Natacha Voliakovsky: Transiciones Hacia una Identidad con Menos Peso
Quizás pocas artes hoy en día tengan tanta incidencia política e impacto en la percepción social como el performance art. Nacida de una necesidad de señalar, de irrumpir, de movilizar, esta disciplina exige la entrega total del cuerpo del artista, en concordancia con la fuerza de lo que se quiere decir. Y, si alguien sabe de semejante entrega, es Natacha Voliakovsky.
Activista y artista de performance oriunda de Buenos Aires, Natacha cuenta con un buen número de proyectos bajo el cinturón, que le han ganado reconocimiento en varios continentes. Además, es la directora de Argentina Performance Art, la primera plataforma de investigación teórica sobre performance art del país. También ha desarrollado su propio sistema de enseñanza y entrenamiento para esta disciplina: el NV Method.
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Considerando que la acción política es cada vez más necesaria en los tiempos que corren, hablamos con Natacha Voliakovsky sobre el performance art en general, su trabajo en particular y hasta dónde se puede poner el cuerpo cuando no se puede hacer otra cosa.
Impacto profundo
Natacha explica que, históricamente, la performance en el arte aparece “para molestar al burgués”. Más allá de la actual tendencia a comercializar esta disciplina, en su momento buscaba denunciar las estructuras artísticas y sociales que se manifestaban en la separación de clases entre le artista y quien consume su arte.
“Eran los estratos más opuestos de la sociedad. El artista que hacía performance era el artista que quería molestar a todo su contexto”, dice Natacha.
Y, en ese entonces, la manera de molestar solía ser a través del shock. Hoy en día, este recurso suele ser utilizado en las disciplinas artísticas para paliar la falta de contenido, más que para llevar un mensaje. Sin embargo, este no es el caso de Natacha Voliakovsky: si bien el contenido de sus obras puede parecer shockeante en el relato, la acción en sí se destaca por no serlo.
Para ilustrar este punto, tomamos como ejemplo su obra La pieza del escándalo.
‘La pieza del escándalo’. Casa de Victoria Ocampo, Buenos Aires, Argentina, 2018. Curaduría por Marcelo Dansey. Parte del ciclo «Literatura Expandida», Fondo Nacional de las Artes.
En ella, Natacha ingiere pedazos de su propio cuero cabelludo, que habían sido extraídos previamente mediante una cirugía. Para la artista, lo interesante es que “hay un shock a posteriori en el relato, en el contar de qué se trata. Pero en el momento de hacer esa acción, justamente, lo que se rescató fue que no hubo shock. No hubo sangre, no hubo nada que a nadie le pueda generar impresión”.
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Asimismo, destaca que el papel protagónico de sus obras lo tiene la temática, lo que se quiere decir. Ésta “trasciende aquello que puede ser mínimamente considerado como shock, porque inclusive utilizo muy pocos elementos, que están absolutamente en función de lo que quiero decir”, aclara. “No tengo la intención de asustar ni molestar a nadie. Al contrario”.
Es decir: la idea es generar un impacto. No shockear, sino movilizar, decir lo no dicho. En palabras de Natacha, su intención es “visibilizar cuestiones que no están expuestas y facilitar el acceso a información que muchas veces tenemos ahí, pero no escuchamos o no queremos escuchar, o no vemos o no queremos ver, o la vemos de otra manera, o la escuchamos de otra manera”.
De hecho, una de las obras de Natacha se llama justamente Impacto. En ella, la artista corre, se cae y se levanta durante dos horas. Para enfrentarse a tales exigencias físicas, ha desarrollado durante ocho años su propio sistema de entrenamiento. Con ese criterio, da clases de performance art a personas de alrededor del mundo, para “entrenarse para una acción que es real. Que no es la representación de algo”.
‘Impacto’. Galería Proyecto A-Arte Contemporáneo. Buenos Aires, Argentina, 2016. Curaduría por Patricia Rizzo.
El enfoque de su método, pues, no está en representar, sino en presentar. Aunque la línea entre ambas cosas puede a veces desdibujarse.
La última performance de Natacha, por ejemplo, tuvo lugar de manera virtual, colectiva y participativa; y exploró el elemento de la representatividad. “Trabajé con la idea de la identidad como algo mutable, de la identidad como algo que está en construcción constante”, dice. “En ese caso, la acción respondía al concepto que yo estaba representando”.
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Para ello, utilizó elementos de su taller, en marcado contraste con su modus operandi habitual. En muchas de sus obras, Natacha realiza cambios permanentes en su cuerpo mediante cirugías o diferentes intervenciones médicas.
“Creo que también el tema de la presentación o de la representación tiene que responder a lo que uno está queriendo decir”, reflexiona. “No es una cosa o la otra, sino que debería estar en función de lo que el artista quiere decir”.
El peso de tanto cuerpo
¿Y qué es aquello que Natacha Voliakovsky quiere decir? “Mis obras están completamente atadas al activismo social”, responde sin vacilar. “Abogo por los derechos humanos. Trabajo particularmente en defensa de la libertad de la jurisdicción de nuestros cuerpos. Así que casi todo mi trabajo responde a esa idea”.
Pero hay muchas maneras de luchar por los derechos humanos, tanto dentro como fuera del arte. ¿Por qué eligió esta disciplina y no otra? “La performance viene a responder una necesidad que tiene que ver con el tipo de mensaje”, explica. “Al ser tanta la necesidad de decir algo tan fuerte, el responder con el cuerpo presente es la forma más indicada de hacerlo”.
Para ilustrar este punto pone como ejemplo las luchas feministas como Ni Una Menos o la Campaña por el Aborto Legal. “Cuando pasa algo, matan a alguna de nosotras, y todas salimos a la calle… No estamos escribiendo un libro. No estamos pintando. Hay algo en la urgencia de lo que está pasando que, aunque queramos salir a matar y que eso no vuelva a pasar, sabemos que va a volver a suceder”, describe Natacha.
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Foto: Maga Flaks. Plaza de Mayo, Argentina, 2020.
Porque el performance art permite poner todo el cuerpo, toda la ira, todo el dolor, de una manera que las demás artes no estarían pudiendo replicar. “Y el fuego que nos aparece desde adentro es… ni sé cómo ponerlo en palabras. Ahí está el punto. Es tanta la bronca, es tanto el dolor, es tanta la indignación, es tanto todo lo que nos toca vivir…”
Cuando las palabras no alcanzan, hay que poner todo lo demás. En su caso, es “poner el cuerpo, que obviamente responde mucho a mi historia. Pero, bueno, es la forma que he encontrado y creo que este tipo de mensajes, este tipo de situaciones, este tipo de contextos hacen que no haya otra opción. Para mí, no hay otra opción. No me queda otra”, declara.
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Quizás, una de sus obras más incisivas al respecto sea The Weight of the Invisible. Esta obra explicita la cantidad de sangre perdida cada media hora por abortos clandestinos con Misoprostol en Argentina; que es de aproximadamente 300/400 cm3, según un informe del 2018.
Cabe mencionar que esta obra fue realizada en EE.UU. en el 2019, en medio de un movimiento en los estados de Georgia y Alabama para legalizar el aborto. La cargada atmósfera política y social le permitió cobrar conciencia sobre los riesgos que presentan las tendencias conservadoras a los derechos ganados por los movimientos sociales progresistas. Si bien Argentina aprobó el aborto legal, seguro y gratuito a finales del 2020, ésta es una victoria frágil, más que nada en un país latinoamericano tan ligado políticamente a la Iglesia.
Pero el aborto tiene poco y nada que ver, en escencia, con la religión. “Sucede, sea legal o sea ilegal, y va a seguir sucediendo”, sentencia Natacha. “Lo único que cambia es la cantidad de muertes que se carga el estado bajo una política de clandestinidad”.
‘The weight of the invisible’. NOoSPHERE Arts, NYC. Curaduría por Sol Kjøk. 2019
Abrons Art Center, presentación final del EMERGENYC program, Nueva York, EEUU, 2019.
La idea de esta obra, entonces, era “exhibirlo, hacerlo presente. Lo que yo quería era cargar con el peso de esas pérdidas”. Natacha embebe una camisa blanca en toda esa sangre y se la pone, “para cargar con ese peso y hacerlo visible”.
Porque si hay algo que el aborto no es, es ligero. “Sentí que de esa manera quedaba totalmente visible algo que inclusive es muy tabú dentro del mismo contexto de las personas que somos gestantes. Es algo que hasta te estigmatiza. No es que estás en un café y decís ‘sí, bueno, ayer aborté’. No tiene esa condición”, desarrolla.
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Todo esto echa luz sobre otra de las facetas más ricas del arte: la conexión.
El compartir ese peso con les espectadores, que lo sientan como propio y que le artista esté ahí para forjar ese lazo, es algo más característico del performance art que de otros artes. De hecho, Natacha considera que la obra de la cual se siente más satisfecha es Algo de mi vuelve a mi, en la cual bebe su propia sangre.
Asimismo, invita a les espectadores a beberla y, para su sorpresa, una persona aceptó en una ocasión. “Esa obra me dio muchísima satisfacción, porque realmente jamás me imaginé [que alguien iba a aceptar tomar su sangre]”, cuenta. “Siento que la obra me trascendió a mí, que se convirtió en la obra de los demás”. Así, el cuerpo del otrx pasó a ser parte de la obra. Tal nivel de conexión, compartir algo tan íntimo y que sea aceptado, puede considerarse como lo mejor que le puede pasar a une artista.
‘Algo de mi vuelve a mi’. Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Exhibición ‘Para todes, tode’. Curaduría por Kekena Corvalán. Buenos Aires, 2019.
Lo que no muta, muere
Como ya hemos mencionado, el performance art en general y el trabajo de Natacha Voliakovsky en particular tienen como eje el protagonismo del cuerpo y de la entrega del mismo. Ella ha utilizado varias veces intervenciones médicas como medio de expresión, pero no todos los cambios que explora con su cuerpo tienen esta cualidad de permanencia.
Hoy, su búsqueda podría considerarse casi opuesta: intentando liberarse de la idea de una identidad permanente, estática y estancada, Natacha propone una idea de la identidad mutable, transicional y fluida.
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Parte de este trabajo está íntimamente relacionado con las teorías de performatividad de género. Éstas proponen que el género va mucho más allá del sexo asignado al nacer e incluye factores sociales, culturales y, por sobre todas las cosas, de comportamiento.
Básicamente: somos lo que hacemos.
Y lo que Natacha está haciendo hoy es explorar estas teorías por medio de Nacho, una entidad masculina a través de la cual dialoga con la performatividad y la fluidez de género. Si bien Nacho no surgió tanto de esta inquietud intelectual como de una necesidad más personal y profunda, le es útil para explorar estos conceptos.
‘Transitional Identity’. Registro individual. Performance online participativa. Cyber Bodies @ Performance Køkkenet. Copenhagen, Denmark, 2020.
“Nacho tiene algo de representatividad, pero a la vez tiene algo de constituirse desde lo simbólico hacia lo real”, cuenta la artista sobre la génesis de Nacho. “[Al principio] yo me maquillaba, me pegaba pelo en la cara, cambiaba no solo mi performatividad urbana y diaria en el espacio público, sino que también cambiaba cómo me veía a mí mismo”.
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Pero hoy, más de un año después, la aparición de Nacho es más arbitraria, y quizás hasta más natural. “Hay veces que me siento Nacho sin necesidad de ningún aditivo. Y hay otros momentos en los que sí, cambio absolutamente mi performatividad, y otros momentos en los que cambio absolutamente todo. Me hago bigote, imposto la voz”, ejemplifica.
Una fuerte inspiración para Nacho fue el movimiento drag king, pero se diferencia de ella en que no tiene tanto que ver con el mundo del espectáculo y de la noche, sino que va más allá.
Sin embargo, todavía está por verse si Nacho puede considerarse o no una “obra”. “Sí tiene que ver con mi vida, y tomo las investigaciones de mi vida como procesos hacia la obra”, explica Natacha. “Hay artistas que consideran que todo lo que hacen es obra. Yo considero que todo lo que hago es una investigación para las obras”.
Más allá de si tendrá calidad de obra o no, Nacho le permitió a Natacha cultivar una idea de identidad a partir del género y llevarla más allá de la masculinidad, desembocando en su última obra, Identidad Transicional.
‘Transitional Identity’. Registro colectivo. Performance online participativa. Cyber Bodies @ Performance Køkkenet. Copenhagen, Denmark, 2020.
“Fue entender una mutabilidad que yo venía viviendo cuando me hacía cirugías. Cuando vos te haces una cirugía, pasas por un momento que es un momento no definido. Donde no estás ni cómo estabas antes ni sabés cómo vas a estar. Ese no momento es muy particular y muy indescriptible”, describe. “Y a lo largo del tiempo, después de hacerme tantas cosas y de exponer mi cuerpo y mi psiquis a diferentes procesos, entendí que ese espacio, ese estar entre medio, también es una manera de estar”.
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Al principio esto le fue más difícil en lo personal, especialmente con la aparición de Nacho: “Empecé a tener un montón de cuestionamientos. Como, ¿será que soy hombre? ¿Será que me siento hombre? ¿Será que tengo que transicionar?”, relata. “Siempre con esta mentalidad no binaria. Y por suerte tengo un montón de amigues trans y me pude dar cuenta de que, por lo menos hoy, no me siento así. No es mi camino, pero sí entendí que estoy en un momento de experimentar diferentes tipos de transiciones, pero hacia ningún lugar. No transicionar para terminar siendo esto o aquello, no importa qué, algo distinto a lo que soy”.
Así, Natacha Voliakovsky explora la transición no como medio (es decir, transicionar para dejar de ser algo y convertirse en otra cosa) sino como fin.
Las transiciones, pues, son habitables, y explorar esta fluidez es quizás hasta más rico que explorar la tan buscada ‘esencia inamovible’ de la identidad. De esta manera, y al hacerlo de manera pública, le saca un poco de su peso. “Cuando vos transicionás visiblemente, aunque sea en una experiencia como esta performance colectiva, lo que yo vengo trabajando desde principios de la cuarentena es que, si vos soltás por un rato tu identidad, si la maleás, la mutás, la modificás, te sentís mucho más liviano, porque tenés el poder de dejarla de lado por un rato”.
Trans acción
Como parte de su investigación y de su método, Natacha no sólo ha experimentado con una serie de intervenciones quirúrgicas, sino que también viene aumentando su testosterona de manera natural desde hace dos años.
Hoy, se autodefine como una mujer de testosterona alta, condición que ha alcanzado mediante una variedad de ejercicios físicos y psicológicos, entre otros estilos de entrenamiento que le llevó años afinar. “Son ejercicios de activación psicológica”, explica. “Está estudiado a nivel biológico: hay desde actitudes corporales que vos podés hacer y que si las mantenés con el tiempo pueden crear cambios químicos en el cuerpo”.
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‘Transitional Identity’. Registro individual. Performance online participativa. Cyber Bodies @ Performance Køkkenet. Copenhagen, Denmark, 2020.
Por caso, la actitud corporal que une mantiene ante una situación de riesgo puede resultar crucial en su resolución. Si alguien se “achica de hombros y se pone medio en bolita, esa posición en general hace que uno libere hormonas del sueño que tranquilizan, pero también te meten para adentro. Te dan menos seguridad para enfrentar esa situación”, ejemplifica Natacha.
Pero reemplazando esta posición más encorvada o fetal por otra más abierta, el panorama cambia por completo. “Si vos abrís el pecho, en una actitud más dominante, extendés los brazos para arriba (como si estuvieras festejando un gol) y sostenés esa posición, se liberan adrenalina y endorfinas, y empieza a subir todo lo que es tu ritmo cardíaco, tus pupilas se dilatan, el ceño baja”. Todo esto resulta en una posición dominante a nivel biológico, repercutiendo en el cuerpo y activando la segregación de hormonas, en una configuración completamente diferente.
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Y claro que esta práctica le ha dejado un cambio permanente en el cuerpo. Para constatar esto, Natacha realiza análisis de sangre cada seis meses y, con los años de práctica, ha visto efectivamente que sus valores de testosterona van en aumento. Hoy, tiene su nivel de testosterona “al límite del biodisponible, por lo menos en mi cuerpo, y eso te trae un montón de cambios. Te cambia tu olor, te cambia tu vello facial, púbico, corporal; te cambia el humor, las reacciones, como lidiás con las cosas”, enumera.
Más allá de los cambios físicos, esta práctica también la ha llevado a cambios temperamentales, en su personalidad. Y esto tiene sentido, ya que su motivación para emprender esta búsqueda no fue meramente intelectual. Para ella, fue una cuestión de supervivencia: para “sentir que cuento con una herramienta un poco más similar a la de las personas que pueden poner mi vida en peligro hoy, que en general son masculinidades”, relata Natacha.
Y profundiza: “Como tuve que sobrevivir eso en mi infancia, hoy no quiero siquiera estar en una situación ni cerca, ni parecida, ni remotamente similar. Mi reacción va a ser diferente, mi recuperación va a ser distinta, mi afectación lo mismo, y hasta puede ser que mi olor, persuada a mi oponente”. Por todo esto, la artista ha encontrado mayor satisfacción y seguridad en una experiencia más masculina.
De más está decir que esto está muy en línea con las demás temáticas que explora Natacha. “Yo pienso en todas las mujeres o identidades femeninas que sufrieron femicidios, y me imagino qué hubiera hecho, cómo hubiera sobrevivido, qué le puedo decir a una amiga, como defiendo a alguien. Algo tenemos que poder hacer”, dice.
Ahondando en esta problemática, Natacha se explaya sobre la regulación política hormonal de la que también habla el filósofo Paul B. Preciado. Bajo esta idea, podemos pensar en los anticonceptivos como mecanismos de control, ya que las hormonas femeninas son de acceso libre; no así las hormonas masculinas. Para Natacha, esto se debe a que las primeras “hacen que seamos más persuadibles, y la testosterona hace que te subleves con mayor facilidad”.
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‘Necesito un lugar para escapar’. Video-Performance. Argentina.
Natacha propone, entonces, una identidad no binaria, compleja y balanceada: “Si todes tratamos de tener nuestro equilibrio personal como lo consideremos, ni vamos a ser tan permeables ni sublevables”, detalla. “Vamos a tener nuestra propia personalidad regulada como nos guste”.
Pero también reconoce que esto es más fácil de decir que de hacer. Primero, porque todavía no mucha gente realiza este tipo de prácticas ni está consciente de esta situación. Segundo, porque “estamos en constante pugna. Vos tenés un contexto hegemónico, un contexto supremacista, un contexto que va hacia un lugar”.
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Es decir, hay que estar todo el tiempo autocuestionándose y replanteándose la propia identidad y el origen de las propias pulsiones. Aquí, Natacha pone el ejemplo de “cuando algo te calienta y no te preguntas por qué te calienta”. Ésta es una pregunta muy incómoda que la mayoría de la gente prefiere no hacerse. “Yo a veces me hago preguntas y digo, pará: ¿esto me calentó por la cultura hegemónica o porque de verdad me calienta? Ojo, cuando me calienta algo no hegemónico quizás no me hago tantas preguntas”, señala, demostrando esa capacidad de autocrítica que requiere esta búsqueda, tanto personal como artística.
Porque la identidad, ya sabemos, no es algo sólo personal, sino también político. En la misma vena, Natacha brinda una última reflexión: “Me parece que quienes levantamos la bandera de la identidad construida, del cuerpo autónomo autárquico, tenemos que estar todo el tiempo revisándonos. Porque en cualquier momento podés tomar una decisión, no porque en verdad la querés tomar, sino porque el contexto y el sistema capitalista te llevan a hacerlo. Y creo que es una lucha constante. Hasta dónde estás eligiendo y hasta donde estás siendo llevado”, finaliza.
Portada: ‘Hagamos de la Sangre algo público’. Foto-Performance. Argentina.
Fotos cortesía de Natacha Voliakovsky.
Publicación original: febrero 2021
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