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El Cultivo de Cannabis Consume Más Energía que Bitcoin, y Eso Es un Problema

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El Cultivo de Cannabis Consume Más Energía que Bitcoin, y Eso Es un Problema

Por Rolando García

El Cultivo de Cannabis Consume Más Energía que Bitcoin, y Eso Es un Problema

✍ 8 August, 2025 - 11:55


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Los economistas ambientales tienden a pensar que todo se reduce a la energía. En el caso del cannabis, esto bien podría ser cierto. La gomita con THC que te tomaste después del trabajo, el porro de lujo que compraste en tu dispensario local… Cada uno viene con una factura ambiental invisible. Como casi todo hoy en día. Excepto que, quizás, es más cara de lo que esperarías. Sobre todo considerando que estamos hablando de una planta, ¿no?

¿Alguna vez te has preguntado cuántos kilovatios-hora se necesitan para cultivar marihuana? ¿O cuántos galones de agua consumió en su camino a tu picador?

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El cannabis es ahora uno de los cultivos que más recursos consume en Norteamérica. Y gran parte de esa carga no proviene de la planta en sí, sino de la arquitectura política que rodea al cannabis legal. El cultivo en interiores (indoor) se ha convertido en el modo dominante en muchos estados de EEUU porque la prohibición federal limita la producción dentro de las fronteras estatales. El resultado es cannabis de alta producción y potencia cultivado bajo paneles LED, sistemas de climatización y CO2 inyectado, todo lo cual tiene un alto coste ambiental. Y eso es altamente ineficiente.

No soy un experto (nota del editor: sí que lo es; también es demasiado humilde para admitirlo), pero algunas fuentes confiables han afirmado en repetidas ocasiones que tanto la producción como la calidad a menudo se pueden lograr al aire libre o en invernaderos utilizando una fuente de energía gratuita y muy infrautilizada en el cannabis: el sol.

Así que si eres un usuario que también se preocupa por el cambio climático y el impacto ambiental de su consumo, sigue leyendo. Estamos a punto de profundizar en la ciencia exacta y descifrar la verdadera huella ecológica detrás de tu flor favorita.

Peor que Bitcoin

Hasta hace poco, había poca información sobre el impacto ambiental del cannabis. Eso cambió en 2021, cuando un equipo de la Universidad Estatal de Colorado publicó la primera evaluación del ciclo de vida revisada por pares del cultivo en interiores. Descubrieron que cultivar un kilogramo de cannabis indoor emite entre 2,3 y 5,2 toneladas métricas de CO₂ equivalente: aproximadamente lo mismo que quemar entre 950 y 2.000 litros de gasolina. La iluminación, los sistemas de climatización (HVAC), los deshumidificadores y el enriquecimiento de CO₂ fueron los principales contribuyentes a dicha huella.

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En estados más fríos como Massachusetts o Illinois, las instalaciones indoor deben tener calefacción e iluminación funcionando casi todo el año. En British Columbia, algunos invernaderos queman gas natural para controlar la temperatura incluso en primavera. En general, el cultivo en interiores consume mucha energía y las emisiones varían según las redes eléctricas locales. Si tu estado funciona con carbón o gas natural, su marihuana deja una huella mucho mayor.

Un estudio posterior, publicado en 2025 por el investigador en energía Evan Mills, concluye que el cultivo de cannabis en EEUU emite actualmente un estimado de 44 millones de toneladas métricas de CO₂ equivalente al año, aproximadamente lo mismo que 10 millones de automóviles o 6 millones de hogares. Esa cifra incluye tanto la producción legal como la ilícita, y aproximadamente el 90% de las emisiones provienen de instalaciones indoor. Según Mills, el sector consume actualmente 595 petajulios de energía al año, con un coste aproximado de US 11.000 millones. Esta cifra equivale a la producción agrícola combinada de Estados Unidos, supera la energía consumida por toda la industria farmacéutica o de bebidas y duplica la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero producidas por la minería de criptomonedas.

Cultivo exterior vs. cultivo interior: Dos sistemas en choque

Cuando hablamos de cannabis y el medio ambiente, el método de producción es fundamental. Aunque algunas prácticas de cultivo poco recomendables podrían suponer una amenaza sustancial para el cultivo exterior, los científicos creen que el cultivo exterior puede reducir las emisiones hasta en un 96% en comparación con el cultivo interior. Los invernaderos, en particular los que se complementan con energía solar y una iluminación artificial mínima, pueden reducir las emisiones entre un 50% y un 70%.

Sin embargo, la mayor parte del cannabis en Estados Unidos todavía se cultiva indoor. Los cultivos exteriores suelen estar muy restringidos debido a las leyes de zonificación, las quejas por olores y el temor al desvío ilegal. En algunos estados con programas de cannabis medicinal, la producción de cannabis al aire libre está prohibida por ley. Hay algo en ocultar la planta que hace que la legalización parcial sea más tolerable para las personas de mente estrecha.

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Mientras tanto, la prohibición federal impide que el cannabis cruce las fronteras estatales. Esto significa que un estado como Nueva York, donde las condiciones climáticas son subóptimas, aún debe cultivar su suministro en interiores en lugar de importar producto cultivado al sol desde, por ejemplo, el condado de Mendocino, California. El resultado es lo que podríamos llamar una autarquía en la cadena de suministro: una economía cannábica donde cada estado es su propia isla ineficiente y con altas emisiones.

La prohibición federal es un fracaso de la política climática del que no hablamos lo suficiente.

Agua, fertilizantes y deriva química

El cannabis también es una planta sedienta. Los estudios muestran que una sola planta de cannabis puede consumir hasta 22 litros de agua al día durante la temporada alta de crecimiento. En regiones propensas a la sequía como California, esto ha provocado disputas por el acceso a las aguas subterráneas y desviaciones ilegales de ríos y arroyos. Algunos cultivadores sin licencia incluso han desviado agua de hábitats cruciales para los peces, desestabilizando aún más los ecosistemas frágiles.

Además, está el tema de los fertilizantes. Parte del cannabis comercial que consumimos requiere altas dosis de nitrógeno, fósforo y potasio (el famoso NPK) para lograr rendimientos competitivos. Sin embargo, el exceso de nitrógeno a menudo se filtra al suelo o se libera a la atmósfera en forma de óxido nitroso (N₂O), un gas de efecto invernadero 265 veces más potente que el CO₂ en un período de 100 años. El uso generalizado de fertilizantes sintéticos, tanto en operaciones legales como ilegales, agrava la degradación del suelo, la escorrentía y el daño ecológico a largo plazo.

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A pesar de los estrictos controles regulatorios en algunos estados, tanto los cultivos con licencia como los sin licencia, especialmente en terrenos públicos, continúan utilizando agroquímicos prohibidos o imposibles de rastrear. El daño no se limita a los cultivos de cannabis, sino que se propaga a través de la escorrentía, la deriva de aerosoles y la persistencia en el suelo.

Protegidos pero vulnerables

Si lo pensamos dos segundos, el cannabis es el único producto agrícola importante en EEUU prohibido en el comercio interestatal. Los tomates viajan. El vino viaja. Incluso las armas y los medicamentos recetados viajan. Pero la marihuana no.

Esto tiene consecuencias, ya que crea una geografía económica peculiar. En lugar de permitir que los productores eficientes abastezcan mercados más amplios, obligamos a cada estado a producir, procesar y vender su cannabis sin importar el clima local, los costos o el impacto ambiental.

Desde una perspectiva económica, esto crea duplicación y sobrecapacidad. Desde una perspectiva ambiental, conduce al absurdo: cultivos indoor en Vermont o Michigan funcionando las 24 horas, los 7 días de la semana, solo para cumplir con las arbitrarias normas legales de suministro.

Tanto los reguladores como los prohibicionistas han creado un sistema proteccionista que maximiza las emisiones en nombre de la seguridad, la soberanía y el aislamiento legal.

Como se puede observar, hemos sido conscientes de la huella del cannabis durante años; la evidencia se ha acumulado, por lo que no es de extrañar que algunos se estén dando cuenta. En California, una organización sin fines de lucro ha lanzado la etiqueta Sun+Earth Certified para el cannabis cultivado con métodos orgánicos, regenerativos y alimentados con energía solar.

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Por su parte, Canadá está incorporando, poco a poco, la eficiencia energética en los criterios de concesión de licencias. Recientes conversaciones regulatorias indican que el marco de licencias considera cada vez más los estándares de producción.

Además, Colorado está experimentando con modernizaciones para la captura de carbono y exigiendo auditorías energéticas a los grandes productores. En 2022, las autoridades publicaron una Guía titulada Mejores Prácticas de Gestión Ambiental del Cannabis, que se centra en la reducción de la huella de carbono.

Sin embargo, sin una reforma federal en EEUU, la mayoría de estos esfuerzos se quedan en lo superficial, ya que el problema de raíz reside en los mercados estatales balcanizados y de circuito cerrado.

La solución sería tratar el cannabis como un producto agrícola, no como una excepción moral. Permitir el comercio transfronterizo entre productores con licencia. Dejar que las regiones con alta exposición solar y bajo impacto se especialicen. Sacar a la planta del búnker. Solo entonces podremos empezar a reducir su enorme huella ambiental.

Porque en este momento, tu producto “de cultivo local” podría ser todo menos ecológico.

Vía High Times, traducida por El Planteo.

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