Suicidio en la Vejez: El Rol Inesperado del Cannabis de Uso Adulto

En Argentina y en muchos otros países, el suicidio sigue mostrando estadísticas duras. Según estimaciones internacionales, en Argentina una persona se quita la vida cada dos horas. El cálculo surge de los más de 4.000 fallecimientos anuales por suicidio registrados en los últimos datos consolidados (2024), lo que equivale a entre 11 y 12 muertes por día. En el extremo más aterrador, países como Lesotho y Guyana (con las tasas más altas del mundo) demuestran que el problema atraviesa continentes, aunque las razones y subjetividades no sean las mismas.

A escala global, el impacto del suicidio es especialmente crítico en un grupo etario específico: las personas de 15 a 29 años. Según la Organización Mundial de la Salud, el suicidio es la tercera causa de muerte en esta franja, un dato que ayuda a explicar por qué gran parte del debate público, las políticas de prevención y la cobertura mediática se concentran en adolescentes y jóvenes.

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Pero existe una pregunta que suele quedar fuera de foco: ¿qué pasa con los adultos y los adultos mayores? En muchas sociedades, cuando la vida se vuelve más silenciosa —dolor crónico, duelo, aislamiento, enfermedad— el riesgo no desaparece. Solo cambia de forma y, muchas veces, nadie se da cuenta. 

Y es justamente ahí donde empieza a aparecer una línea de investigación particular: la relación entre acceso al cannabis de uso adulto y una baja en las tasas de suicidio en personas mayores.

Suicidio en adultos mayores: El grupo que casi no entra en la conversación

Aunque solemos asociar el suicidio con la juventud, los datos muestran otra cara del problema: a nivel global, las tasas más altas de suicidio se registran en adultos mayores, especialmente en varones. En un estudio reciente publicado en The Lancet Healthy Longevity y difundido por Harvard, se analizaron casi 700.000 muertes por suicidio en personas mayores de 65 años, en 47 países, y se encontró que este grupo presenta tasas superiores a las de cualquier otra franja etaria.

Según dicha investigación, la tasa global en mayores de 65 años ronda los 16 suicidios cada 100.000 personas, y en hombres mayores asciende a casi 30 por cada 100.000. En general, se asocia a causas que aparecen de manera sistemática en los análisis, como dolor crónico, enfermedades múltiples, consumo de alcohol, aislamiento social, pérdida de autonomía o duelo acumulado.

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En paralelo, organizaciones de salud mental advierten que los adultos mayores están subrepresentados en las campañas de prevención. Un informe citado por Infobae señala que, en EEUU, ninguno de los principales programas públicos de prevención del suicidio tiene mensajes específicamente dirigidos a personas mayores, a pesar de que el grupo de 75 años o más presenta las tasas más altas.

La vejez, lejos de ser siempre un período de calma, puede convertirse en una etapa marcada por soledad no deseada, sensación de carga, estigmas en torno a la salud mental y barreras reales para acceder a tratamiento psicológico o psiquiátrico. El riesgo existe, pero muchas veces no se nombra.

Adultos mayores usando cannabis: Cuando el acceso real importa más que una ley

En este contexto, un estudio reciente del National Bureau of Economic Research (NBER) introdujo una variable que casi no estaba en la discusión: el acceso efectivo al cannabis recreativo. El trabajo, firmado por las economistas Sara Markowitz y Katie E. Leinenbach, analizó datos de suicidios mensuales en EEUU entre 2000 y 2022, cruzándolos con la apertura real de dispensarios de cannabis recreativo.

La premisa es simple, pero sólida: una ley no cambia la vida cotidiana hasta que no llega, efectivamente, un canal concreto de acceso. Por eso, el estudio no mide el impacto de la aprobación de la norma, sino qué ocurre cuando las personas pueden finalmente comprar marihuana de forma legal y regulada.

El resultado principal muestra que, tras la apertura de dispensarios recreativos, las tasas de suicidio disminuyen de forma notable en personas de 45 años o más. Ese descenso no se observa en adultos jóvenes, ni en estados donde la legalización no se tradujo en tiendas operativas, ni con el cannabis medicinal.

Tampoco sucede en estados que solamente despenalizaron la planta. La baja de suicidios aparece cuando la compra es legal y accesible, o sea, en estados que legalizaron la marihuana, no en los que la despenalizaron.

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En promedio, la reducción de suicidios ronda el 4%, con efectos más marcados en subgrupos específicos —adultos mayores blancos y personas de mediana edad con menor nivel educativo— o perfiles donde el dolor crónico, la enfermedad y el desgaste vital suelen tener mayor peso.

Según las autoras, el trabajo no permite identificar casos individuales ni establecer una causa directa. Es decir, no puede explicar quién consumió cannabis ni para qué, ni afirmar si una persona decidió no suicidarse por usarlo. Lo que sí muestra es algo más sutil: al comparar estados con y sin dispensarios activos, y al controlar variables conocidas que también influyen en el riesgo suicida —alcohol, tabaco, opioides, empleo e ingresos— el resultado se mantiene. La diferencia aparece recién cuando el cannabis está disponible de verdad. 

Por otro lado, se vio que el efecto aparece con un retraso temporal: no es inmediato. El descenso en suicidios no ocurre el mismo año en que abre el dispensario, sino a partir del segundo o tercer año, y se hace más fuerte en el tercero y cuarto. Esto refuerza la idea de un efecto gradual más que instantáneo.

Dolores, salud mental y un debate que recién comienza

Entonces, ¿qué? ¿Significa esto que el cannabis “previene” el suicidio? Claro que no. Y el propio estudio lo dice con cautela. El trabajo no ignora los riesgos asociados al consumo, especialmente en adultos mayores, pero sí plantea es una hipótesis algo más difícil de esquivar: el cannabis podría estar funcionando como una herramienta paliativa en poblaciones atravesadas por dolor crónico, enfermedades persistentes y malestar psicológico.

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La literatura médica ya reconoce que el cannabis es utilizado por muchas personas mayores para aliviar dolor, mejorar el sueño, reducir náuseas o tratar la depresión, incluso cuando esos usos no siempre están integrados formalmente al sistema de salud. En ese cruce entre dolor físico y sufrimiento emocional, el acceso regulado podría estar reduciendo una parte del riesgo.

En una discusión muchas veces binaria, este tipo de evidencia obliga a mirar el “cómo” de las políticas públicas. No solo si se legaliza o no, sino cómo se regula, cómo se informa y cómo se articula con estrategias de salud mental.

Si el acceso efectivo se asocia a mejoras en un grupo históricamente invisibilizado, quizás el debate no sea si hablar de cannabis, sino cómo integrarlo sin tabúes a una conversación más amplia sobre cuidado, vejez y salud mental.

La evidencia es preliminar y el debate sigue abierto, pero algo empieza a quedar claro y es que los adultos mayores también existen en las estadísticas del suicidio. Y mirar ese punto ciego puede ser tan incómodo como urgente.

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