El Precio de la Invulnerabilidad

Estaba con ganas de empezar a escribir pero no sabía por dónde empezar ni donde publicarlo. Hace tiempo que algo me empuja a expresarme. Tuve la oportunidad de viajar siete años por el mundo, lo que me permitió acumular muchas historias, propias y ajenas, para contar. Pude recorrer muchos países e innumerables ciudades, conocer gente de todas las culturas, trabajar de cualquier cosa y vivir todo tipo de experiencias.

A pesar de ello, no sé qué escribir ni cómo hacerlo. Internamente encuentro dos fuerzas contrapuestas: una que me empuja a escribir, otra que se niega. Pero si indago un poco más y no me quedo en la superficie, puedo ver que lo que me cohíbe de escribir es el miedo.

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Soy una persona racional y nunca practiqué ningún arte, pero siempre admiré la expresión de los artistas, esa capacidad de pasarse horas concentrados en algo y luego exponerla al público. El momento de entregar la obra debe ser un momento crucial cargado de emociones encontradas: la satisfacción de haber terminado con la tarea asumida mezclada con el miedo a la crítica y al fracaso. Parece haber una lucha interna entre el ego que pretende adjudicarse la autoría en busca de reconocimiento y el entendimiento superior del origen de la inspiración. Dependiendo quién gane la disputa, habrá apego al resultado y expectativas o simplemente una comprensión de que la tarea terminó con la última palabra o pincelada. Sufrimiento o aceptación. Esclavitud o liberación.

Una vez leí que cuando estás pasando por una situación en la que no encuentras una respuesta interna, existe alguien que ya pasó por la misma situación y que escribió un libro al respecto. Hoy en día, además de un libro, hay innumerables videos en Youtube, blogs, y por supuesto, alguna charla TED. Brene Brown, académica y escritora estadounidense, estudió por más de 10 años la vulnerabilidad, y otras emociones asociadas como la vergüenza, el coraje y la empatía. En su TED talk, ella afirma que “existe algo en nosotros que si los demás saben o ven, no será digno de conexión”, y define a la vergüenza como “el miedo a la desconexión”.

El ser humano ha evolucionado gracias a la interacción social, al agrupamiento en tribus, a formar grupos de amigos, equipos de fútbol, a crear instituciones y organizaciones, a establecer países y religiones. Esta forma de relacionarnos permitió la evolución de la raza humana, la conquista del mundo y todos los avances tecnológicos actuales. De aquí deriva la importancia del sentido de pertenencia y la necesidad de mantenernos en el grupo social al que pertenecemos. Pero la sociedad actual se tornó extremadamente compleja en lo que respecta a las relaciones sociales y, como consecuencia, totalmente dependiente de las opiniones de los demás.

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Esta dependencia se expresa a través del miedo que nos lleva a la incapacidad de actuar por el “qué dirán”, o a sacrificar lo que somos para mostrar una imagen que se adapta a la opinión de la tribu; siempre con el objetivo de evitar la desconexión o separación. Brene dice que “el miedo es tan intenso que estamos perdiendo nuestra tolerancia a la vulnerabilidad”, y que lo que está impulsando esta intolerancia a mostrarnos tal cual somos es la escasez, el sentirnos que no somos lo suficiente, para nosotros y para los demás.

El problema de hoy en día es que, para evitar enfrentarnos a la sensación de miedo, vergüenza y escasez, utilizamos todo tipo de distracción: comida, medicamentos, sexo, fiesta, alcohol, drogas, viajes, deporte y diversas formas de entretenimiento. Preferimos “adormecer” la sensación para seguir formando parte y no sentirnos desconectados. Pero según la académica, el punto central es que no podemos seleccionar qué emociones se adormecen: cuando elegimos escaparnos del miedo y la vulnerabilidad, lo hacemos a costa de la alegría, la creatividad, el amor y la fe.

El precio que estamos pagando por la invulnerabilidad es excesivamente alto: la fe por algo superior está desapareciendo, la creatividad está siendo limitada por la inteligencia artificial, el amor dejó de ser un estado de conciencia superior a alcanzar y la alegría se restringe al goce efímero de los placeres mundanos.

Por lo tanto, si no queremos continuar por el camino del adormecimiento, es fundamental enfrentar el miedo a ser vulnerables; de esta manera podremos conectarnos con lo que realmente somos, con esa fuente ilimitada de creatividad de donde surgió la inspiración para La Gioconda de Leonardo Da Vinci, La Quinta Sinfonía de Beethoven o La Creación de Adán de Miguel Ángel.

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Es cierto que la vulnerabilidad se encuentra en el centro de la ansiedad, la vergüenza y el miedo, pero también es el nacimiento del amor, la alegría, la creatividad y la fe. Para trabajar en la vulnerabilidad, la escritora nos invita a dejarnos ver profundamente, amar con todo el corazón aunque no haya garantías, ejercer la gratitud y la dicha, ser suficientes y honrar lo cotidiano. Vivir con vulnerabilidad es dejar de controlar y predecir, es dejar de querer que las cosas sean como uno quiere. Dejar de querer ser alguien que no somos, renunciar a lo que los demás quieren de uno mismo para simplemente ser. Para ella, en la vulnerabilidad encontraremos lo que realmente le da propósito y sentido a nuestras vidas.

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