¿Cómo Abordamos la Salud Mental y Sexualidad de lxs Jóvenes? Entrevista al Divulgador Científico Nacho Roura
Por Raúl Novoa
Que la llegada de las redes sociales favoreció la extensión de los bulos puede considerarse un hecho. Pero también lo es que los bulos pueden desmontarse con información veraz. En esta segunda parte se ha centrado Nacho Roura (A Coruña, 1997), conocido como @neuronacho en sus redes sociales. Con un tono divertido y cercano, este joven doctorando hace divulgación científica sobre neurociencia y psicología y trata de mitigar la desinformación alrededor de la salud mental.
Roura acaba de escribir su primer libro, El cerebro Milenial. Una aproximación neurocientífica a lo que nos pasa (Penguin Random House). “El cerebro de las generaciones más jóvenes es una paradoja con patas y es hora de explicarlo un poco”, explica. En su texto, con dosis de humor, ironía e incluso memes e ilustraciones, acerca al lector a comprender qué pasa por la cabeza de los jóvenes. Desde la sexualidad y las orientaciones hasta el estrés, pasando por los efectos de las redes sociales o la salud mental de los jóvenes, todo ello basado en estudios científicos.
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“Cuando empecé a estudiar el máster me di cuenta que cuando más disfrutaba era compartiendo el conocimiento”, explica Roura su interés por la difusión. Este joven, colaborador televisivo, se ha hecho popular por reivindicar mejorías en nuestro sistema nacional de salud mental y sobre todo por “desmontar” las “distorsiones cognitivas” de famosos como el presentador Pablo Motos.
“Tener pensamientos horribles no te hace ser una persona horrible”, asegura en su vídeo de casi un millón de reproducciones. Además de todo esto, Nacho Roura es también doctorando de Medicina e Investigación Transnacional en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona, donde estudia los síntomas tempranos de enfermedades neurodegenerativas a través de la neuroimagen y la evaluación neuropsicológica.
En el inicio del libro, aborda desde un punto de vista neurocientífico si existen diferencias entre el cerebro heterosexual, homosexual, bisexual, trans o asexual y señala que no hay grandes diferencias…
Es un tema en el que se mezcla tanto biología como psicología, y realmente lo que ocurre es que en psicología es muy complicado llegar a la cuestión de si algo es genético, biológico o se debe al ambiente. Sabemos que probablemente tanto ambiente como biología juegan papeles complementarios. En el caso de las orientaciones sexuales, lo que se sugiere es que la biología juega un papel relevante. Sobre todo, en los períodos tempranos de nuestro desarrollo, en el desarrollo dentro del útero durante la gestación por la presencia de determinadas hormonas.
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Eso no quiere decir que la sociedad no juegue ningún papel, sino que lo hace a nivel posterior. Una persona que puede acabar identificándose con una orientación sexual es más probable que lo haga de manera libre si el entorno en el que vive es permisivo al mostrarlo. El hecho de que la orientación sexual pueda estar penalizada o castigada no va a hacer que la persona tenga otra orientación sexual. Lo que va a hacer es que la persona no lo exprese. Entonces, ambos juegan papeles importantes, pero en momentos diferentes.
¿Tiene más interés la generación Z en la sexualidad que otras generaciones?
No sé si más interés, pero sí más interés manifiesto. Antes había más tabú que ahora. Cada vez se habla más, pero no mejor. Lo mismo con el estigma de la salud mental y todos los problemas que lo rodean.
Critica en su libro un estudio que pretendía validar científicamente la bisexualidad. ¿Por qué?
Yo hago una crítica a ese estudio y lo que digo es que realmente la bisexualidad ya existía, ya lo estaban diciendo los participantes que se estaban identificando como tal. No era necesario meterles en un escáner para ver cómo se les activaba el cerebro.
En el libro hago una crítica al hecho de intentar validar la existencia de orientaciones sexuales a través de la ciencia. Hablo de un estudio que utilizaba información sobre la activación del cerebro de personas bisexuales para decir que se confirmaba que la bisexualidad del hombre existía.
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La neurociencia sobre las orientaciones sexuales da información muy valiosa acerca de cómo funciona nuestro cerebro y de los correlatos cerebrales de las orientaciones sexuales. Pero esa información no se puede utilizar bajo ningún concepto para justificar o validar ningún tipo de argumento sobre las orientaciones sexuales. Lo que más nos vale es la autoidentificación; lo que te reporte la persona sobre cómo se identifique sigue siendo la medida más adecuada para aproximarse a su orientación.
En ese sentido, sigue habiendo discursos homófobos y tránsfobos. ¿Es la ciencia una herramienta para educar a la sociedad?
Puede ayudar, pero hay que tener cuidado porque también puede hacer todo lo contrario, y esto es cuestión de historia. Para justificar discriminaciones se ha recurrido a la ciencia en muchas ocasiones. Por supuesto que se debe educar a través de la ciencia, pero sobre todo se debe educar para entender las limitaciones que puede tener, que las tiene. La ciencia se está actualizando de manera constante. Desde mi punto de vista sí se puede educar y explicar desde la ciencia, por ejemplo, cómo funciona la excitación sexual.
En el libro hablas de estas primeras generaciones que han nacido con redes sociales. Desde un punto de vista neurocientífico, ¿cómo puede afectar este cambio?
Lo primero que habría que decir es que muchas veces se hacen sentencias a nivel popular sobre los efectos de las redes sociales, generalmente tirando hacia la parte negativa, como si fuese algo que ya está demostrado. Para entender las consecuencias a largo plazo del consumo excesivo de redes sociales van a hacer falta estudios de tipo longitudinal, que son los que evalúan cambios a lo largo del tiempo. Es decir, todavía faltan años para conocer las consecuencias reales, aunque ya haya estudios que alertan sobre sus riesgos.
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La variable ahora mismo se basa en el tiempo de uso de las redes, pero investigaciones más recientes indican otro tipo de variables, como las emociones desde las que las consumimos. ¿Lo hacemos por aburrimiento, por interés, por rellenar vacíos? Según estudios de neuroimagen, el mero hecho de dar un like activa zonas de nuestro cerebro que tienen que ver con el circuito de recompensa y la segregación de dopamina. El dibujo de un corazón no debería suscitar nada, pero nosotros lo estamos asociando con un proceso de aceptación dentro del grupo, es decir, que esa imagen de ti está siendo aceptada.
Justo sobre la dopamina he visto que en uno de sus vídeos criticaba un programa de Pablo Motos en el que se hablaba de ella. ¿Hablamos mal de esa hormona?
Cuando a nivel mediático se habla de la dopamina normalmente se habla de la hormona de la felicidad. Realmente es un neurotransmisor que participa en los procesos de aprendizaje y de anticipación. Al hablar de redes, yo estoy aprendiendo que cuando yo subo una foto, la consecuencia es que van a venir likes que a su vez refuerzan la sensación de pertenencia a un grupo.
También se ha quejado de que los medios difundan estudios de caso único para buscar ‘clicks’ con hechos presentados como definitivos. ¿Por qué los medios debemos evitar reproducirlos?
Por rigor y por respeto, no solo a la ciencia, sino también a la población. Hay que ser cuidadoso con los titulares, porque se corre el riesgo de desvirtuar un estudio de personas que llevan años trabajando en él. Al dar un titular que no se ajuste a los resultados, realmente estás mintiendo a la población.
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Un consejo que suelo darle a la gente que me pregunta cómo saber si una noticia sobre ciencia es fiable es que se fijen primero en el titular. Si este afirma que se ha descubierto algo de una forma muy cerrada, lo más probable es que no se haya descubierto.
Hace algo más de un año se dio la noticia de que la ministra Reyes Maroto había recibido cuchillos por Correos en forma de amenaza. Sin embargo, se hizo énfasis en que el autor padecía esquizofrenia y usted lo ha criticado. ¿Por qué?
Dentro del titular se introduce el diagnóstico de una persona un poco como factor causal único de los hechos. Hay una desgracia y se une el diagnóstico de una persona a los hechos. Para empezar, la esquizofrenia incluye muchísimos tipos de síntomas. Una esquizofrenia puede tener síntomas que estén activos o no. Se puede padecer esta enfermedad mental y hacer su vida normal durante muchísimo tiempo si no se enfrenta a ningún estresor.
Entonces, ¿si la persona no se encontraba en un brote psicótico cuando mandó el cuchillo y es una persona que puede hacer su vida de manera totalmente normal, por qué necesitamos decir el diagnóstico? Nunca enfatizaríamos que una persona con una prótesis de cadera ha mandado un cuchillo a Maroto, ¿verdad? En este caso parece que se quiere decir que su enfermedad fuese importante para los hechos, desligando al autor de cualquier tipo de ideología o intereses, lo cual infantiliza a las personas con esquizofrenia.
Al final se refuerza el estigma de la enfermedad mental…
Relatar los hechos así lo incrementa. Las personas con esquizofrenia no tienden a ser agresivas y, si lo son, lo normal es que sea con ellas mismas y no con el entorno. Es decir, incluir la enfermedad como una enajenación de sus actos, si no se tienen datos de que esta haya influido, es incorrecto y de mala praxis, algo que indica el Ministerio de Asuntos Sociales. Al final es un ejercicio de respeto hacia la realidad.
En un video habla de que, en general, asumimos que los psicofármacos pueden cambiar la estructura general del cerebro, pero que la terapia también.
Se tiende a pensar que la única manera de cambiar el funcionamiento de nuestro cerebro es mediante los psicofármacos, cuando el cerebro tiene una capacidad neuroplástica. Se modifica constantemente por los cambios a los que nos exponemos. Eso lo hace el cambio de contexto, el cambio de hábitos y, por supuesto, ir a terapia.
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Cuando realizamos un aprendizaje estamos cambiando el funcionamiento de una parte de nuestro cerebro. Para la ansiedad, en ocasiones, puede reducirse cambiando ciertos hábitos o realizando cierto tipo de ejercicios.
A nivel mediático, social e incluso político se habla cada vez más de salud mental, pero ha comentado antes que no se está hablando mejor.
Para nada. Que fuese un tema tabú hace que ahora se genere una contrarrespuesta y todo el mundo hable de salud mental con desconocimiento y desinformación. Está bien visibilizar que hay problemas y trastornos de salud mental y que se formen redes de apoyo entre las personas. Lo negativo es cuando realmente el mensaje que se da es superficial y se focaliza exclusivamente en el malestar. ¿Por qué? Muchas veces las redes sociales patologizan el malestar cotidiano.
La vida puede molar y podemos vivir, pero hay sufrimientos normales e inherentes a nuestras vidas que pueden no tener una patología. Es cuando, por ejemplo, una persona está atravesando un duelo porque ha roto con su pareja y no se da tiempo a estar mal y va inmediatamente al psicólogo porque se encuentra mal y quiere encontrarse bien lo antes posible. Hay que asumir también que es normal estar mal en ciertos momentos de la vida. Esto forma parte de nuestro aprendizaje en la vida y la psicología no llega a todo.
¿No cree entonces que ir a terapia puede ayudar a tener herramientas para gestionar mejor estas situaciones, como la pérdida de un ser querido o de un pareja?
Por supuesto que sí. El ejemplo del duelo lo pongo como la persona que inmediatamente acaba de cortar con su pareja, se encuentra mal y busca ayuda. Lo que yo trato de decir es que el hecho de pedir ayuda psicológica tiene que venir dado por unos parámetros y no hay que pedir ayuda psicológica para todo porque, además, corremos el riesgo de saturar los pocos recursos que hay y dejar sin recursos a las personas que verdaderamente lo necesitan, que es algo que ocurre en la sanidad pública. Personas que necesitan ayuda necesitan recurrir a psicólogos privados porque el sistema se encuentra saturado.
¿Cuándo una persona puede empezar a considerar el hecho de ir terapia?
Pues cuando siente que no es la misma persona que antes, que se encuentra más infeliz, siente malestar e interferencia en su día a día. Y, además, esta interferencia se lleva prolongando en el tiempo. No es algo pasajero, es algo que se mantiene y que no solo daña a uno mismo, sino también al círculo que lo rodea.
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Primero hay que intentar poner las estrategias uno mismo y, cuando no las consigue, ahí se debe pedir ayuda. Un duelo después de una ruptura es normal, pero si llevas, por ejemplo, dos años sin superarlo, debes plantearte acudir. Un psicólogo debe velar por tu autonomía y por desarrollarte en tu entorno sin su ayuda.
Pero, insisto, ¿no cree que tras una situación traumática como la muerte de un familiar y teniendo en cuenta que apenas recibimos educación emocional, ir al psicólogo puede disminuir los daños?
Es que depende del caso. Las personas somos mucho más resistentes y resilientes de lo que pensamos. Aunque parezca mentira, salimos adelante y acabamos desarrollando estrategias aunque nosotros no nos estemos dando cuenta. Cuando esa situación se repite, no la llevas de la misma manera que cuando la viviste por primera vez.
Sí que hay algunos casos en los que el profesional en función del caso te puede ayudar a prepararte. Por ejemplo, si estás atravesando un proceso oncológico muy duro, he ahí la ayuda. El hecho de amortiguar las consecuencias de un shock muchas veces podría hacerlo un círculo social estable en el que te puedas apoyar.
Tú puedes ir a un psicólogo porque tienes mucho estrés en tu trabajo y el psicólogo te va a poder dar pautas para intentar manejar ese estrés y esa ansiedad. Pero si tu jefe te explota, no está todo en ti, ¿no? O a lo mejor si tienes un contrato precario como becario o te dedicas a la investigación. El psicólogo puede ayudarte a disminuir el problema, pero si este es estructural no debemos buscar parches en la psicología. ¿Acaso la psicología está para ayudarnos a desenvolvernos en un entorno que nos produce estrés crónico para toda la vida?
Es decir, que deberíamos señalar al trabajo como un depresógeno o como una causa por modificar.
Sí. En mi cabeza la psicología tiene que estar acompañada de una cierta concienciación social. Al final, muchos problemas de conducta son de relación de la persona con su entorno. Puedes intentar modificar a la persona y a veces funcionará, pero otras muchas no. Habría que luchar por modificar todas las situaciones contextuales que empeoran la salud mental de las personas.
También ha denunciado la precariedad en el mundo de la psicología. En España hay cinco psicólogos por cada 100.000 habitantes frente a la recomendación de la UE de 18 por cada 100.000.
El sistema sanitario no cuenta con la estructura y con el apoyo económico para que los profesionales de la salud mental trabajen en condiciones dignas y por tanto, los pacientes reciban una atención de calidad. No sólo por las listas de espera, sino muchas veces por la duración de las consultas. Directamente no hay recursos para ello.
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No solo las pocas plazas PIR (Psicólogo Interno Residente, el equivalente al MIR), sino que también están las pocas plazas de psicólogo especialista en psicología clínica. Hay poca especialización en el sistema público. No hay neuropsicología o expertos en psicología infantojuvenil. En la práctica, es como si un oftalmólogo te operase una rodilla.
Los datos de suicidio en nuestro país son muy preocupantes. ¿Qué cree que hace falta para mejorarlo?
En cuanto al suicidio, debemos hablarlo con pies de plomo. No está demostrado que las personas que se suicidan tengan problemas de salud mental. Es decir, el trastorno mental no tiene por qué estar relacionado necesariamente con el suicidio. De hecho, históricamente se ve que los picos poblacionales en tasas de suicidios que se ligan o están ligados a situaciones de crisis económicas del 29 hasta las crisis económicas que hemos vivido. Decir que la persona que se suicida es solo por problemas de trastornos mentales es dejar fuera una gran parte de las causas.
Critica mucho a quienes se suben a la ola de la moda de la salud mental. ¿Por qué?
Lo digo sobre todo por los influencers que hablan de la salud mental. Está genial que se visibilice, pero creo que hay gente que se está aprovechando para capitalizarlo y sacar un beneficio. Es algo que da clicks. Pero lo que me choca es cuando un influencer puede hablar de salud mental y luego ves dos stories después y está anunciando marcas de alcohol o mostrándote hábitos tóxicos a nivel de ejercicio físico y de alimentación que abogan por una restricción indiscriminada de alimentos sin ningún tipo de asesoramiento profesional detrás. Eso es lo que me choca. Si los influencers quieren hacer algo por la salud mental, que muevan a su comunidad para hacer algo a nivel legislativo asesorados por profesionales.
Vía elDiarioAR.
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