ANANDA es una cooperativa agrícola de Ecuador dedicada a la producción de cannabis y biocarbón que está empezando una revolución verde en la Amazonia y en otros sectores del país.
En diálogo con El Planteo, Paul Moreno y su hijo Sebastián, presidente y gerente de la organización respectivamente, ofrecen lo que para muchas organizaciones puede ser una masterclass sobre desarrollo sostenible, obtención de apoyo internacional para su proyecto, obstáculos legales y estigmas, la reivindicación de los campesinos y la aspiración de un banco de germoplasma que derribe el monopolio actual y promueva la diversidad de semillas.
Paul es químico de profesión. Su primer encuentro con el cannabis transformó su vida y la de su familia. “La primera vez que probé el cannabis me di cuenta de sus ventajas como medicina. Hice unas gotas para mi padre, que tenía Parkinson, y después de unos seis meses, pudo realizar tareas que antes eran imposibles para él”, recordó Paul. Esta experiencia fue el catalizador para renunciar a su trabajo y co-fundar ANANDA junto a su hijo.
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La lucha colectiva por el cannabis
La lucha de personas como Paulha sido un factor clave en el activismo por la legalización de la planta en Ecuador. En 2016, la cooperativa, junto con pacientes y familiares, logró sensibilizar a los asambleístas para cambiar la ley que despenalizó el cáñamo industrial y el cannabis con menos de 1% de THC en 2019. “Siempre fuimos parte del activismo por la legalización de la planta”, afirmó Paul.
Uno de los logros más destacados de ANANDA fue la obtención de dos licencias en plena pandemia, lo que, según Paul, “fue muy complicado, pero nos dio diez veces más mérito”. Estas licencias les permitieron establecer un laboratorio de semillas y clones, además de iniciar un proyecto con Carbon Connect, una empresa alemana, para la producción de biocarbón.
Hubo mucho trabajo y reuniones de por medio para elaborar el reglamento, que es el acuerdo ministerial 109 de agricultura y ganadería, que regula la importación, la siembra, el procesamiento, la cosecha y la exportación de cannabis medicinal y cáñamo industria. “Lo que logramos en esas mesas de trabajo fue reducir la superficie mínima. Al menos pedían 20 hectáreas de cáñamo industrial y 10 para cannabis medicinal y conseguimos que quede en cinco y dos”, comentó Sebastián.
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Asimismo, pudieron introducir también que se acepte a organizaciones del tercer sector para la obtención de licencias, porque las que estaban habilitadas únicamente eran las sociedades anónimas, empresas reguladas por la Superintendencia de Compañías. “No estaban las organizaciones de la economía popular y solidaria. Entonces, presionamos para eso”, señaló Paul. Asimismo, remarcó también el logro de que el software de trazabilidad, que tiene usarse para el control de la producción, sea un open source. Es decir, que su código sea de dominio público y no se rija bajo los derechos de autor.
Al recibir sus primeras dos licencias a mediados de 2021, hicieron un acto con los asambleístas de la provincia, el alcalde y la gente de la embajada de Suiza que financió el laboratorio de semillas de clones. “Tres niños de la comunidad sembraron la primera semilla comunitaria de cannabis en el país, fue muy emotivo porque los niños van a crecer sin este prejuicio que nos han puesto a nosotros sobre las drogas”, señaló Paul.
La revolución del biocarbón en Ecuador
El presidente de la organización explicó que el biocarbón es una solución ecológica y rentable para los agricultores. “Es carbón de residuos vegetales quemado de una forma especial que no se hace ceniza, sino que se mantiene como carbón. Una vez producido, este carbón se mezcla con compost y microorganismos eficientes para mejorar la salud del suelo y se mantiene en este por mil años“, detalló.
Este proyecto busca mejorar los suelos, pero también generar ingresos para los agricultores. “Una red de biocarboneros de 500 personas puede producir fácilmente un millón de dólares al año, lo cual es una suma muy importante para los agricultores. Además, mejora su suelo en un 40%”, comentó Paul, que ya está en tratativas con una empresa de Colombia para que los provean de genéticas y capacitación.
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De hecho, fue en la Expo Medellín donde se encontró con Carbon Connect: “Habíamos hablado a través de LinkedIn, nos encontramos en Medellín y nos pusimos de acuerdo en los siguientes pasos. Ya Imprimimos en 3D el modelo del horno de producción de carbono”, señaló el entrevistado.
Este horno tiene dimensiones de un metro 60 por un metro 20 y se lo acomoda de manera tal que siempre haya llama y no humo. Eso evita que se convierta en ceniza. Luego, cuando esta todo carbonizado, se demuele al tamaño deseado.
“Lo interesante de esto es que ese carbón que nosotros producimos no puede dedicarse a quemarse, no puede usarse para cocina. Tiene que ser usado para aplicaciones donde esté capturado y quieto por mil años”, añadió al respecto Paul, explicándolo con sencillez.
La parte que mayor práctica lleva es aprender a quemar, a mantener la llama, que no se haga ceniza. Esto será producido por medio del horno en las granjas, que tienen que usarlo para mejorar sus suelos. Es decir, “se tomará este carbón, se lo triturará a la medida adecuada, se mezclará con compost o microorganismos para que sea un suelo vivo y se vuelve a enterrar. El carbón atrapado así, entre microorganismos, mejora toda la salud del suelo y se mantiene en él por mil años”.
La clave para que esto funcione: Los campesinos
El proyecto de biocarbón depende en gran medida de los campesinos. “Hicimos un contrato para capacitar a las granjas campesinas que van a producir el biocarbón”, reveló Paul.
El proceso incluye el uso de residuos industriales carbonizados y su entierro en el suelo para mejorar su calidad, lo cual genera un certificado de reducción de dióxido de carbono a través del biocarbón. “Este es el plan”, se preparó Paul, “formar una red de biocarboneros de granjas pequeñas, cada una produciendo un máximo de 100 metros cúbicos de biocarbón al año”. Esta red debe ser administrada, capacitada y tener todos los datos registrados, lo que puede resultar muy rentable.
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“Al campesino le hemos dado la tarea de cuidar el mundo. Son los guardianes del agua, de los páramos, de las granjas, de los humedales“, añadió el presidente de ANANDA. Sin embargo, la minería auspiciada por el estado a menudo perjudica estos esfuerzos. “Hasta hace 10 años, la tarea del biocarbón era solo una más para el campesino, además de cuidar la biodiversidad y las tradiciones ancestrales. Ahora también tienen que producir biocarbón, pero antes no había estas redes de productores que existen ahora, que hacen rentable cuidar el suelo a través del biocarbón”.
ANANDA tiene un proyecto en la Amazonia norte del país con dos organizaciones que actualmente trabajan en cuatro hectáreas, pero planean expandirse a 40 el próximo año, 400 en dos años y 1200 en cinco años. “En ese proyecto vamos a incluir esta red con la ayuda de Alemania, que los capacita. Ya hay 10 familias trabajando, junto con seis practicantes. Tenemos convenios con escuelas y un equipo de investigadores”, comentó
En camino a la era THC
“La regulación avanza lento debido al estigma legal y de los reguladores. Sólo existe una variedad de semilla comercial dentro del país, lo que limita la producción local”, comentó Sebastián.
El sistema de licencias de Ecuador es similar al de California, Estados Unidos, con siete tipos diferentes, cada uno permitiendo trabajar en distintas partes de la cadena productiva.
La organización posee dos licencias para la producción de semillas, clones y esquejes, y una licencia de cáñamo industrial. “Nuestros compañeros en la Amazonía tienen licencia para flor, y queremos expandirnos a una licencia de cáñamo industrial en esa zona también”, señaló el gerente de ANANDA, que pasó del orgullo a los problemas en un segundo, porque lo que falta son variedades de semillas.
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Afortunadamente, la solución está en puerta, dado que están trabajando con la Universidad Estatal Amazónica para generar un banco de germoplasma y promover la diversidad de semillas. “Queremos crear este banco, llamar a cultivadores locales e internacionales, importar y registrar semillas, y catalogarlas para que no siga habiendo solo una variedad comercial, parte del monopolio de grandes empresas, sino que sean variedades open source para probar”, comunicó.
Un problema adicional es la falta de regulación adecuada para la flor de cannabis: “Los porros se venden como flor ornamental porque los encargados de la regulación de consumo humano y de salubridad no han escrito un protocolo”. Esto implica riesgos, ya que no se hacen todas las pruebas necesarias, como la detección de metales pesados.
“Ya hemos visto análisis de flores de licenciatarios con niveles de metales pesados mucho más altos de lo permitido, algo inaceptable para el cannabis medicinal”, indicó Sebastián.
Hoy en día se venden muchos productos con CBD, pero “el problema sigue siendo la producción local y la falta de visión de la industria. Están haciendo dinero con biomasa y sembrando con esa semilla comercial”, demandó. Y, a continuación, reclamó: “No están invirtiendo en investigación ni en alcanzar un nivel de exportación que valga la pena”.
Finalmente, Sebastián expresó su deseo de que la organización continúe haciendo “las cosas bien”. Y así, estar preparados: “Queremos tener todo listo para cuando se regule el THC”.
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