El Mago de Oz Habla de Drogas: La Entrevista de High Times a Ozzy Osbourne en 1999
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Por Chris Simunek
Al repasar la historia del rock and roll, se ve que está compuesta casi exclusivamente por personas de dos categorías:
- Los que se hicieron mierda.
- Los que se hicieron mierda, fuerte.
Durante la segunda mitad de los ’70 y toda la década de los ’80, Ozzy Osbourne fue el presidente de la junta directiva de la segunda categoría. Conocí su leyenda como la mayoría de los chicos de mi edad: a través de frikis llenos de granos y camperas de jean con su álbum favorito pintado en la espalda. La historia siempre se contaba con la debida reverencia: inventó el heavy metal, bebía mucho, se drogaba mucho, grabó discos geniales, lo echaron de Black Sabbath por ser un perdedor y luego se lanzó en solitario, le arrancó la cabeza a un pájaro de un mordisco, le arrancó la cabeza a un murciélago de un mordisco, meó en El Álamo, tuvo un guitarrista que murió en un accidente aéreo trágico, pasó por una época en la que se parecía y se vestía un poco como Liz Taylor, y ahora está sobrio y tiene bastante éxito, aunque un poco traumado.
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Tras su exitosa gira Ozzfest, un espectáculo itinerante que ha contado con artistas como Marilyn Manson, Tool, Type-O Negative y Pantera, Ozzy sorprendió a sus fans con el anuncio de su reunión con los demás miembros de la formación original de Black Sabbath: el guitarrista Tony Iommi, el bajista Geezer Butler y el baterista Bill Ward. Era algo que amenazaban con hacer hace una década, pero los auténticos Sabbath no habían tocado juntos (salvo una aparición en Live Aid) desde 1979. El 5 de diciembre de 1997, tocaron en su ciudad natal, Birmingham, Inglaterra, una ciudad industrial que hace que Pittsburgh parezca París, y grabaron el concierto para su nuevo álbum doble en vivo, Reunion.
Ozzy y Tony Iommi estuvieron en Nueva York recientemente para una aparición con Letterman y un encuentro en la nueva Virgin Megastore de Union Square. Cuando su gente contactó con HIGH TIMES para una posible entrevista, pensé que era en broma. Me imaginé a algún enemigo del colegio al otro lado de la línea: “Sí, man, Ozzy quiere hanguear un rato con ustedes y darse unos bongazos, y luego Alice Cooper va a pasarse con unos botones de peyote…”.
Verificando mis fuentes, descubrí que era cierto: Ozzy tenía algo que decirles a sus compas fumones y nos esperaba en una suite del St. Regis. Como no quería emprender solo una misión tan importante, invité a Rob Braswell, director de producción de HIGH TIMES y metalero de referencia, a que me acompañara. No estábamos seguros de qué nos dirían Ozzy y Tony, pero no íbamos a dejar pasar la oportunidad de sentarnos y reírnos adulando a los pies de nuestros dioses.
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Llegamos temprano y tomamos unas cervezas weissbier de Berlín en el bar Old King Cole para calmar los nervios. Mientras discutíamos qué preguntas hacerles a nuestros compañeros favoritos de air-guitar, coincidimos en que esto no era una entrevista musical. Si quieren saber qué opina Ozzy del nuevo álbum o de dónde sacó Tony el riff de Iron Man, vayan a leer Guitar Player. Queríamos historias de descontrol rockero, nada más y nada menos. La gente de Ozzy llamó al bar y nos informó que el Rey del Doom estaba listo para vernos. En el vestíbulo, nos recibió una publicista que nos dijo que Ozzy estaba harto de hablar de sus indiscreciones en monumentos nacionales estadounidenses y de sus pasadas crueldades con el reino animal. Se dio a entender que un buen entrevistador debería evitar esos temas.
“No te preocupes”, le dije. “Solo quiero hablar de drogas”.
Ozzy y Tony estaban terminando otra entrevista cuando entramos en la suite. Ambos vestían de negro clásico, con grandes cruces en el cuello y lentes de sol en los ojos.
“¿Ya están armando uno?”, batió Ozzy cuando entramos.
Conocer a Ozzy es como darle la mano a alguien que acaba de salir de un ataque de pánico de 30 años. Le tiemblan las manos, le tiembla la voz, pero imagina cómo te sentirías si hubieras pasado más de un cuarto de siglo en un estupor ebrio, gritando a todo pulmón frente a una pared de amplificadores ensordecedores, con suficientes estimulantes del sistema nervioso central como para reactivar el corazón criogénico de Walt Disney. Tras enterarme de que Ozzy estaba completamente sobrio, le pregunté si su comentario sobre el tema era solo una broma.
“¿por qué? ¿Tienes alguito?”, preguntó.
“Claro”, dije. “¿Crees que voy a venir a esta entrevista con las manos vacías?”.
“¿Tienes algo cultivado en Nueva York?”, preguntó.
“Sí, claro”, dije.
“Lo que yo solía hacer era cortar una hoja sí y otra no para que creciera hacia los lados en lugar de hacia arriba”.
Sonreí. Ozzy nos había dado un consejo genuino sobre cultivo.
“¿Qué hacías?”, pregunté. “¿Cultivabas outdoor?”.
“Sí”, dijo Ozzy con una sonrisa. “Pero después me puse paranoico”.
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La palabra quedó flotando en el aire, pidiendo una respuesta.
“Sí… para acuñar una expresión. Así que tengo que preguntarte sobre Sweet Leaf. ¿De dónde salió eso?”.
“Y, ¿qué te parece?”, rió Ozzy. “Fumábamos kilos de esa porquería, hombre. La comprábamos a montones. Estábamos muy drogados todo el tiempo. Levantarse a la mañana, empezar el día con un porro e irse a la cama con él. Sí, empezó a ponerse… Me empezaron a dar nervios. Mezclaba todo tipo de químicos. Alcohol, cocaína, pastillas…”.
“¿Ves alguna diferencia entre la marihuana y otras sustancias químicas?”.
“Absolutamente”, dijo, cigarrillo en mano. “Esto, por ejemplo, el tabaco. No podía fumar tantos porros al día como esta mierda. Hay que legalizar la marihuana. Estoy totalmente a favor de la legalización de la marihuana, de su despenalización. Yo no la fumo, pero si alguien quiere fumarla, bueno. Me arrestaron por ello. A todos nos arrestaron“.
“Hablando de arrestos, ¿cómo fue para Black Sabbath pasar por la aduana en los ’70?”.
“Daba bastante miedo”.
“¿Alguna vez tuvieron que descartar?”
“Ah, sí. Recuerdo una vez que fuimos de Detroit a Canadá por el túnel. Agarré a uno de los chicos y le pregunté: ‘¿Ya nos tomamos todas las drogas?’. Después revisé mis bolsos y los vacié de nuevo. ¿Recuerdas esas pipas que se conseguían con una bomba de agua? Tenías como una bomba de pecera y todos esos cables, metías la marihuana y solo succionabas la pipa. Encontraron eso”. Ozzy dio una pitada a su cigarrillo y se rió entre dientes. “Guantes de goma grandes, todo el circo. Por fumar porro”.
“¿Se ponen más paranoicos en Estados Unidos?”.
“Me pongo paranoico y punto”, dijo. “Cuando me meto coca soy el Sr. Paranoia. Me cago de miedo. Cuando la combinas con Demerol y opiáceos, te haces mierda, ¿sabes? Te crees que para volver a la normalidad, necesitas drogarte. Cualquier cosa con moderación, pero con la cocaína no pude“.
“Aunque da para buenos documentales de VHi”, comenté. “Ustedes en los ’70 tenían fama de tardar muchísimo en grabar discos”.
“¡Estábamos drogadísimos!”, rió Ozzy ante lo obvio.
“¿Qué disco les llevó más tiempo?”.
“Ah, no sé”, respondió Tony, no tan impresionado como yo por los logros más dudosos de Sabbath.
“Fuimos a Canadá una vez, eh…”. Ozzy miró a Tony para ayudarlo a recordar.
“Never Say Die”.
“Never Say Die tardó una eternidad”, dijo Ozzy, y los dos rieron como niños que recuerdan una travesura de Halloween particularmente pícara. “Teníamos un tipo que venía a darnos bolsas de cocaína todos los miércoles, y estábamos como…”. Ozzy apretó la cara como un cocainómano congelado en acción.
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“Ah, sí”, dijo Tony. “Cuando empezamos, los álbumes salían rápidos y luego…”. Se encogió de hombros, como si ya no se pudiera hacer nada al respecto.
“Con coca”, me pregunté, “¿no grabarías el álbum rápido?”.
“¡Lo hacías y luego te olvidabas de lo que estabas haciendo!”, dijo Ozzy riendo. “¡No podíamos encender la grabadora! Poníamos ‘pausa’ en vez de ‘reproducir/grabar’, ¿sabes? Tocábamos veinticuatro horas”.
“Esas bolsitas preciosas”, dijo Tony, recordando, “¡Armate otra línea! ¡Saca otra lata de cerveza de la heladera! ¡Armate otro porro!” —gritó Ozzy—. “Fumábamos bloques de hachís. ¡Enormes como la mierda!… comprábamos hachís por kilos”.
“Y cocaína”, dijo Tony. “Comprábamos botellas de cocaína selladas“.
“Selladas por el gobierno“, añadió Ozzy. “Alquilamos una casa en Bel Air y teníamos estos paquetes que llegaban hasta aquí…”. Con las manos, Ozzy señaló un montón del tamaño de un Volkswagen. “Venían en botellas enormes de un galón con una cuchara, selladas con lacre. Esa cocaína es la mejor que probé. Un día, estaba tirado junto a la piscina y me encontré con un tipo y le pregunté: ‘¿Quieres cocaína?’. Me dijo: ‘No, no, no’. Me estaba metiendo eso por la nariz, hacía un día soleado y radiante, y el tipo estaba sentado con uno de esos reflectores bajo el mentón, bronceándose. Le pregunto: ‘¿Qué haces?’. Me responde: ‘Trabajo para el gobierno’. ‘Eh… ¿qué haces en el gobierno?’. ‘Trabajo para la brigada antidrogas’. Le digo: ‘¿Es una puta broma?’. Me muestra la credencial. Me puse como loco. Estaba…”. Ozzy se golpeó el pecho con el puño como si le latiera el corazón a mil. “Me salían llamas de los dedos, man. Me dice: ‘Está todo bien, soy el que te consiguió la coca'”.
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“Todos nos hicimos mierda, pero Bill y yo nos pasamos de rosca”, continuó Ozzy. “Bill acabó en un maldito psiquiátrico. Bill ahora es antidrogas, antibebida, antitodo. Y no se anda con vueltas, ¿sabes?”.
“Con la coca y todos estos químicos, sufrí un desequilibrio químico en el cerebro. Me puse muy nervioso. Tengo que tomar Prozac y varios medicamentos para estabilizarme“.
“¿Así que nunca bebes, o de vez en cuando tomas algo?”.
“Ahora mismo no bebo. De vez en cuando es como… Me ha ido bien hasta ahora, ¿sabes? No voy a decir ‘No volveré a beber nunca más’. No sé. Cuando estoy en un concierto y huelo esa maravilla en el aire, me tienta. Pero hay algo con la cocaína: antes te aislaba y te quedabas en tu habitación paranoico. Compras una bolsa de polvo blanco y la paranoia no tarda en llegar”.
“Yo no lo voy a volver a hacer”, dijo Tony, recordando una promesa pasada.
“Y cuando oyes a esos pájaros piar por la mañana, pío pío, quieres agarrar una maldita ametralladora y matar a tiros a todos los pajaritos… Cuando amanece es horrible. ¿Y qué haces al despertar? Snnnnnnmmmmfff. Como un demonio, ¿sabes?”.
“¿Por qué tantas estrellas del rock colapsan?”, pregunté. “¿No se supone que es el mejor trabajo del mundo?”.
“¿Qué otro trabajo te imaginas donde cuanto más borracho estés, mejor cree la gente que vas a ser? ‘Mierda, Tony está drogado, Ozzy está drogado, o Bill está drogado… esta noche va a ser divertidísima’. Con demasiado de cualquier cosa, al final pagas un precio. Si te diviertes ahora, lo pagas después, me importa un carajo lo que sea”.
“¿Es duro estar sobrio hoy en día?”, pregunté, percibiendo un poco de arrepentimiento en su voz.
“Es una mierda”, respondió sin rodeos. “No me gusta estar sobrio, pero si armases unas líneas, diría: ‘Sí, me las jalo’. A las doce estaría colgado del puto edificio gritando con una botella de vodka en la mano. Una vez que empiezo, no puedo parar. Tengo que llegar hasta el final, ¿sabes?”.
“¿Y ahora qué haces para llenar el vacío?”.
“Juegueteo con mi verga”, respondió Ozzy riendo. “En los ’70 hubo una época larga en la que bebía vino barato y tomaba Quaaludes. Me sentía como gelatina, y el público era como un estanque, una mancha de aceite. Estaban sudando, detonados…”. Ozzy se quedó callado, como si aún pudiera ver ese mar plácido, y luego preguntó: “¿Alguna vez probaste los Quaaludes originales?”.
La mitad más cool de Black Sabbath me miró fijamente y por un momento me sentí como un feto rosa y recién nacido. “No”, respondí con vergüenza. “Eso es un poco anterior a mi época”.
“Eran una puta maravilla, ¿no?”, dijo Ozzy, mirando a Tony en busca de confirmación. “Todavía podría conseguirlos”, ofreció Oz. “Conozco a alguien que congeló diez mil”.
“¿Los congeló?”. Me imaginé a un hipster flacucho con las mejillas hundidas acaparando 714s para que, cuando se agotara la metacualona mundial, pudiera salir de su búnker y ser el Señor de los Demonios.
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En fin, se me estaban acabando las preguntas y tendría que improvisar algunas.
“Nos preguntábamos algo como…”, me rasqué el cráneo, embotado, buscando un tema relevante. “Bueno, ya que Meatloaf sacó Bat Out of Hell II y Frampton Frampton Comes Alive II, ¿alguna vez sacarías el Volumen IV, II?”.
“No”, respondió Tony, como si yo tuviera que saber que un artista de su calibre no se repite así.
“No creo, no”, dijo Ozzy, dándole vueltas a la pregunta antes de sonreír y soltar otra carcajada trémola. “Volumen IVII, sí. Volumen IV1/2*2… je, je, je”.
“Teníamos una pregunta sobre, eh… la moda del heavy metal en los ’80”.
“Uf, no”, empezó Ozzy. Obviamente era un tema delicado.
“¿Qué onda con eso?”.
“Recuerdo algunas de esas cosas y bebía muchísimo alcohol. Todos los días me tomaba cuatro botellas de Hennessy, una caja de Budweiser y toda la puta droga que podía ensartarme la cara. Toda la que podía. Tenía sobredosis todos los días”. Ozzy volvió a reírse al pensarlo.
A diferencia de otros rockeros sobrios, todavía se divierte con su pasado.
“¿De ahí viene la ropa tan rara?”, pregunté.
“Creo que de ahí viene todo lo raro”, respondió. “Todos pensábamos que nos veíamos cool. Ahora nos miramos a nosotros mismos… gay ni siquiera era la palabra. Los gays solían venir y decirnos: ‘¿Qué mierda haces, hombre?’”. Ozzy reflexionó un momento y dijo: “Todo parte del loco mundo del rock and roll”.
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Cometí el error de mencionar la vez que Ozzy se puso un vestido y redecoró El Álamo, y se avergonzó visiblemente. Fue como pedirle a Aquiles que repitiera la historia de la vez que se jodió el talón. Se calmó un poco cuando le conté que ese incidente era ahora uno de los momentos más destacados de la gira del Álamo. Al principio no me creyó, pero le juré que un amigo tejano lo acababa de ver.
“Deberían ponerlo en el Libro Guinness de los Récords”, sugirió Tony.
“Tu propia huella indeleble en la historia estadounidense”, dije, y una sonrisa orgullosa y traviesa se dibujó en el rostro de Ozzy. Se nos acababa el tiempo, así que le pedimos a Ozzy que nos autografiara algunos discos. Le di mi desgastada copia de Paranoid. Con mano temblorosa, Ozzy garabateó “Drogate” en el desplegable y lo firmó. Era un consejo de un experto.
De vuelta en el Old King Cole, Rob y yo nos sentíamos revitalizados, como si hubiéramos ido al Doctor del Rock’n’Roll y nos hubiera dado una inyección de Vitamin Cool.
“Era tal como lo imaginaba”, susurró Rob.
“Sí”, dije, con los ojos llenos de mariposas. Que un tipo pudiera pasar por lo que pasó Ozzy y seguir en la cima era más que suerte: era casi un milagro. Cuando las cosas se ponían difíciles, se vestía con ropa de mujer y meaba monumentos nacionales.
A partir de ese momento decidí intentar ser más como Ozzy.
Tiene un mensaje para gente como yo: si quieres seguir el camino amarillo de la Tierra de Oz, a veces tienes que detenerte y pintar las baldosas por tu cuenta.
Vía High Times, traducida por El Planteo.
Fotos cortesía de High Times
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