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Cultura

Rebotame que Me Gusta: Algunos Puntos de Vista sobre la Cultura del Dresscode y el Derecho de Admisión en los Clubes de Berlín

Por Lola Sasturain

Rebotame que Me Gusta: Algunos Puntos de Vista sobre la Cultura del Dresscode y el Derecho de Admisión en los Clubes de Berlín

✍ 17 April, 2024 - 11:05

Berlín es la meca global del techno y sus clubes bailables son parte fundamental del capital cultural de la ciudad. Un aura sagrada los rodea. Y es un hecho: no se parecen a los de ninguna otra parte del mundo, y las cosas que pasan allí no pasan en ningún otro lugar.

Que está prohibido sacar fotos, que podés cruzarte con un gang bang en acción, que podés hacer cuatro horas de fila y el “seguridad” puede no dejarte pasar si no sos lo suficientemente góticx: se dicen muchas cosas, y la mayoría son ciertas.

Aunque, obviamente, el relato es solo una porción -reducida y simplificada- de la realidad, y del infinito abanico de posibilidades que se abren al atravesar (o no) las puertas del Berghain, Trésor, KitKat, Sisyphos, RSO y muchísimos más. Sitios que, más que clubes, a esta altura, son instituciones. Tanto que tienen su propio comité regulador, que es el organismo por donde pasan las decisiones políticas, económicas y sociales que competen a la rave berlinesa.

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La cuestión del derecho de admisión y del código de vestimenta encarna en sí misma varias contradicciones. Algo que sería muy problemático en un país como Argentina, donde el derecho de admisión basado en la vestimenta tendría sí o sí implicancias clasistas. Pero, en Alemania, se sostiene y se celebra.

¿Por qué algo a simple vista tan discriminatorio y arbitrario, tan contrario a los valores que se predican hoy en día, es no sólo tolerado sino celebrado? ¿Cómo puede ser esto una parte esencial del folklore joven de una de las ciudades más modernas y progresistas que existen? ¿Tiene algo de positivo? Y, finalmente, ¿cómo podemos garantizar nuestra entrada a los clubes?

Un poco de contexto

Berlín es una ciudad de polaridades y contrastes, con identidades muy marcadas y en ciertos aspectos opuestas entre el este y el oeste , el invierno y el verano, el día y la noche. En esta última dicotomía vamos a hacer pie: la Berlín diurna es una ciudad (muy) verde que se recorre en bicicleta, familiar, de eventos al aire libre, ferias comunitarias, paraíso vegano y ecofriendly. De noche, su condición de capital de la contracultura se deja notar. La música es dura, los antros están derruidos, las drogas y el sexo están a la vista y no escandalizan demasiado a nadie.

Todo esto parece coexistir sin mayores tensiones porque Berlín es la ciudad de las libertades individuales. Su sociedad está cimentada sobre un pacto social de respeto al prójimo, absoluta confianza y cero intrusión en la vida ajena. Mientras se cumplan las tres, el equilibrio se sostiene.

Y si bien se ve mucha más gente viviendo en la calle que en algunas otras ciudades de europa, y aunque parezca la capital absoluta del hedonismo, la tasa de criminalidad es bajísima, les niñes andan soles por la calle desde muy pequeños y la confianza en el vecino es uno de los pilares de la vida cotidiana.

Algo que tal vez nos cueste entender a aquellos que vivimos en otros tipos de sociedades es que, paradójicamente, las reglas de la libertad son duras. Y, si bien nadie que no sea local tiene porqué hacerlo a priori, conocerlas (y acatarlas a rajatabla) es clave para tener una buena experiencia. Esto se traslada a lo que pasa dentro de los clubes.

Por ejemplo, consumir drogas en la pista de baile es motivo de expulsión, y no de buena manera. Pero meterse de a 5 personas en un baño a consumir lo que sea y pasar quince minutos allí mientras la gente espera fuera, o recibir una lluvia dorada en el dark room está permitido y es, de hecho, esperable. Confuso, ¿cierto?

En líneas generales

Hay un solo consejo que vale para todas las raves: no vayas a ningún lugar sin saber a dónde estás yendo. 

Cada club tiene su propio dresscode y en muchos casos éste cambia según la propuesta de la noche. Los hay más estrictos (Berghain, Kitkat) y más laxos (Trésor, Renate, Sisyphos), pero en todos es recomendable informarse sobre si hay, por ejemplo, una noche temática: kinky, fetish y queer son consignas relativamente habituales.

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La información sobre el dresscode de cada noche en particular muchas veces no está disponible a simple vista en redes sociales, pero existe y se encuentra. Sin embargo, hay algunas reglas de etiqueta a la hora de hacer la cola que suelen ser comunes y no tienen que ver con el look: no demostrar ser un grupo grande, no usar demasiado el celular y muchísimo menos sacar fotos, no hablar demasiado (menos en idiomas extranjeros), no estar dadx vuelta y no demostrar un entusiasmo excesivo.

berghain clubes berlinFoto: James Dennes, CC BY 2.0, via Wikimedia Commons // Editada en Canva

Si se quiere entrar hay que jugar el juego, encarnar la performance: vestirse, separar el grupo grande en conjuntos de dos o tres personas máximo (incluso mejor solos), poner cara de perro y esperar encontrarse todos adentro. Lo cual es probable que no suceda. Y de nada sirve pelear, enojarse o insistir.

Esta aversión por los grupos grandes no es casual: principalmente cuando son de hombres, éstos grupos son mucho más propensos a generar situaciones problemáticas y de invasión del espacio personal en un contexto donde debe primar la libertad individual y la comodidad. En Berlín se baila solo. A diferencia de lo que acostumbramos de este lado del globo, se espera que la experiencia clubera en Berlín sea casi introspectiva: que la gente se conozca dentro, tal vez tenga sexo, tal vez comparta un rato, pero que literalmente cada uno esté en su mambo. Las personas bailan solas, mirando hacia la cabina de lx DJ o hacia el punto que quieras: los grupos grandes, y ni hablar si bailan en ronda, generalmente no son locales.

Otra particularidad es el rango etario: si la escena techno en Argentina está dominada por la franja sub 25, en los clubes berlineses se ven poco y nada caras post adolescentes. Verse muy joven es un punto en contra para entrar. El público de los clubes suele rondar los treinta y pico.

Las paradojas de la no discriminación

La obsesión por buscar ambientes cuidados tiene en gran parte que ver con la búsqueda de la no discriminación: no racismo, no sexismo, no homofobia, no intolerancia de ningún tipo. Esa suele ser la bajada de la mayoría de los clubes emblemáticos de Berlín. Sin embargo, en la tipificación del sujeto que no discrimina, no es sexista ni homofóbico, obviamente se cuelan también prejuicios y, se quiera asumir o no, discriminación. Como si no fuera discriminador y problemático partir del supuesto que la gente que no discrimina luce y viste de cierta manera.

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Se entiende que en la vida nocturna de esta ciudad, parecer y ser son considerados una misma cosa. “Dejé de vestirme todo de negro porque eso está muy asociado al techno y me ha pasado que al estar por tocar me digan ‘qué bueno, vos no vas a pasar reggaeton’ y tal vez sí paso reggaeton”, dice Pablo Betas, aka Bungalovv, músico y DJ argentino que vive en Berlín. Su sonido va del noise al deconstructed club y aunque es oscurísimo, tiene mucho más que ver con los ritmos latinos que con el bombo en negras. Y, en un contexto donde la vestimenta es tan precisamente considerada código, tal vez en ciertos momentos su look implicaría cosas sobre su arte que no son ciertas.

“En Argentina no te dejan entrar por puto, pero no sé si hay hay algo peor para un puto que no te dejen entrar a un boliche por parecer paki”, reflexiona Joaquín, argentino y gay, luego de que le denegaran la entrada al KitKat por cuestiones de dresscode. Joaquín se presentó de remera negra de banda, pantalón negro y luciendo sus elaboradas uñas esculpidas.

Pau es español, vive en Berlín y trabaja en la barra de Renate, en el barrio de Treptower Park. No es de los clubes más exigentes en cuestiones de dresscode pero sí en algunas noches temáticas particulares. En su experiencia, la cultura del derecho de admisión acaba teniendo consecuencias más positivas que negativas, pero le genera sentimientos encontrados: “Entre las cosas negativas se encuentran que la gente deje de ir, bien por el medio a ser rechazadx o por no estar de acuerdo con el hecho de que te juzguen sin conocerte, cosa que me parece razonable”, lamenta Pau.

No está escrito en ningún lado pero, en los clubes más famosos, de fuerte impronta queer o gay, las mujeres son minoría, así como las lesbianas, las personas trans y las masculinidades fluidas. Y entre los hombres cis, con ser y parecer homosexual, muchas veces tampoco alcanza. Incluso, dentro de la comunidad LGBTQ, hay preferencias; aquellos que más garantizada tienen la entrada a los clubes berlineses más emblemáticos son los hombres cis que encarnan una masculinidad hegemónica. Normativa, bah. Cuerpos tallados, cuero, látex y actitud, con perdón de la simplificación, activa. Pero ojo: el típico grupo de chabones tiene el rechazo casi garantizado.  

clubes berlin tresor
Foto por Thomas Stein, CC-BY-SA-2.0, vía Wikimedia Commons.

En los clubes más sex positive (aptos para tener sexo), claramente la codificación tiene que ver con la orientación sexual y la identidad de género: en Berghain, la mayoría son hombres cis pero se ven muchas más identidades trans que en KitKat, por ejemplo, de impronta mucho más binaria.

Vale aclarar que ésto refiere a estos grandes clubes emblemáticos: la escena rave en Berlín no termina ahí y está repleto de kulturhaus, espacios y fiestas independientes que se corren del lugar institucionalizado del club y buscan convocar otro público, femenino, feminista y disidencias no cis. Pero vale insistir en que el concepto de rave como la cápsula espacio-temporal donde cada persona puede ser quien es atraviesa el ADN de la ciudad sea cual sea la escena y la línea editorial del evento. Por lo tanto, lo normativo no es muy bien recibido en ningún contexto.

El rebotador, una curiosa institución

La figura del bouncer (que viene de bounce, precisamente rebotar, en inglés, y en criollo sería el patova) es distinta en Berlín que en otros lugares de Europa y ni hablar de Latinoamérica. “Establecés una relación tóxica con los patovas”, ríe Joaquín. Una relación en la cual hay bronca y desprecio pero una necesidad absoluta de igualmente ser aceptado.

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Pau compara con los bouncers de su país natal: “Con aires de superioridad por cuestiones físicas y con un trato para nada agradable”, cuenta. Y eso es verdad. Los bouncers de los clubes de Berlín no son personas enormes y musculosas vestidas de uniforme: su autoridad no pasa por ahí.  Hay que decirlo con todas las letras: el capricho juega un rol importante, se cuida y se celebra, en lo que atañe al rol del bouncer. Y, si no te gusta, ahí está la puerta (que no vas a poder atravesar).

Y si bien el bouncer del Berghain ha dejado afuera sin motivo a gente que hizo fila por horas con temperaturas bajo cero, su condición de rey del hielo parece inobjetable. Su “no es no”, y listo. No hay más explicaciones. El lado oscuro (mejor dicho: uno de los tantos) es que se han reportado casos de bouncers de clubes menos afamados que, subiéndose a esta mística, han tenido conductas sexistas, racistas y clasistas con total impunidad.

Los sí

“El tema del dresscode sí creo que tiene consecuencias positivas para la experiencia, sin dudas, tanto para Renate como para todos los otros clubes”, reflexiona Pau.

“Si bien puede ser basado en prejuicios y aunque haya gente que, entre muchas comillas, ‘merecería entrar y no entra’ y gente que, entre muchas comillas, ‘no merecería entrar y sí entra’, sí creo que la mayoría de la gente que entra está ahí para disfrutar, bailar y dejarse llevar. En las fiestas donde no hay ninguna clase de filtro en la entrada, el ambiente puede ser menos de este tipo, más normal en un mal sentido”.

Como Joaquín, que días después volvió a intentarlo y finalmente entró a KitKat, y con un poco de bronca tuvo que asumir: “Estando adentro entendí por qué no me dejaron pasar la otra vez”.

Será porque el filtro basado en la apariencia es efectivo o porque el sentimiento de agradecimiento y felicidad por haber entrado hace que todo el mundo se predisponga de la mejor manera, pero esa atmósfera “curada” se siente y para bien. Adentro, nadie mira a nadie, ni nadie presta demasiada atención a nadie. Tampoco, de no meditar una expresión de voluntad, nadie toca ni busca a nadie para bailar. Es una extraña imagen de vibración colectiva constituída por muchas individualidades.

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La prohibición de sacar fotos se extiende hacia todos los clubes de techno. Algunos son más laxos con la utilización de celulares adentro y colocan un sticker sobre la cámara. Otros directamente obligan a dejar el bolso con el celular adentro en el guardarropas, y eso va a depender de la actitud de quién esté en la puerta.

Pasado el momento de ansiedad inicial es inevitable estar de acuerdo con la medida: la imposibilidad de registro, mucho más que el dresscode, es lo que habilita la magia.

Si cualquier persona pudiera fotografiar lo que sucede allí dentro, simplemente esas cosas no podrían suceder. ¿Tendría sentido la existencia de un darkroom si estuviera lleno de turistas haciendo stories? Claro que no. ¿Habría tanta mística alrededor de toda la escena rave berlinesa si la viéramos, precisamente, por stories en vivo todos los fines de semana? Tampoco.

Zoom in: Berghain, KitKat, Sisyphos

Al entrar a KitKat, la sensación es la de ingresar a un palacio romano psicodélico de la orden de Calígula: la enorme cantidad de cuerpos semidesnudos o desnudos son lo de menos. Un espacio lleno de recovecos, espejos y alfombras, pintadas fluorescentes, con un lounge lleno de camastros digno de un spa del inframundo y una piscina de ambientación oriental llena de inflables.

En este club se siente eso de club más palpablemente: en KitKat la música no parece ser lo principal. Es más un punto de encuentro, entre un sauna, un boliche y precisamente un club social muy exclusivo. La gente se agrupa a los costados de la piscina y chillea, conversa, se ven muchos grupos de personas que se conocen de ahí adentro y que seguramente no llegaron juntxs porque ya saben dónde encontrarse. Claro que las pistas están llenas, pero no cubren ni la mitad de la superficie total de lo que es el club en sí, y no son el espacio principal donde se desarrolla la acción.

Como en un buen club social exclusivo, la gente no va en grupos grandes sino a encontrarse con los amigos del club. Y el derecho de admisión es una cuestión a tener en cuenta: áspera para principiantes e iniciados, y ningún motivo de preocupación por los habitués que ya tienen ganado su derecho de piso.

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Sin embargo, KitKat tiene una fama sobre la cual no hay consenso: si bien allí funcionan noches fetish en donde la inmensa mayoría son hombres gays buscando hombres (y donde el dresscode de latex, desnudez y BDSM es estricto), los fines de semana es un club donde la gente, sea cual sea su orientación sexual, va a tener y buscar sexo. Y ese inevitablemente es un terreno que a veces se vuelve pantanoso y tiene potencial de tornarse desagradable para ciertas sensibilidades.

Tybo, un joven suizo radicado en Berlín, dijo durante el amanecer de una noche de jueves de fetish: “Mañana no vale la pena venir, mucho más straight y aburrido”.

Sisyphos tal vez tiene una bajada más vainilla y apta para todo público, y esa es la razón por la cual muchxs berlineses lo consideran “más turístico”. Es muy turístico también porque es un lugar fascinante. Allí, los dresscodes no suelen ser tan estrictos y la música no se limita al techno berlinés, sino que en sus múltiples pistas también hay house y otras yerbas. 

No es un club tan sex positive como los otros y, por lo tanto, es un buen intermedio para aquellxs ravers que quieren bailar y presenciar un poco de la excentricidad berlinesa sin meter los dos pies en un agujero espaciotemporal.

El dresscode es relajado y cool y hace eco en el espacio, donde, en la temporada cálida, el afuera es casi más importante que las pistas cerradas, y la gente disfruta refrescándose en la playa artificial que se encuentra dentro del enorme y delirante predio. Los colores y las texturas amables están permitidos: simplemente es mejor no llevar nada demasiado acartonado, pretencioso ni que grite “oficinista en su día libre”.

Muy divertido y ameno. No obstante, no es el club favorito de los “music nerds” ni de los cultores del techno berlinés. Ese es Berghain, reconocido como “el mejor club del mundo”, el que tiene el mejor sonido y el santo grial para lxs DJs de todo el mundo.

clubes berlin sisyphos
Uploaded, CC BY 2.0, via Wikimedia Commons

Berghain es aquel que popularizó esta dinámica y tiene unos de los derechos de admisión más estrictos, siendo su bouncer, Sven Marquardt, un personaje de culto que hasta tiene su propio documental. Se comenta que figuras como Britney Spears y Elon Musk se quedaron afuera de Berghain. No existe otra sala de entretenimiento en el mundo que siquiera se le acerque en mitología. De más está decir que adentro no hay espejos ni relojes.

Berghain nació como club gay de hombres -cuando se llamaba Ostgut, a fines del milenio pasado- y algo de esa impronta todavía perdura, aunque toda disidencia tiene más chances de entrar que hombres y mujeres de aspecto normie.

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Sí, vestir de negro no va a estar de más, y ser alemánx también ayuda: se convirtió en una especie de juego de turistas el lookearse y seguir todas las indicaciones a rajatabla para ver quién entra. Y esa es precisamente una de las pocas cuestiones sobre las cuáles hay consenso a la hora de hablar de este tema: el objetivo es que pase gente que está ahí por la música, para bailar y vivir la experiencia, y se busca evitar a toda costa a quienes quieran entrar para decir que estuvieron allí. Esto hace que el look sea muy importante pero el trying too hard sea razón de rebote. Así que: dark sí, fetish sí, cómodx también. Disfrazadx, demasiado elegante o siguiendo un manual de estilo a rajatabla, no.

Dentro del club, pasa algo similar a lo que describe Joaquín: se entiende por qué tanto lío alrededor del ingreso. La atmósfera es cuidadísima, hay espacio para bailar, circular y escuchar. La cabina de lxs DJs está a la altura de la gente y a un costado: el protagonismo lo tiene la pista. Y con el mejor soundsystem del mundo, el famoso Funktion One, y con lxs DJs más celebrados del techno global. Así, entonces, la pista sólo merece estar cuidada. Estando adentro es inevitable pensarlo: sí, toda la mitología es cierta, es el mejor club del mundo.

“Cuando fui a Berghain hice tres horas de cola y entré. Y había mucho sitio adentro. No sé si daría para que todo el mundo entre, pero también es verdad que no les hace falta. Entré a las 4 y media de la mañana, estaba pinchando Ben Klock y pude tenerlo a un metro, estar delante de los altavoces y tener mi espacio para bailar perfectamente”, cuenta Pau.

Y sucede que, entre tanto relato, leyenda, mística y habladurías, se pierde de vista algo elemental: estos clubes tienen una demanda muchísimo más grande de la que pueden abarcar. Simplemente no hay espacio para la cantidad de gente que potencialmente quisiera entrar, todos los fines de semana de todo el año. Y mientras más crecen las leyendas, más gente y menos espacio. Y más despiadado el bouncer.

Esta cronista llegó a la puerta del Berghain un día que había menos de diez personas adelante: pasamos todxs, hasta los no góticos. Si alguna vez fuiste y no pasaste, al final nunca vas a saber si tu outfit estaba mal, si tu acento no gustó, si el bouncer se despertó de mal humor o si, simplemente, era un mal horario por el tráfico excesivo de gente. “Sí hay mucha mitología alrededor de ésto, alguna basada en la realidad y otra no, pero sí siento que es un poco parte de la gracia”, concluye Pau.

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ACERCA DEL AUTOR

Entrevistadora y editora en El Planteo, Lola Sasturain es periodista cultural, DJ y guionista.

Puedes encontrar sus notas en Página/12, VICE y, por supuesto, en El Planteo.

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