consumo de sustancias. Una de las anécdotas  de esa época es que, cuando ensayaban en la casa de la familia Spinetta, el padre tenía que sacar al patio los pajaritos que tenía como mascotas, porque si los dejaban en la casa, terminaban fumándose el humo que salía de la sala y le cantaban cualquier cosa.

También, en esta época a Luis Alberto se le adjudicó fama de “pincheto” o “picota”, apodo que identificaba a la más baja casta del círculo social de los drogones: los heroinómanos. La heroína inyectable era considerada como una droga total; una sustancia que, cuando la empezabas a consumir, te tomaba la vida por completo.

Luis estaba alejado de eso, pero era muy amigo de Tanguito, quien sí disfrutaba de buscarse las venas, y que siempre era bien recibido en la casa de la familia Spinetta. Curiosamente, al vivir la experiencia heroinómana viendo la decadencia de su amigo, Luis se curó de espanto antes de probarla.

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Esa experiencia de vida “de la pesada” que significó Pescado Rabioso se fue transformando en una búsqueda más compleja, mirando hacia el rock progresivo. Como pasaría con Spinetta Jade (su banda más jazzera de los años ochenta), la música ya se volvía demasiado complicada como para poder interpretarla estando dado vuelta. Alejándose de los excesos, Luis canta en la canción “Hola, pequeño ser”: “Lo que amaba en vos ya no lo encuentro más”.

Todas las hojas son del viento

Para 1973 Spinetta tenía 23 años, 2 ex-bandas exitosas y 5 discos grabados. Había parado con la pesada, había vivido en comunidad, se había ido de viaje por el mundo… Había experimentado con la bohemia y había sobrevivido para contarlo.

Pero ni la inocencia ni la dureza lo habían dejado del todo conforme a nivel artístico. Vuelto, junto a su novia, a vivir a la casa de sus padres, se preparaba para producir su obra maestra.

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Pescado Rabioso 1972/73 // vía Wikimedia Commons

Según varias fuentes, Artaud es el mejor disco del rock nacional y, desde el lado de las drogas, es la historia de quien fue y volvió de las zonas tóxicas de la vida. Las letras ya hablan de “Cuidar bien al niño, cuidarlo de drogas” y de que “todo eso es en vano, como no dormir”. Ya las sustancias, como estados distorsionados, dejan de ser una fuente directa de inspiración.

Pero sí se convierten en una fuente indirecta.

Antonin Artaud, el artista francés que da nombre al disco y que figura en la foto de la tapa era depresivo y drogadicto. En el libro Martropía, Spinetta le aclaró a Juan Carlos Diez que, de la locura del francés, solo tomó lo valioso: “No me interesa mucho el dolor, sino la forma en que uno puede llegar tan profundamente dentro de sí mismo como para encontrarlo de esa manera, que es lo que hizo Artaud.”

Lo que nos ocupa es la conciencia

A la disolución de Pescado Rabioso le siguió la formación del trío Invisible. De esa etapa no hay tantas anécdotas con las drogas. Parecería que Spinetta ya había interiorizado las lecciones del exceso. Aún así, el estigma de “hippie drogadicto” lo seguiría durante largo tiempo.

Invisible, 1974, por Eduardo Martí // vía Wikimedia Commons

Ya en 1980, entrado en los 30 y organizando “el regreso de Almendra” en plena dictadura, los militares decidieron hacer una redada en uno de sus recitales y arrestar a 197 personas inocentes.

La razón detrás de este exceso de los gobernantes de facto es que el Ministerio del Interior había mandado un radiograma que decía: “Almendra ejecuta el género musical denominado rock nacional y sus integrantes hacen alarde de su adicción a las drogas, circunstancia que incluso es insinuada en las letras de algunas canciones que interpretan, como así también el desenfreno sexual y la rebeldía ante nuestro sistema de vida tradicional”.

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En su ridícula paranoia, el Estado mandaba agentes de la central de inteligencia a seguir a los Almendra individualmente. Cuando ellos notaban la presencia de “un cieguito”, se decían la palabra clave “Dolby” dentro de la conversación, como alerta para los demás.

Viejas mascarillas

Con la dictadura a cuestas y el sueño hippie envejecido, Spinetta empezó, una vez más, a replantearse su relación con el mundo. De sus estudios de filosofía rescató especialmente la figura del francés Michel Foucault y sus teorías sobre las formas del poder: “la droga” dejaría de ser solo una llave de apertura mental, también podría ser un instrumento de estupidización y opresión de las personas.

Y si vamos a hablar de drogas opresivas, no podemos dejar afuera a la cocaína: la droga que se puso de moda en el mundo del espectáculo durante la década del ‘80 y que se llevó puesta la creatividad de toda una generación.

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Foto por José Luis Perott, arte por Renata Schussheim (art), 1984 // vía Wikimedia Commons

En una larga entrevista para la Rolling Stone de junio de 2001, Spinetta contó su encuentro y desencuentro con el polvo blanco. Empezó en los años ochenta y cortó en seco el último día del año 1991: “Por desgracia tuve una época en que me gustaba y le di. Pero terminó. Ese es un antes y un después. (…) Yo no estaba tratando de jugar. Es una de las cosas más importantes que me sucedieron en mi vida: es vida o muerte, eso. Ahí sí necesitás tener poder. Pero ese poder no te lo da el que llenes conciertos o que vendas 800 mil discos. Te lo da tu propio corazón y la certeza de no estar más coimeándote a vos mismo, porque te sigue gustando algo que ya no te gusta ni te hace bien. Esa es la primera coima que te comés: la de meterte algo que te hace daño. (…) Dejarse matar por política o drogas peligrosas o menores, rápida o lentamente, es jugar para el enemigo.”

La Diosa Salvaje

Así como, desde la obra de Michel Foucault, Spinetta se creó una imagen del aspecto negativo del consumo, desde los escritos de Carlos Castaneda, encontró una filosofía positiva. El carácter chamánico y sagrado de las sustancias captó la atención del Luis Alberto ya maduro. Pero lo curioso es que el acercamiento de Luis a su obra parecería ser de carácter intelectual y no pragmático.

Al igual que con Artaud, se impuso una prudente distancia entre lo que es la teoría y lo que es la práctica: “He utilizado visiones de su lectura (de Castaneda); visiones del mundo que describe ese autor a mí me han aportado factores poéticos para las letras… Yo estoy muy lejos de poder vivir en la península de Yucatán y tener experiencias con los coyotes en el desierto. Más bien que hay que pelear con Segba, el termotanque, los impuestos, miles de cosas de otra realidad”.

Esa capacidad de poder tomar lo más valioso de las experiencias del consumo, sin quemar con sustancias ninguna conexión neuronal, terminaría siendo parte de su camino de crecimiento como artista.

Dale gracias

Visto en perspectiva, la relación de Luis Alberto Spinetta con las sustancias parece haber atravesado varios caminos hasta llegar a su madurez. Salvo por los ocasionales porritos, tuvo la inteligencia, la suerte y los reflejos suficientes como para entrar en lugares oscuros a buscar cosas interesantes, y salir antes de sufrir daños irreparables.

Todo esto con respecto a las drogas ilegales.

Las legales, las que el sistema nos vende todos los días mediante el bombardeo publicitario, serán motivo de otro análisis.

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En sus últimos años, Luis hacía referencias a que le gustaba tomar Coca Cola y algunas cervezas. Sin embargo, algunos señalan que su verdadero vicio era el cigarrillo; un vicio particularmente impuesto a fuerza de propaganda sobre las mentes de la generación que floreció durante la segunda mitad del siglo XX.

Spinetta se fue de este mundo y se hizo luz el 8 de febrero del 2012. Murió de cáncer de pulmón y dejó, como última declaración pública, una conmovedora carta que su hijo Dante comunicó en Twitter. En ella, aclaraba a sus seguidores que él se encontraba en camino “hacia una curación definitiva”. Muchos de sus seguidores pensaron que esa curación era la de la quimioterapia, hasta que advirtieron que estaba refiriéndose a su propia muerte. En ese mismo texto, hizo la siguiente petición: “Les recuerdo que, ahora en las fiestas, si van a conducir no deben beber. Gracias. Los quiero mucho. Felices Fiestas”.

Imagen de portada cortesía de Sergio Langer

Esta nota fue publicada originalmente el 20 de agosto de 2021.

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ACERCA DEL AUTOR

Lean Falcón eescribe notas, cuenta chistes, toca música, desarrolla software y otras cosas que mejor no contar.

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