Se Acabó la 'Fiebre Verde': Bienvenidos a la Era Silenciosa del Cannabis
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Nunca iba a ser todo sol y gomitas legales. Pero pocos imaginaron que se desmoronaría tan rápido.
Hace tan solo cinco años, el cannabis parecía la industria de más rápido crecimiento en Norteamérica. Entre 2018 y 2021, inversores destinaron miles de millones a operaciones de cultivo, cadenas de dispensarios y startups de tecnología cannábica. Todos, desde inversores de riesgo hasta famosos, querían ser parte de la fiebre verde. Los políticos competían por superarse unos a otros en la reforma del cannabis. Los analistas lo llamaron “el próximo boom tecnológico”. Empresas fueron bautizadas como “la Apple” o “la Amazon” de la marihuana. Y por un momento, pareció cierto.
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Avanzamos hasta 2025: el panorama ha cambiado mientras se desvanecía el hype.
Lo que quedó es algo más extraño, una especie de resaca capitalista.
La economía cannábica post-fiebre se parece más a un cuento con moraleja.
Grietas en el Imperio
Joseph Schumpeter, miembro de ese legendario grupo de economistas de principios del siglo XX, dedicó su trabajo a desentrañar la dinámica de los ciclos económicos. Consideró estos ciclos como un proceso de surgimiento, consolidación y, finalmente, declive.
Las nuevas tecnologías permitieron el surgimiento de empresas y el desencadenamiento de cadenas de innovación. Así, Schumpeter reconoció que los nuevos productos prometedores y las economías nacientes a menudo albergaban las semillas de su propia impermanencia, destinadas a evolucionar o desvanecerse a medida que los mercados cambiaban. Sin embargo, en el sector del cannabis, la consolidación y el declive se produjeron sorprendentemente rápido.
Tomemos como ejemplo a Tilray, que en su momento fue la favorita de la legalización en Canadá. Su salida a bolsa en 2018 fue histórica: la primera acción de cannabis en cotizar en el NASDAQ. Su valoración se disparó a una valuación de más de 11 dígitos en su punto máximo. Hoy, vale una fracción de esa cifra, por debajo de los mil millones de dólares. Imaginen las pérdidas. Los CEOs tienden a actuar como si no les importara, como si el negocio físico estuviera separado de la esfera financiera especulativa. Pero esas depreciaciones tienen consecuencias reales. Luego, realizan recortes profundos en las operaciones para satisfacer a la junta directiva, como hizo Canopy Growth, despidiendo a cientos de empleados y cerrando instalaciones en 2023 y 2024. Los despidos y recortes suelen complacer a los inversores.
En EEUU, la dramática caída de MedMen recibió mucha atención. Se escribió menos sobre StateHouse Holdings, Slang Worldwide, Schwazze y otras empresas que quebraron o se vieron sometidas a una fuerte presión financiera.
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El cannabis tiene su maña. Dado que la industria sigue siendo ilegal a nivel federal, las empresas de cannabis no pueden solicitar protecciones por quiebra, lo que significa que no pueden declararse en bancarrota legalmente. Al igual que las mencionadas, muchas otras se han endeudado o se han reestructurado bajo la presión de los acreedores.
Y, por supuesto, algo similar le pasó a High Times, la legendaria revista para la que actualmente tengo el placer de escribir. Bajo su anterior liderazgo, fracasó en su intento de reinventarse como una especie de cadena de dispensarios.
En este período, numerosas empresas redujeron sus operaciones, solicitaron protección ante los acreedores, se declararon en insolvencia o quebraron por completo. Incluso las empresas que buscaban producir cannabis en Colombia tuvieron que abandonar su infraestructura después de tan solo unos años.
No se trató de un solo factor. Fue claramente una combinación, una tormenta perfecta: demasiada publicidad exagerada, mercado insuficiente. Algo que vinculaba la enorme volatilidad de los mercados de criptomonedas con el cannabis podría haber afectado el comportamiento de las acciones en aquellos primeros días: la búsqueda de grandes ganancias a corto plazo impulsada por la promesa de un crecimiento masivo. A esto se suma el hecho de que las empresas de cannabis tienen limitaciones para cotizar en las principales bolsas, con una capitalización de mercado y liquidez relativamente bajas. Esto aumenta la volatilidad.
Sin embargo, al final, lo que realmente debilitó el mercado fue la perspectiva, largamente prometida pero aún no realizada, de un mercado federal legal en EEUU.
Un mercado sobresaturado, sobrecargado de impuestos y superado
Se suponía que el cannabis legal eliminaría el comercio ilícito, generaría un auge de empleos e inundaría las arcas estatales con ingresos fiscales. Pero en la mayoría de los estados y provincias, el mercado legal está sobresaturado, sobrecargado de impuestos y es estructuralmente ineficiente. La oferta supera sistemáticamente la demanda. Los cultivadores de Oregon y Michigan, por caso, han reportado que los precios al por mayor de las flores se han desplomado por debajo de los USD 500 por libra.
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En California, el exceso de producto ha provocado que se descarten cultivos, donde los productores destruyen el inventario en lugar de pagar impuestos. La actual administración, bajo el liderazgo del gobernador demócrata Gavin Newsom, procannabis, ha prohibido todo tipo de derivados de la legalización (como los productos de cáñamo sintético), incautando cannabis ilícito en gran escala en un intento por reactivar lo que queda de un mercado legal en dificultades. Y a pesar de los miles de millones en ventas legales, el mercado no regulado aún supera al sector autorizado tanto en escala como en accesibilidad.
La economía cannábica se construyó como un ecosistema de startups: rápido, inflado y excesivamente financiarizado. Los operadores multiestatales se endeudaron fuertemente para construir imperios verticales. Muchos emitieron bonos basura y deuda convertible, respaldados por promesas de una inminente legalización federal. Pero cuando la reforma se estancó en el Congreso y los ingresos minoristas no alcanzaron las previsiones, la deuda venció.
Algunas empresas operaban bajo proyecciones de que la legalización nacional llegaría en 2022. Sin embargo, se encuentran atrapadas en mercados estatales fragmentados, quemando efectivo sin capacidad de escalar eficientemente. Incluso donde se legalizó, como Nueva York o Nueva Jersey, la burocracia y las moratorias locales paralizaron la apertura de tiendas, dejando a los productores sin canales de venta.
Según análisis de mercado, solo el 27% de las empresas de cannabis obtuvo ganancias en 2024.
Bienvenidos a la era post-legalización
¿Y ahora? Puede que sea un poco especulativo, pero podríamos estar entrando en la “era post-fiebre” del cannabis. Una época en la que la fantasía de ganancias fáciles da paso a la realidad del cansancio institucional, la corrección del mercado y el ajuste de cuentas regulatorio.
Esta no es la época dorada. Es el momento en el que las cosas se consolidan en un puñado de gigantes corporativos o se abren paso a algo más descentralizado, eficiente y sostenible. Apuesto a que algunas de las grandes empresas que mencioné apuestan por lo primero.
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Ese futuro aún no está escrito. Pero hay indicios de un cambio. Los modelos de negocio híbridos que combinan el cannabis con la hotelería, la educación o la cultura están ganando terreno. Algunos estados están probando estructuras cooperativas y certificaciones artesanales que podrían dar a los pequeños productores una ventaja competitiva.
Un momento de ajuste de cuentas
A pesar de todo esto, el mercado del cannabis parece estar recuperando cierta estabilidad. Las crisis han ayudado a muchos a reimaginar un enfoque más saludable para este negocio. El entusiasmo de los aspirantes a Wall Street se ha enfriado, dejando espacio para modelos culturales y más arraigados. Las empresas de cannabis más pequeñas, ágiles y con raíces comunitarias están obteniendo mejores resultados. Incluso algunas grandes empresas que superaron sus expectativas en sus inicios han estado saneando sus balances.
El cannabis ahora es legal para más del 50% de los adultos estadounidenses. Paradójicamente, la infraestructura económica que lo rodea sigue siendo inestable. Pero esta no es una historia de fracaso. Es una historia de dificultades iniciales, de una industria que creció a la velocidad del auge tecnológico, sin la estabilidad de la (a veces) tradicional economía agrícola.
Quizás era inevitable. Se le pidió a la planta que cargara con demasiados sueños a la vez: justicia social, ingresos estatales, creación de empleo, ganancias corporativas, desarrollo rural y buenas ondas. Ahora que la ola ha llegado a su punto máximo, lo que queda es una tarea más discreta y honesta: reconstruir la marihuana como producto agrícola, un bien cultural y una industria regulada. Lejos de ser un milagro, sigue siendo algo que vale la pena preservar.
Ya no hay prisa. Y quizás eso sea precisamente lo que la cultura cannábica necesita.
Vía High Times, traducida por El Planteo.
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